Alfonso Ussía
San Juez
Tenemos jueces santos. Un San Juez ha permitido al asesino «Txapote» visitar a su padre, que está enfermo. Las víctimas de «Txapote» no pueden visitar a nadie porque están muertos y enterrados. Resulta muy complicado liderar la clasificación de hijosputas de la banda terrorista, pero «Txapote» siempre ha ocupado los lugares más elevados del cuadro etarra. Jamás ha mostrado signos de arrepentimiento, ni ha pedido perdón por sus crímenes, ni se ha mostrado abatido por el dolor causado. En sus comparecencias ante la Justicia, se declaró orgulloso de sus actos con una chulería insultante. Pero San Juez le ha regalado unas horas preciosas para visitar a su padre. Viajó en coche, con tres agentes del Orden Público, y mucho me temo que la gasolina la hemos pagado entre todos. No me figuro a San Juez aflojando su cartera para llenar el depósito del coche, aunque todo es posible en estas santidades que tenemos en nuestros juzgados.
Es complicado. Entiendan a San Juez. Se presenta el que ha dejado sin padre y sin hijos y sin hermanos a tantos inocentes, y le implora caridad para poder abrazar a su papá, a «Aitatxo», que está inválido y enfermo. Y lógicamente, San Juez se compadece, se emociona y le concede el permiso. Tres guardias civiles o policías nacionales vestidos de paisano han llevado al infumable cabrón hasta la casa paterna. Y después del emocionante encuentro, lo han depositado de nuevo en Burgos, donde se aloja a costa de los españoles con muchísimo gusto por parte de los paganinis. Nada me importaría pagarle a «Txapote» su alojamiento en la prisión de Burgos hasta el final, pero eso en España es imposible. Entre la bondad de nuestro Código Penal y la santidad de los jueces cercanos a Podemos, asesinar en España sale muy barato. Y en pocos años, «Txapote» volverá a Basauri, y narrará en la barra de la «Herriko Taberna» a sus amigos como le perforó la nuca la bala que disparó contra el indefenso y maniatado Miguel Ángel Blanco, por poner un ejemplo que me viene, de casualidad, a la memoria. Y los amigos le palmotearán la espalda, «gudari, que eres un gudari», y le invitarán a otra ronda, que allí saben lo bien que se siente uno cuando se invita a un «gudari», a un «abertzale» de los buenos, de los que más y mejor han asesinado, y de los que más y mejor han ordenado a otros que asesinen en nombre de «Euskadi». Porque «Txapote» no podía estar en todo, y tenía que repartir papeles y responsabilidades. Por algo era el más carismático y admirado de los dirigentes de la ETA, como De Juana Chaos, como Ternera, como Paquito, como Potros, como Otegui, este último gran amigo de Pablo Manuel y de Évole.
En esta ocasión, San Juez no le ha concedido permiso para compartir el chiquiteo con sus colegas. La santidad tiene sus límites, y por esta vez San Juez no los ha superado. Otra cosa es que el padre de «Txapote», sacudido de emoción por la visita de su amado hijo, experimente un patatús y doble la servilleta. En tal caso, San Juez le permitirá viajar de nuevo a Basauri, acudir al entierro, y recibir los sollozantes besos de las mujeres y los abrazos de los machotes, que en esas cloacas hay mucha desfachatez sensiblera.
La verdad es que era efectivo y competente. Los años de prisión pueden haberlo desentrenado. Cierto es que jamás disparó a larga distancia. Sus logros los consiguió por la nuca y a menos de un metro. Miguel Ángel Blanco con las manos atadas a la espalda, y Gregorio Ordóñez tomando el aperitivo en un bar de la Parte Vieja de San Sebastián. María San Gil puede contarlo, a Dios gracias. No, «Txapote» de francotirador, nada de nada. Más partidario del crimen por la espalda y a menos de un metro, o de la explosión de una bomba mediante pulsación del botón de un mando. Pero eso sí, y no cabe discusión posible al respecto, quiere a su padre. Algo es algo, aunque haya dejado sin padre, sin hijos y sin hermanos de un disparo en la nuca o con la colaboración de un explosivo a tantos inocentes.
Este San Juez tiene que ser una persona muy buena y cariñosa. Lo que no tendría que ser es juez.