Cataluña
Rajoy y Rivera
La derecha española reciente ha pasado por varias metamorfosis y crisis de liderazgo. Es precisamente este asunto de los líderes del que ahora más se habla, gracias fundamentalmente a Emmanuel Macron, un hombre sin partido que consiguió, no sólo ganar las presidenciales, sino arrasar con el partido que luego creó para competir en las legislativas. Pero Francia no es España y la crisis de sus siglas tampoco ha sido tan fuerte en España como en el país vecino. Incluso el último CIS, aunque señala el final del bipartidismo, tampoco entierra a los partidos tradicionales.
Es un hecho que la UCD dejó de existir cuando Suárez se marchó. Ni Calvo Sotelo ni Landelino Lavilla tenían carisma para arrastrar a los votantes. Y sí Fraga, un político que, aunque venía del franquismo, supo aprovechar aquel desguace de la derecha. La sucesión de Aznar fue natural. Y salió un líder de donde no había nada. Un presidente, sin embargo, que acabó con el fraguismo. Como hizo después Rajoy con la herencia de Aznar. Así es el poder. Cuando lo tienes lo ejerces. Y el que ya no está, si no quiere convertirse en un jarrón chino, debe buscar otros mundos y actividades.
Pues bien, a Rajoy le salió un partido por la derecha, aunque pronto se movió de lugar. A los disidentes del PP
–de donde venía el propio Rivera– se le sumaron antiguos militantes del PSOE, UPyD, CDS, CiU, Uniò, etc. Y el desgaste por la corrupción del PP y la ausencia de liderazgo del PSOE se encargaron de hacerlo crecer al reposicionarlo ideológicamente. Tampoco le importaba al partido de Rivera. Su sorprendente triunfo en Cataluña supuso la mayoría de edad de un partido que, obviamente ya no renuncia a nada.
Lógicamente un crecimiento tan rápido ha puesto de manifiesto muchas contradicciones. Desde recomendar al Gobierno la no aplicación del 155, hasta el anuncio ayer de la ruptura del pacto de Gobierno, por la aplicación meliflua del 155. O permitir que prospere una ley de eutanasia socialista gracias a su abstención; o pretender imponer primarias en todos los partidos cuando ellos ofrecen a dedo la alcaldía de Barcelona a Manuel Valls. Pero tampoco hay que ensañarse. Todas esas contradicciones son estrategia y coyuntura en sí mismas. Si quieres comerte a la vez al PP y al PSOE tienes que jugar un juego difícil, pero con un final conocido: matar al padre o a los padres.
Rivera se equivocó con Rajoy en las últimas elecciones. Pensaba que se hundiría aún más como decían las encuestas. Quizá por eso no tuvo más remedio que intentar desgastarlo con un imposible pacto con el PSOE, y con algunos sucedidos que le brindó el PP en bandeja de plata: Murcia y Madrid. Luego le negó aquel voto que dejó al PP sin grupo en el Parlament. Y los presupuestos pactados con el PNV. Y el ninguneo. Por eso ayer Rivera rompió la baraja. Necesita crecer en las municipales para llegar fuerte a las generales. Pero Rajoy no se va a dejar matar. Él sólo mantiene a un partido que parece la noche de los muertos vivientes, pero, cuando llegue el momento, dejará paso a Alberto Núñez Feijóo. Y entonces Rivera tendrá que volver a empezar. Por eso la carrera empieza ahora.
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