Informe PISA
Suprema (de chocolate) y sultana... de coco
La mejor novela sobre el poder absoluto en la contemporaneidad se debe a Augusto Roa Bastos, autor de «Yo, el Supremo». Gaspar Rodríguez Francia gobernó Paraguay durante casi cuatro décadas y una sola idea clara: sólo controla un territorio quien es capaz de controlar todos los discursos que se emiten desde él. Una vez construido el mito del líder providencial, enseña la obra roabastiana, nada obstaculiza la deificación del caudillo, que en vida fue investido como «Dictador Perpetuo» de la nación guaraní. Él también le habría tenido alergia a las primarias, claro, y se habría jactado de los malos resultados de sus compatriotas en el informe PISA: «Cuanto más cultos son, menos quieren ser paraguayos», dice en un pasaje el muy instruido Doctor Francia, consciente de que la masa no se adhiere a través del conocimiento, sino mediante la fe. La república que él gobernó con atribuciones omnímodas continúa sumida, dos siglos después, en el lodazal del subdesarrollo. La misma maldición ha padecido la Guatemala retratada por Miguel Ángel Asturias en «El señor Presidente», libro inspirado en la hégira de Manuel Estrada Cabrera. Que el Altísimo se apiade de los pueblos en los que nace un Mesías... Diríase que nos ha tocado idéntica lotería en esta desdichada región, cuna de salvadores del partido y del mundo que viven tan absorbidos por su misión trascedente que no encuentran tiempo para preocuparse de nuestra miseria cotidiana. Los andaluces no necesitan saber ni trabajar, ni siquiera sanar cuando enferman, pues han sido ungidos con la gracia de ser los portadores del palio que cubrirá la testa real en el día de su coronación. No cabe una dicha mayor ni alimento más proteico. El pan y las aspirinas son lujos pequeñoburgueses que distraen a quienes los anhelan.
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