Alfonso Ussía
Homs, el Estado
«Si me condenan, el Estado desaparecerá». En el Tribunal Supremo, los magistrados no ocultan su preocupación. Es al Estado al que juzgan. El Estado ha llegado a Madrid a primera hora de la mañana acompañado de medio centenar de seguidores, entre los que destaca don Arturo Mas. Después de la fotografía de rigor, el Estado y su séquito se han dirigido a la sede del Tribunal Supremo, en la Plaza de París. El Estado, o lo que igual, el diputado Homs, me trae recuerdos inolvidables de la infancia. En el Colegio del Pilar de la calle de Castelló, el equipo de fútbol de «Ingreso C» era, sin duda, el mejor de su curso. Un alumno muy rico, muy fallecido y por ello merecedor del respeto de ocultar su identidad, deseaba formar parte de aquel conjunto casi invencible. Pero era malísimo amén de muy gordo para su edad. Años más tarde se hizo famoso por compartir con su madre los amores de una mujer portentosa. La madre era un auténtico bicho. Intentó el soborno. Si el niño era admitido en el equipo, la madre compraría preciosos chándales y camisetas a sus componentes. Se aceptó el soborno y se garantizó la participación del niño en el siguiente partido. Los chándales y camisetas llegaron a tiempo, además de bolsas de deporte, balones de reglamento y toda suerte de complementos deportivos. El día del partido, el campo de fútbol del Patio Sur reunió a un público entusiasta y numeroso. Se trataba de la familia del niño. La madre, los abuelos, los primos, los tíos, las tatas, el chófer y el ama de cría del mozalbete, la más enfervorizada y nerviosa. Dos minutos después del pitido inicial emitido por el árbitro –don Eliseo–, el balón impactó de lleno en la cara del niño, éste rompió en sollozos, y la madre indignada, interrumpió el partido y nos exigió la devolución de los regalos. Ella era el fútbol del mismo modo que Homs es el Estado. Se suspendió el partido, el campo de fútbol se convirtió en un desierto silencioso, y acompañado de su familia, tatas, chófer y ama de cría, el niño y el público fuéronse a su casa. El niño, posteriormente suspendió el curso, y la madre, los abuelos, los primos, los tíos, las tatas, el chófer y el ama de cría irrumpieron en el despacho del Director, don Andrés, y cambiaron al niño de colegio. Aquel niño malcriado estaba por encima del plan de estudios, de los profesores, del Colegio, del Ministerio y del resto de los españoles. La última amenaza de la madre hizo temblar los cimientos colegiales. «Mañana hablo con Franco para que cierren este Colegio de rojos». O no habló o Franco no le hizo caso. El Colegio del Pilar sigue vivo, fuerte y pujante.
Homs es como la madre del niño mimado. Acude al Supremo acompañado de su familia. Advierte que si los magistrados consideran su culpabilidad y es condenado, el Estado desaparecerá, y no amenaza con llamar a Franco porque, para su desgracia, ya no vive. Si el General Franco se volcó en injusticias provechosas a favor de una región, esa región fue sin duda, Cataluña.
Cuando escribo, el Estado permanece ante los magistrados del Tribunal Supremo, mientras su séquito aguarda impaciente a las puertas del Palacio de Justicia. Es bueno que el séquito se vaya acostumbrando al paisaje urbano de la Plaza de París porque más de uno de sus componentes tendrá que visitarlo en las próximas semanas, no como multitud solidaria con el Estado Homs, sino por robar a los catalanes y resto de los españoles. Madrid sigue su vida con tranquilidad, mientras el Estado responde ante la Justicia.
Para que el séquito del Estado no se aburra mientras el Estado se sienta en el banquillo, les recomiendo que visiten el Museo del Prado, o el Palacio Real, el Jardín Botánico, el Thyssen, el Reina Sofía, al Arqueológico, el Sorolla, el Naval, el Lázaro Galdeano, la Real Fábrica de Tapices, o hagan el recorrido con final en la exposición de Trofeos del Estadio Santiago Bernabéu. Pueden dividirse. Se alegrarán de conocer un poco mejor la grandeza de España mientras el Estado Homs principia su desaparición.
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