Ciudadanos
El deceso de Ciudadanos
Ni tan siquiera aquellos que les jalearon les honrarán con un réquiem de difuntos y mucho menos asistirán a la ceremonia fúnebre a presentar sus respetos por los servicios prestados
Albert Rivera acarició el sorpasso. Aunque sólo fue un espejismo. Tuvo su momento a rebufo del resultado que logró en Catalunya cuando Ciudadanos, con Inés Arrimadas a la cabeza, se impuso en las elecciones de diciembre de 2017. Cosechó 37 diputados por delante de los 34 de Puigdemont y los 32 de un Junqueras que siguió la campaña electoral desde la prisión de Estremera.
Tal fue el empuje de Ciudadanos que dejó al PP al borde del extraparlamentarismo, en Catalunya. Y al PSC de Miquel Iceta con el peor resultado de su historia. Los naranjas contaban con no pocas simpatías. Incluso la cabecera del Grupo Prisa apostó sin tapujos por Ciudadanos tras el 1 de octubre de 2017. Como los banqueros catalanes que también vieron en Ciudadanos la respuesta al llamado «Procés» y financiaron generosamente la operación. El partido de Rivera se erigió entonces como el depositario de una confianza transversal para frenar en las urnas al independentismo catalán.
El cortejo no se prolongó más allá de las elecciones municipales y autonómicas de 2019. Pronto se le vieron las costuras. En Catalunya no logró quitar ni una sola alcaldía a los socialistas. Ni una, aunque apuntaló a estos en algunas de ellas. Ni tan siquiera en l’Hospitalet, segunda ciudad catalana, pese al rutilante fichaje del exministro de Zapatero, Celestino Corbacho. En Barcelona lanzaron la Operación Valls que fue un estrepitoso fracaso ante las expectativas generadas. Eso sí, sus votos fueron determinantes para aupar a Ada Colau que revalidó así la Alcaldía e impidió que Ernest Maragall, el ganador, fuera el Alcalde. A la contra, como el Real Madrid, siempre jugaron mejor. Sólo que los blancos son eternos y juegan para ganar.
Luego, los errores y ambición desbocada de Rivera sembraron el desconcierto, como si el éxito hubiera nublado su juicio. Primero, firmó un pacto inviable con Sánchez. Un fail en toda regla. Tras eso, viraje copernicano. De pactar con Sánchez a repudiarlo cuando éste se impuso en las elecciones. Rivera no tuvo el coraje de asumir una decisión patriótica. De ese patriotismo que propugnaba cuando sólo veía españoles. Rivera hubiera arrinconado a independentistas catalanes y vascos. Y dejaba fuera de juego a Podemos. ¿No es precisamente esa alianza del PSOE motivo de reproche constante? Cabe recordar que esa fue siempre la primera opción del versátil Pedro Sánchez que priorizó descaradamente un acuerdo con los naranjas. De haber apostado por Sánchez, hoy Rivera aún sería vicepresidente del Gobierno y Ciudadanos mantendría sus 57 diputados.
Pero el golpe definitivo a Ciudadanos se lo dio Isabel Díaz Ayuso cuando desbarató la estrategia de una Arrimadas que se pasó de lista. La lideresa, como un ciclón, se merendó a Edmundo Bal. El abogado, pese a no hacer una mala campaña electoral, sucumbió con estrépito ante la arrolladora presidenta madrileña. Igual que luego mandaría a la lona a Pablo Casado que resultó casi tan efímero como en su día Hernández Mancha. Ayuso ha convertido a sus rivales en sparrings.
Ciudadanos volvió a sufrir un revolcón en las elecciones vascas y gallegas. La pesadilla no cesaba. Feijóo no permitió que levantaran cabeza. Y para más inri vino la agónica debacle en Catalunya. Sobrevivieron a duras penas, pasando de 37 a 6 diputados en dos años. Una marca difícil de igualar.
Y si los madrileños los dejaron en cueros, el voto de los andaluces puede ser devastador. Tal vez sumen algún diputado en la roja Sevilla, sería en el mejor de los casos. E irrelevante. Porqué aritméticamente no van a contar para nada.
Ciudadanos es el ejemplo más notable de un ascenso vertiginoso y una caída fulminante en los ya más de 40 años de elecciones. Está la UCD de Suárez que se desintegró. Pero eran otros tiempos. De cambio de régimen.
Lo cierto es que Ciudadanos jamás fue un proyecto sólido y enraizado. Nacieron como reacción al tripartito de izquierdas que presidió Pasqual Maragall que, de hecho, en el otro extremo, también dio lugar al nacimiento de Reagrupament, el partido del expresidente Torra. Ambos soliviantados por esa alianza aunque por motivos opuestos. Para unos era como pasar del fuego a las brasas tras el hastío con Jordi Pujol. Para los de Torra, porque vivieron como una traición la apuesta de ERC -por Maragall primero y Montilla después- que dejaba en la cuneta a Artur Mas.
Ciudadanos es ya un juguete roto. Ni tan siquiera aquellos que les jalearon les honrarán con un réquiem de difuntos y mucho menos asistirán a la ceremonia fúnebre a presentar sus respetos por los servicios prestados. Subieron como la espuma alentados por muchos para desvanecerse. Ya sin ayuda alguna han lanzado por la borda un capital acumulado que por mucho que fuera prestado no supieron retener ni rentabilizar.
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