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Partidos Políticos

El laberinto de Arrimadas

La Razón La Razón

Inés Arrimadas sigue a la espera y así desea mantenerse. En Cs aguardan, dando por hecho que un paso al frente de la lideresa sólo podría echar por tierra el buen momento que viven tras las elecciones del 21-D. En lo que de la formación naranja depende, la prioridad pasa por amarrar el «efecto Arrimadas». Saben que la presión seguirá focalizada en ella para que se someta a una investidura fallida, pero está «decidida a aguantar el chaparrón». Desde su círculo más próximo zanjan con esa explicación la posibilidad de que dé algún resultado el toque de corneta decretado por el PP. «El Partido Popular necesita más autocrítica y menos lucha con Cs», ha advertido en diversas ocasiones la propia Arrimadas. Ella tiene «a todo el partido detrás» dispuesto a defenderla: un burladero tras el que protegerse para evitar pasar un calvario («golpearse contra un muro», como lo define su entorno) sin recompensa. Y por tanto, no está dispuesta a subirse a la tribuna del parlamento sólo para que «empiece a correr el reloj».

Cierto es que «no suma» y carece de los apoyos suficientes, pero también podría reivindicar su victoria en votos y escaños, visualizar la existencia de la voz constitucionalista –la de la mitad de la sociedad catalana– y dejar para la historia actas cargadas de defensa del Estado de Derecho, de regeneración y lucha contra la corrupción, de democracia, en suma. Y seguro que los secesionistas tendrían complicado salir ilesos de un trance que indigna cada vez más a los españoles. A veces lo de menos es la aritmética, sobre todo cuando manda la política. «Ahora es el tiempo de los soberanistas», recalcan los consultados: «Que se cuezan en su propia salsa» con Puigdemont, «un megalómano» aún en escena que se resiste, como en el póker, a tirar las cartas.

Si bien nada está escrito y podría haber muchas sorpresas, cuando además queda por delante una actuación de los jueces que va a terminar con muchas carreras políticas en Cataluña. Lo que no puede negarse es que los secesionistas tienen posibilidades de convertir en realidad un acuerdo de gobierno. Que haya pacto, aunque in extremis, tendría una poderosa lógica: que el partido de Junqueras sacaría peores resultados en una nueva cita con las urnas, engullido por Puigdemont, y que el soberanismo, en su conjunto, quedaría en manos del ex presidente. El precio del acuerdo deberá inequívocamente pasar por su cabeza, aunque nadie quiera asumir públicamente ese cáliz. De lo que no hay dudas es respecto a que todas las partes del independentismo andan negociando el reparto de poder.

¿Y entonces? Albert Rivera está decidido a preservar de la erosión a Arrimadas. Con todas sus fuerzas. El impulso del CIS aún le reafirma más en esa estrategia y lo ve como un punto de inflexión en la percepción que de sus siglas tienen los españoles. Las municipales y autonómicas están cerca y, a sus ojos, ha llegado la hora de dar su salto definitivo: el que le permita mirar de tú a tú a PP y PSOE. La conquista de grandes plazas, empezando por Madrid, es su prioridad.