Rusia

Las amistades peligrosas

La Razón
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Fue un invierno extraño. Las grandes ventiscas faltaron a su cita, aunque muchos días la temperatura no subió de cero. En Nueva York, idéntica latitud que Madrid, más fría por carecer de la Corriente del Golfo, vareamos el frío y la falta de luz, anochece a las cuatro, con el calor que irradiaban los televisores. Conectados al ordenador y la tele escrutamos el nacimiento de un ogro, bendecido por quienes se jactan de aborrecer los libros. De la pantalla plana salía un magma incandescente. Insultos, nacionalismo y demagogia. La fórmula patentada de todos los jetas. Ahora que llega la primavera, doce grados centígrados a las 13:30, sensación térmica de once, ya no necesitamos de los electrodomésticos que vomitan odio para calefactarnos, pero seguimos con el rabillo del ojo las evoluciones del Gran Mamarracho. Menos mal que para el Supremo ha propuesto a un juez sensato, que alardea de independencia y se niega a seguir órdenes partidistas. Por lo demás, el caos: las acusaciones contra Obama, el supuesto espionaje al que habrían sometido al señor Trump, fueron negadas por James Comey, director del FBI, que en cambio asegura que sus agentes investigan los vínculos de la campaña electoral del presidente con el espionaje ruso. Mala cosa si la Casa Blanca fue mancillada por la zarpa de ese culturista horterísimo y mafioso apellidado Putin. Un Putin, ex agente del KGB, al que Trump corteja con la viscosa delectación del que contempla no ya a un igual sino a un modelo. La última hazaña de sus secuaces, y aquí hablo del inquilino del Kremlin, ha consistido en inyectar de pintura verde fosforito a Alexei Navalny, uno de los líderes de la oposición. Otros, como Boris Nemtsov, no tuvieron tanta suerte: lo acribillaron a balazos en un puente cercano a la Plaza Roja. También asesinaron a la periodista Anna Politkovskaya y a la campeona de los derechos humanos Natalia Estemirov. Rusia, en 2009, obtuvo 3.31 puntos sobre 10 en el Índice de Democracia de The Economist. España 7.98 y EEUU 8.05. Eso sitúa a Rusia en el puesto 132 de 167 países, y la etiqueta como régimen autoritario. Incluso Vietnam, Kuwait, Cuba, Catar o Egipto, y otros 127 países, puntúan por encima. Digo yo que no estamos ante el modelo o las amistades que uno anhela para el país de George Washington. Malos tiempos, malos vientos y peores aliados. De ahí que llegado a este punto uno apague el maldito ordenata, la televisión y hasta la radio, y corra al amplificador para enchufarse a Chuck Berry. Walt Whitman, de la era del automóvil y el rock, escribía, más o menos, el gran Ignacio Julià en un perfil reciente y necesario que le hizo en los Cuadernos Efe Eme. Recordar las razones por las que amas a EEUU mientras el viento derrite la nieve más allá de la ventana y el padre del rock and roll hace lo propio con mis náuseas resulta terapéutico. Otra hora más escuchando/leyendo a Trump y acabaré de hinojos ante la ventanilla del Bellevue, pidiendo que me ingresen.