Jaime Campmany
La carta
La carta de Puigdemont a Rajoy no merece respuesta. O de merecerla, una contestación breve y ajena al contenido de la remitida por el presidente de la Generalidad. Lo contrario significaría que Rajoy se la ha tomado en serio, lo cual es imposible hasta en Rajoy. No sería consecuente que aquel que durante tanto tiempo ha permanecido con los brazos cruzados ante provocaciones constantes y groseras, reaccione ante una burda tontería publicitaria.
En el último tramo de la vida de mi abuelo, don Pedro Muñoz-Seca –asesinado por las hordas de Santiago Carrillo en Paracuellos del Jarama con 57 años de edad–, un crítico teatral, Enrique de Mesa, tenía por norma machacar con su prosa torpe todos los estrenos de don Pedro. Mesa era republicano y Muñoz-Seca monárquico. Mesa era un escritor frustrado y Muñoz-Seca un triunfador. Mesa era socialista y Muñoz-Seca conservador. Mesa era anticlerical y Muñoz-Seca creyente profundo y lo más alejado de la beatería. Mesa estaba obsesionado con don Pedro y a don Pedro le importaban un rábano las críticas de Mesa. Cada vez más colérico, Mesa escribió un texto que nada tenía que ver con la crítica, positiva o negativa, de una obra de teatro de Muñoz-Seca. Se limitó a insultarlo. Y en una entrevista, le preguntaron a don Pedro por su reacción ante esa sarta de descalificaciones vomitadas por el odio. –¿Qué le ha parecido lo de Mesa?–; –Nunca he tenido en cuenta la opinión de los muebles–.
Curiosamente, esa respuesta dolió a Mesa y hurgó en su orgullo. Y escribió a don Pedro una carta personal de seis folios con una grafía difícil y numerosas tachaduras y correcciones. Leer la carta de Mesa, más que lectura era un ímprobo trabajo. Pero Muñoz-Seca estaba muy bien educado y respondía la correspondencia. Saldó el contencioso con Mesa con brevedad y elegancia: «Sr.D. José María Mesa. Particular. Muy señor mío:
Tengo su carta delante de mí: En unos segundos la tendré detrás. Atentamente, Pedro Muñoz-Seca».
Contaba divertido Jaime Campmany, que en sus primeros tiempos tuvo la ocurrencia de escribir en el diario «Arriba» un artículo vitriólico contra don José María Pemán. Y aguardó la respuesta de Pemán, que al fin y al cabo, era el único objetivo de su escrito. Pemán no usó de su Tercera en ABC para responder a Jaime, y le escribió una «Carta al Director» al diario «Arriba». –Me destrozó. Todo su contenido era respetuoso y comprensivo. Pero escribió mi apellido de seis maneras diferentes y ninguna de ellas era la correcta. Me llamó Company, Campany, Campoy, Campagni... y no Campmany. Pulverizó mi minuto de gloria–. Un furibundo crítico inglés redactó una carta contra el gran Wodehouse, de quien se decía –erróneamente como se demostró más tarde–, que simpatizaba con los nazis. La calumnia se extendió por todo el Reino Unido y Wodehouse buscó refugio en Nueva York. La carta del furibundo le acusaba de traidor, cobarde, y colaborador de Hitler. A Wodehouse le dio mucha pereza desmontar las patrañas, y respondió a su acusador con una sola palabra: «Molusco».
Creo que algo parecido tendría que hacer Rajoy en el caso de que considere oportuno responder la carta de Puigdemont. En un principio usar la «estrategia Pemán». Dirigir la carta a Puig del Mon, a Puchdalmón, a Montdelpuig o a Pujolmont. Eso molesta. Seguidamente, la «estrategia Muñoz-Seca»: «Señor Montdelpuig, Presidente de la Generalidad de Cataluña. Distinguido señor. Tengo su carta delante de mí. Inmediatamente la tendré detrás. Atentamente, Mariano Rajoy».
Otra cosa sería hacer el canelo.
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