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Atentado en Londres

Espera injustificada

La Razón La Razón

La vida es el valor más preciado que tenemos los seres humanos, por eso hechos como los atentados de Londres que se han llevado por delante la de, al menos, 8 personas y han dejado 18 en estado crítico, resultan tan incomprensibles.

El dolor y la angustia de sus familias y amigos es extremo, pero mayor ha sido la ansiedad, si cabe, de las personas más próximas a los que se encontraban desaparecidos hasta la confirmación de la peor de las sospechas, como ha sido el caso del español Ignacio Echeverría.

Han sido necesarios varios días desde el atentado para que los cuerpos y fuerzas de seguridad británicos hayan sido capaces de averiguar el paradero del joven. La presión de las autoridades de los países de procedencia de los desaparecidos no ha dado frutos y las familias están haciendo lo imposible por encontrar a los suyos.

Los familiares de Ignacio Echevarría lo han estado buscando desesperadamente en hospitales, han hecho llamamientos en la prensa y las redes sociales y han contactando con las respectivas embajadas.

La prioridad en este momento es intentar dar consuelo a la familia, pero eso no debe impedirnos una mirada crítica hacia las autoridades británicas. Hoy día son absolutamente necesarios planes de emergencia que den cobertura a las diferentes contingencias que puedan suceder. Se trata de protocolos de actuación que impliquen a los diferentes servicios públicos, atentados como el de Atocha del 11M ponen a prueba los sistemas de atención a las víctimas.

Londres ya ha sufrido atentados con anterioridad, cabe recordar los de 2005, 2013 o 2016. El de 2005 siguió un patrón parecido al del 11S en Nueva York o al de 11M en Madrid: varias explosiones simultáneas en la red de transporte público con el único objetivo de hacer daño y causar muertes.

Por esta misma razón cuesta entender la ineficacia de la policía y demás cuerpos y fuerzas de seguridad británicos. Sin embargo, basta con repasar la etapa de la Sra. May al frente del ministerio de Interior para entender algunas cuestiones.

Los recortes se han traducido en cerca de 20.000 agentes menos, la policía armada se redujo en un 19% y el presupuesto policial cayó un 20%. Fueron públicos los enfrentamientos de la Sra. May con los representantes de la policía. Hace dos años, por ejemplo, le recordaron las crecientes amenazas a las que se enfrentaban, incluido el terrorismo islamista, y se quejaron de que sus recursos estaban cayendo. La respuesta de la ministra fue inflexible.

Los cuerpos policiales británicos no tienen en su ADN nada de laboristas, por lo que la reivindicación no cabe entenderla en clave política. Para no hacer demagogia, hay que decir que por muchos recursos que se dediquen a la seguridad no es posible asegurar que no ocurrirán felonías como los atentados terroristas, pero, también por honestidad, hay que indicar que para hacer frente a los nuevos retos en materia de protección a que se enfrenta occidente no es posible recortar indiscriminadamente.

Un keynesiano convencido está prevenido contra los recortes en momentos de crisis por pura prescripción económica, reducir el gasto público viene a ser algo así como cuando en la Edad Media se trataba la anemia con sanguijuelas que terminaban de rematar al paciente. Pero no es necesario ser keynesiano para defender que hay cosas que son intocables y, desde luego, todo lo que tiene que ver con la vida lo es.

La última reflexión, que no me resisto a compartir, tiene que ver con ser país de primera o de segunda. Si un país mediterráneo como el nuestro, ya saben, «poco industrioso, ineficiente y que necesita la tutela de los hermanos centroeuropeos», requiriera horas y horas, días, para dar una respuesta a los familiares de una víctima terrorista, ya saben lo que dirían entonces los eficaces norteños, y llevarían razón.