Jorge Vilches
Más líder, menos batalla
Feijóo no ilusiona, pero puede funcionar
El papel de Feijóo será fortalecer al PP con un liderazgo basado en la autonomía de los líderes territoriales, con un equipo de tecnócratas que no disgusten a la izquierda. Será el coordinador de un proyecto regionalista y constitucionalista con visión española, bajo la supervisión blanda de González Pons, el presumible nuevo secretario de organización.
La presión centralista que ejercía García Egea para conformar el partido al proyecto casadista será sustituida por un modelo de taifas coordinadas. Cada dirigente territorial podrá hacer y deshacer a su gusto en su territorio, como lleva apuntando Feijóo desde Galicia hace años. Esto le enfrentaba a Casado y García Egea, deseosos de dirigir la organización como un ejército o una empresa, al estilo de Pedro Sánchez o Santiago Abascal.
El PSOE y Vox son reconocibles y predecibles en cualquier lugar de España. El PP no lo va a ser ahora, salvo en cuatro puntos sobre gestión y constitucionalismo. La autonomía que se ofrecerá a los líderes territoriales para forjar alianzas y políticas será prácticamente completa. De esta manera, Mañueco puede pactar con Vox mientras que Feijóo no quiere ni oír hablar de Abascal.
La batalla que va a dar el PP a partir de ahora no será de ideas. No habrá guerra cultural contra los pilares de la hegemonía progresista y la dominación nacionalista. El PP de Feijóo volverá a la batalla de la gestión, a priorizar la economía frente a los principios políticos, y a intentar captar a los electores pragmáticos del PSOE y Vox. Que se desengañen Cayetana y otros defensores de ideas fuertes: vuelve el marianismo.
Feijóo es el líder conveniente para una derecha descentralizada, de políticos que construyen su dominio con políticas territoriales. Incluso la crítica constante a Sánchez tiene un sentido regional, como en Madrid, donde todo se vive de forma nacional. El antisanchismo es muy madrileño, y no funciona igual en otras regiones con menos vocación totalizadora. Eso es justo lo que va a hacer Feijóo: dar rienda suelta al regionalismo sin perder de vista España, como instrumento para fortalecer al partido en cada autonomía.
El proyecto unificador de Casado y Egea suponía construir una organización uniforme a través de congresos, y colocar ahí a los suyos. Pensaban que un partido era una sola voz, sin solistas, como dijo Casado en Sevilla; es decir, que solo hubiera un mensaje, no diecinueve, y evitar que Génova tuviera que asumir decisiones contrarias a la estrategia nacional. Por ejemplo, cuando el PP de Ceuta permitió que se declarase persona “non grata” a Abascal en julio de 2021, y luego Génova tuvo que corregir.
Ayuso y Casado no encajaban por esta cuestión. La presidenta madrileña quería ser libre frente a las directrices de la dirección, y así se lo dijo a Moreno Bonilla en Sevilla. Solo de esta manera Ayuso pudo convocar elecciones el 4-M, cuando la amenaza de una moción de censura de Cs no se la creían Casado y Egea, cuya estrategia pasaba por fiarse de Arrimadas.
Las reticencias de Moreno Bonilla con Casado se debían al choque entre el interés partidista regional y el nacional. Génova quería una renuncia general a los gobiernos de coalición, mientras que en Andalucía son necesarios. Es más; Casado y Egea querían que Moreno Bonilla adelantase las elecciones autonómicas para que allí desapareciese Cs y así terminar de absorber a sus votantes a nivel nacional. La idea era que la noticia de la muerte de Cs atrajera a cientos de miles de votantes al PP como mal menor.
Feijóo quiere ir al Congreso con el acuerdo previo de los dirigentes territoriales. Será el coordinador de un proyecto basado en los regionalismos, en garantizar la autonomía de cada dirección local. No es la CEDA, no se asusten. Es la solución a un partido que alberga ideas muy distintas, con el propósito de crear una alternativa constitucionalista al socialismo. No ilusiona, pero puede funcionar.
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