Alfonso Ussía
Pollina
Anna Gabriel, que la próxima semana tiene una cita cerrada con el magistrado Llarena, permanece en Venezuela. Ahí está con Zapatero y sus amigos de Podemos estrangulando el futuro de aquel gran país. ¿Volverá a España o se quedará para siempre en Venezuela para evitar su inmediato horizonte penal? De momento, disfruta de la hospitalidad del simpático criminal Maduro, que ha celebrado su visita con toda suerte de mimos y agasajos. Todavía, aunque sea por poco tiempo, restan en Venezuela medios de comunicación libres y nada predispuestos a colaborar con el régimen del cordial y hospitalario asesino. Y en uno de ellos, «El Correo del Caroní», la periodista Diana Gámez le recuerda a nuestra encantadora cloaca que no tiene intención alguna de incluirla en su círculo de amistades. Escribe Diana Gámez: «La he visto mil veces por la televisión española, y estoy segura que sufre al menos, dos formas de hidrofobia; su cuerpo rechaza el agua y siempre tiene mal de rabia». No le gusta a la implacable periodista de la Guayana venezolana el discutible apoyo de la Gabriel al pueblo de Venezuela: «Viene del primer mundo a pasearse con guardaespaldas y carros blindados por las calles de esta chabola llamada Venezuela». Y sigue: «Una progre cutre y catalana, con su indescriptible pollina cortada con una tijera amellada para completar el aspecto guarro y desaliñado que exhibe como si fuera un trofeo». Y destaca la comodidad de su palacio de cristal, de su alojamiento de lujo, de la calidad de sus desayunos, comidas y cenas mientras el pueblo de Venezuela se muere de hambre. Otro sopapo más, y la esforzada Anna Gabriel embarca a toda prisa en el aeropuerto de Caracas en el primer avión con destino Bruselas. Porque nuestra valiente heroína de la CUP va a seguir los pasos de su «atmirapla» Puigdemont, pero sin la ventaja de tener a su lado a un pardillo que le paga hasta la factura de la tintorería. Eso es un amigo.
A estas alturas, a Puigdemont no le han facilitado el teléfono, fijo o móvil, de la casa de Junqueras. No ha llamado a su mujer preocupándose por ella y su familia y lamentando que su actitud quizá haya contribuido a la permanencia en prisión de su aborrecido ex vicepresidente. En pocas semanas, Bélgica va a experimentar un flujo de entrada de catalanes separatistas con carácter de residentes fijos. Y me parece bien. Allá los belgas con sus hospitalidades. Trapero, Rovira, Fernández, Artadi, Turull, y compañía ya han encargado que les busquen un hogar aceptable en Bélgica. Y desde Caracas, Anna Gabriel intenta convencer a los futuros fugados compartir el alquiler, pero hasta el momento, sin éxito. Y es lógico y perdonable.
Coincidiendo con el seguro pinchazo de Podemos en las próximas elecciones municipales y autonómicas, en Venezuela han triunfado sus teorías y prácticas económicas y sociales consiguiendo un casi imposible. Que una de las naciones más ricas del mundo se muera de hambre. A ello ha contribuído con entusiasmo el inconcebible Zapatero, el negociador, que algo estará sacando de Maduro para que le compense la indignidad de su ignominia. Pero ya sea en Caracas, en Puerto Ordaz, en Bruselas o en Waterloo, lo importante es tenerlos a muchos kilómetros de distancia. A menos golpistas en la cárcel, menor dosis de victimismo. Y que hagan lo que les complazca y apetezca en Venezuela y Bélgica, hasta que el dinero robado a los españoles se evapore y se vean obligados a volver.
Lo sugerente, lo más reseñable, es que desde el Caroní, el maravilloso afluente del Orinoco con casi 1000 kilómetros rasgando los Llanos y las selvas de la Pequeña Venecia –de ahí, Venezuela–, una venezolana libre haya detectado los efluvios de la farsante de la CUP. Si los guacamayos lo permiten, que se quede allí hasta que los venezolanos sean de nuevo libres y soberanos.
Mal futuro, Anna Gabriel.
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