Nacionalismo

La traición de Mas y Puigdemont

La Razón
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El proceso independentista catalán vive su momento más crítico. Sabe que si sobrepasa los límites marcados por la Constitución se situará abiertamente en la ilegalidad, lo que sólo le dejaría abierta una vía: desobedecer la Ley y provocar el enfrentamiento con el Estado. Algunos dirigentes nacionalistas buscan con irresponsabilidad este momento y son capaces de apostar todo el crédito de la sociedad catalana a subir a ese tren desbocado que ahora dirigen Artur Mas, Francesc Homs y el mismísimo presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Es esta facción la que ha decidido que la hoja de ruta debe cumplirse hasta el final. Ésta es la apuesta que hace el PDeCAT, lo que queda de la antigua Convergència, dispuesta a rentabilizar electoralmente la respuesta que desde el Estado puede haber contra lo que es un verdadero golpe a la legalidad. La «revolución de la sonrisa», como los publicistas del nacionalismo más cursis han llamado al «proceso», ha tornado en un movimiento abiertamente antidemocrático. La coalición Junts pel Sí, formada por Convergència y ERC, se creó por el partido fundado por Pujol para maquillar la ruina electoral a la que lo ha llevado Mas. JxS ha fabulado con tener la mayoría soberanista –sumando los nuevo diputados de los antisistema de la CUP–, una exigua mayoría que no tiene en cuenta la realidad social de Cataluña, ahora fraccionada en dos partes. Para volver a recuperar la Generalitat, Mas, que parece haberse convertido en el «condottiero» del «proceso», estaría dispuesto a dar por zanjada su alianza con ERC, cuyo líder, Oriol Junqueras, se sitúa como virtual presidente de la Generalitat, según todos los sondeos. Todo indica que hay un enfrentamiento abierto dentro de JxS y no hay que descartar la hipótesis de que el PDeCAT –que lo ha fiado todo a poner en escena todo el victimismo posible en el juicio del 9-N como si fuese un «proceso contra Cataluña»– fuerce a que sea Junqueras, en tanto que consejero de Economía, quien convoque el referéndum independentista para provocar su inhabilitación. Una operación demasiado ingenua y con poco recorrido, sobre todo porque si alguien sabe que el referéndum no se va poder llevar a cabo, so riesgo de situarse abiertamente fuera de la legalidad, es Junqueras, que lo apuesta todo al anticipo electoral. Jugar al «choque de trenes» es una estrategia demasiado arriesgada e insensata, cuyas consecuencias pueden ser nefastas para el conjunto de la sociedad catalana, sometida a una presión que rompe algunos consensos básicos que habían sido sellados por el catalanismo moderado. Será Junqueras quien decidirá cuándo se celebren las próximas elecciones autonómicas, que pueden inaugurar un nuevo escenario, con alianzas menos fundamentalistas, y que den un respiro a un independentismo agotado y que empieza a comprender que la secesión no es un objetivo que se puede conseguir de manera inmediata. Por contra, ERC empieza a ver la posibilidad real de alcanzar el gobierno de Cataluña y de situarse como la fuerza central, justamente el papel inventado por Convergència y Pujol, lo que requiere sosiego y realismo. Si la independencia es un objetivo todavía lejano, la Generalitat está al alcance de la mano. El papel de Mas y la utilización impúdica de Puigdemont al servicio de los intereses de un partido nos puede deparar momentos vertiginosos. La pasada semana hemos tenido muestras de hasta dónde se puede llegar: JxS quiere modificar el reglamento del Parlament para que ni siquiera sea debatida la llamada ley de transitoriedad, lo que supone de facto abrir las puertas de la declaración de independencia y está dispuesto a no atender al Consejo de Garantías Estatutarias, que ha declarado inconstitucional el presupuesto para organizar el referéndum.