País Vasco
El día que Aznar brilló por su ausencia
E s difícil tragarse que se trata de una simple cuestión de agenda. Ha habido tiempo de sobra para cambiarla. La ausencia de José María Aznar en la convención de su partido este fin de semana en Valladolid es, cuando menos, una descortesía, una crítica velada a su sucesor y, desde luego, una llamada de atención. Para algunos, un gesto irresponsable; para otros, una advertencia necesaria en estos momentos de desconcierto. No faltan los que se alegran de que el presidente de honor se haya quitado de en medio. Para ellos Aznar es una rémora. Consideran esto preferible a que su crítica hubiera estallado dentro de la reunión. Los juicios interesados de la oposición hablan de divisiones y rupturas en la derecha, confundiendo sus deseos con la realidad y el culo con las témporas. Lo que existe es un distanciamiento político, y parece que humano, entre Aznar y Rajoy. Después de dos años durísimos en La Moncloa, Mariano Rajoy ha comprobado que ya se va solo. Es decir, que no necesita guías, protecciones, consejeros áulicos ni tutelajes. Esto suele pasar. Le pasó a Adolfo Suárez con Torcuato Fernández-Miranda, al Rey con su padre y, en cierto modo, a Felipe González con Alfonso Guerra y con Zapatero. En este caso, los puntos de discusión son la política antiterrorista, que ha provocado una dolorosa, significativa e insignificante escisión en el País Vasco y que ha dejado en posición desairada a Jaime Mayor –lo de Vox es un invento más emocional que razonable–; la política económica y, sobre todo, el caso catalán, que requiere, según el sector duro del PP, mucha mayor contundencia.
Hasta ahora el partido ha sido un instrumento dócil y silencioso del Gobierno. En el amplio grupo parlamentario se ha impuesto la sumisión. Precisamente fue Aznar, con la ayuda de su «general secretario» Cascos, el que metió en cintura a la derecha, después de la descomposión interna de UCD, imponiendo una férrea disciplina interna. Aun así, el asturiano Cascos no aguantó disciplinadamente y rompió sin tardar mucho con sus viejos camaradas. Seguramente fue un error. Pero estas cosas pasan en política. Ahora el Partido Popular, en el que conviven varias tendencias y sensibilidades, sufre lógicos movimientos internos, que aún no alcanzan a ser convulsiones, pero que producen roces, ante las nuevas perspectivas electorales, más menguadas o menos boyantes que las de antaño. Más que Mariano Rajoy, que ha demostrado suficiente capacidad de aguante y acomodación a las circunstancias y que ha ganado hasta ahora todos los pulsos dentro y fuera del partido, la previsible depositaria de las críticas y de los palos será, de ahora en adelante, Dolores de Cospedal, la secretaria general, a la que pretenden poner en la cuerda floja. Y los intentos ya han empezado. También esto suele pasar. Pero, de momento, lo único cierto, lo más digno de consideración es que Aznar, personaje central de esta historia, tiene el orgullo herido y ha conseguido brillar por su ausencia.