Juan Manuel Moreno

La política tranquila

A la gaseosa y explosiva vitalidad política de la presidenta de Madrid, Moreno Bonilla enfrenta una paciente serenidad que ofrece al elector seguridad y abrigo

Candela contempla en la tele a Moreno Bonilla y le parece el hombre tranquilo. Recuerda aquel dos de diciembre de 2018, cuando su amiga Elisa, que conoce a una persona que trabajó con él en la Secretaría de Servicios Sociales e Igualdad, le dijo que, según sus fuentes, aquel día iba a ser el último de la vida política del malagueño nacido en Barcelona –porque los malagueños, que tienen tendencia a ser universales como Picasso o Banderas, son como los de Bilbao, que nacen donde les parece bien–. ¿Y eso?, le preguntó Candela. Sencillo, como no es de los suyos, no olvides que es un hombre de Soraya, Casado le tiene enfilado. ¿Y si gana? ¿Cómo va a ganar, mujer?, si aquello es un coto socialista. Sí, pero las encuestas le dan un bajón a Susana Díaz. –Susana Díaz, se dice a sí misma mientras recuerda la conversación, qué borrosa hoy su imagen, que miserable e ingrata es la política, hermana de la desmemoria–. Nada, nada, que está ya su carta de dimisión en un sobre en Génova y éste se toma las uvas con su familia tranquilamente en su casa. Y sí, es miserable e ingrata la política, pero también, y mucho, caprichosa y sorprendente. No han pasado ni cuatro años y aquel muerto está tan vivo que puede hasta conseguir mayoría cómoda de gobierno el próximo 19 de junio. Hasta 53 escaños le dan las últimas encuestas, en un parlamento andaluz que tiene 109, con mayoría absoluta, por tanto, de 55. El tesorero de la carta de dimisión, el que se la iba a certificar nada más saberse los resultados de las elecciones, barrido por los que él mismo se realizó a corta distancia. No pudo con Ayuso y verá desde el sillón como su no candidato andaluz se refuerza con mayor consistencia aún que la madrileña.

Desde que tenía aquel certificado de defunción lacrado hasta hoy, ha cambiado el PP, ha cambiado España y, sobre todo, ha prendido en Andalucía una forma calmada y serena de hacer política. Ejemplarmente tranquila.

Aquel diciembre de 2018 Casado, casi recién llegado a la presidencia del PP, supo atinar con su estrategia y hacer suyo el inesperado ascenso. Ganó el PSOE, pero fue una victoria como aquella en la que el rey Pirro de Epiro, contemplando las muchas bajas de su ejército frente a los romanos en la batalla de Heraclea dijo aquello de «otra victoria así y vuelvo a casa solo», que fue lo que al final le pasó a Susana Díaz. Pudo Moreno Bonilla formar gobierno con Ciudadanos y el apoyo de Vox. Se sobrepuso al griterío inicial que desencadenó en la izquierda aquel pacto, y poco a poco, sin aspavientos, con la serena firmeza de quien sabe lo que hace, fue levantando alfombras, limpiando basura, sujetando ambiciones de los propios, escuchando a los extraños, tejiendo redes de respeto mientras destejía las de privilegios de tantos años de gobierno de una izquierda que con el tiempo fue dejando sus principios y acodándose en la barra del conformismo y la corrupción. Bueno, algunos en las barras americanas también.

A la gaseosa y explosiva vitalidad política de la presidenta de Madrid, Moreno Bonilla enfrenta una paciente serenidad que ofrece al elector seguridad y abrigo, y al socio –Ciudadanos en este caso– opinión, voz y responsabilidad. El matrimonio Bonilla Marín parecía una pareja o tríada de compositores, de esos que se amarran en las coplas como unidad inquebrantable, tipo Quintero, León y Quiroga, hasta que tocó anticipar elecciones y se rompió el amor (de tanto usarlo aquí también). Una ruptura que será o no definitiva en función de los resultados que consiga el ya fagocitado por sus errores partido de los Ciudadanos. Aquí sí ha habido lealtad y comunión, una gestión a prueba de traiciones y desencuentros partidarios porque los dos líderes han tenido claro el objetivo y puesto en común las estrategias. Gran parte del éxito que pueda estar ya cocinándose de Juan Manuel Moreno Bonilla es atribuible a su compañero de viaje, Juan Marín.

Candela, que siempre ha visto en el espigado líder de Ciudadanos en Andalucía un tipo discreto y leal, lamenta que la aritmética parlamentaria pueda terminar cercenando injustamente una carrera política que supo jugar el papel de su partido como no lo vieron sus líderes nacionales, particularmente el ambicioso e irresponsable Rivera, que era ser bisagra, herraje entre dos mundos para buscar un equilibrio. Apoyó primero a los socialistas, pero cuando llegó el momento de cambiar inclinó la balanza porque entendió que esos eran los deseos y el momento para Andalucía. No se equivocó. Su gobierno ha sido estable y eficaz. Y su papel, se repite Candela, crucial.

Intuye ella que a Moreno Bonilla le encantaría repetir, igual que a Marín, pero una vez disparada la bola electoral ya no dependerá de ellos.

Se pregunta Candela si no será una pura y simple cuestión de voluntad y carácter, de determinación por encima de las trifulcas partidarias, eso de alcanzar acuerdos entre discrepantes mirando al bien del personal al que administran.

Debe ser eso, sí. Y que no sobran ni el coraje ni los arrestos en el ruedo ibérico presente.