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Pedro Narváez

Y Soria quería seguir

La Razón La Razón

La polémica de Soria había dejado al propio protagonista fuera de foco. Como en «El tercer hombre», apareció ayer entrada la tarde en un contrapicado al estilo Orson Welles mientras sonaba una mandolina. Soria se guardaba y se acusaba sin querer o queriendo de ser la «vedette» que no chupa cámara hasta que esté convenientemente maquillada. Eva al desnudo. O «drag queen» del Carnaval de su tierra. Pero el canario ya salió de su jaula de oro. Más que de película de culto, de culebrón a la venezolana. Al cabo, el hombre también gasta estética de galansote. Ser o no ser director ejecutivo del Banco Mundial. He ahí el dilema de los últimos días. Su teléfono ardía como un preludio del infierno o del jardín de las delicias, que para el caso es lo mismo. Emboscado. Los que trataban con él juraban que se aferraba al cargo de una forma casi inhumana, como un imán que obedece sólo a las leyes de la física.

Aterrizara o no en Washington, el cuadro estaba ya pintado, con figuras del partido consumiéndose en las llamas por un fuego que no habían provocado. Y mientras el metraje avanzaba, Rajoy y De Guindos hicieron tiempo a la espera de la estrella. Y el público se impacientaba. ¿Dónde estaba agazapado Soria? ¿Qué nuevas mentiras estaba preparando en la intimidad? Entre los méritos que al parecer tiene como funcionario no se encuentra, visto lo visto, el de dar la cara para defender lo que decían que es justo. La Justicia contada en trienios se deshizo en las líneas de un prosaico comunicado.

La única salida aséptica que podría tener este enredo, una vez cometida la gran torpeza de proponer su nombre, es que renunciara, como ya hizo cuando dejó su cartera de ministro de Industria. Entonces permitió que sus compañeros de gabinete hicieran el ridículo defendiéndole para llegar a la misma meta. Algunos no se lo perdonan. Debió ser duro para un Gobierno en funciones poner la mano en el fuego por decreto. O igual les iba en el sueldo, si bien mentir también es gratis. Como ahora. Sus ex colegas repitieron un argumentario ramplón, con tantos tomates en los calcetines que pareciera una indumentaria de mendigo, de una solvencia intelectual bochornosa. Catalá, Méndez de Vigo, Margallo, a quienes tenía por privilegiadas cabezas de seso argamasado, cayeron de nuevo en la trampa mientras «sotto voce» maldecían la estampa en el altar de los delirios.

Soria es ya un personaje dramático quemado por el sol que todavía nos abrasa en septiembre y que hasta ayer creía que la tostada estaba calcinada sólo por una cara. Antes de que el Banco Mundial indagara en el poco crédito que en España tiene el personaje por sus relaciones con esos paraísos fiscales que detestan, hizo caso por imperativo legal a la llamada que le indicaba que deshiciera el camino de una gloria efímera que sería catástrofe eterna para su partido. Soria jugó más que a transparente a interpretar al hombre invisible, a ser Charlie mientras el Ejecutivo hacía de sus ángeles con melena. Han sido tontos dos veces.