Escultura

¿El rey va desnudo?

En Nueva York, un círculo dibujado en el suelo indica dónde se supone que la «escultura» inmaterial se posa y las gentes se asombran

Ilia Galán Díez

Lástima que el cheque recibido, por valor de quince mil euros, no fuera también invisible, como la susodicha escultura, pretendida obra de arte que se vendió hace poco, un «concentrado de pensamientos» –dicen los embaucadores–, sí, pues «el vacío es un espacio lleno de energía», comenta el pretendido artista, un tal Salvatore Garau..., italiano ya casi anciano... Solo ha pensado la escultura y considera dicha consideración como arte, bautizándola con el título: Io sono (Yo soy)... Después de venderla, presentar quería otra «obra» invisible en Nueva York y, de modo sorprendente, con el apoyo del Instituto de Cultura Italiano. Ya más de un siglo después del urinario y los demás ready made de Duchamp, nos entregan estos tiempos los productos «más excelentes» de la «cultura». En Nueva York, un círculo dibujado en el suelo indica dónde se supone que la «escultura» inmaterial se posa y las gentes se asombran. Ni el ridicule de la corte de Luis XIV ni los lujos bizantinos y sus disputas llegaron a estos extremos.

Acciones que, lejos de encender el afán por aprender o prestigiar el mundo de las artes, por su perversión siniestra, las hacen ridículas y desdeñadas por la mayor parte de la población que, como Obélix, declaran, y con razón, que «los romanos están locos». La mayoría denigrada por un patético «sistema de las artes» ve lo que el niño proclama y esto, lo mismo que sucede en el panorama cultural, ocurre en la política o en la organización general de nuestras sociedades.

No es nuestro rey Felipe quien va desnudo, sino nuestro presidente, nuestros ministros/tras/tres/tris/trus, y no pocos cargos de responsabilidad (más bien irresponsabilidad). Ciegos que pretenden guiar a otros ciegos, pero con vista muy aguda para el interés personal.

Los políticos no ven, nosotros no vemos, solo los «niños», quienes viven sin prejuicios o con menos velos y pasiones particulares, sin intereses corruptos, detectan lo que es evidente, que esto no va bien, que hay mucha tontería, que la política se reduce a asuntos genitales, universo abdominal (feminismo, hermafroditismo mental o variantes extremas de la sexualidad; la gastronomía y el sofá) y, mientras, las diferencias económicas expulsan a muchos de nuestra sociedad, cuando miles, lejos de nuestras fronteras, se acercan para asentarse en nuestras tierras, con otras razas o lenguas, con otras religiones, tal vez odiando nuestra cultura y civilización, movidos por el afán de prosperar, por la economía, también algunos buscando refugio, perseguidos por sus ideas. Pobres gentes y también algunos posibles terroristas entre nosotros se asientan.

La supuesta escultura partió en la casa de subastas Art-Rite de Milán con un precio inicial de seis mil euros, pero llegó a adquirirse, en las pujas para lograr la fama de la estupidez máxima, por quince mil euros, el sueldo de un año para muchos, por desgracia. El certificado de propiedad de dicho engendro inmaterial dice que se posee esa «escultura» de 150 x 150 cm de tamaño, y que no puede colocarse en el espacio reservado a dicha obra, lo que firma el autor en abril de 2020. Dicho ingenio habría de establecerse en el espacio libre de estorbo de una casa particular, ahí está la gran subnormalidad de los que se creen superiores a la masa normal en general, por cultura y economía, por demostrar que son algo especial. El artista dice que: «Más que esculturas invisibles, las definiría como esculturas inmateriales. Mi fantasía, entrenada toda mi vida para sentir diversamente lo que existe en torno a mí, me permite “ver” lo que aparentemente no existe.» Dicho personaje comenta que su «obra» confirma «como un hecho incontestable» el principio de indeterminación de Heisenberg. En realidad, lo que demuestra es la gran estupidez de parte de la intelligentsia occidental y de nuestro sistema de valores, subastas, museos y artes.

El supuesto artista sardo cree, como tantos tontos, que arte es lo que diga un artista. Otros teóricos argumentan que es lo que declaren los especialistas (teoría institucionalista), pero si miramos el diccionario de la lengua nuestra y otras como la francesa, itálica, alemana o la inglesa, el arte es una expresión sensible, un objeto. Por tanto, lo que ese personaje ha hecho no son sino atrevidos pensamientos sostenidos y pagados por necios.

Nuestros dirigentes perdieron el sentido común, distinguiéndose de la mayoría de las gentes con disputas extravagantes. ¿Y lo importante? Envejecimiento masivo sin futuro en la pensión, despoblación, paro e inmigración...

Como en el célebre cuento de Andersen, los sastres que «habían tejido» la tela invisible y maravillosa, la más lujosa, aunque era celebrada por los cortesanos, pues no querían pasar por bobos, finalmente fue denunciada por el niño cuando vio al rey desfilar desnudo, y lo dice mientras los demás asienten, por fin, ante lo evidente. El traje nuevo del emperador no existe.