Internacional

Afganistán: última lección

«Difícil resumir estos años de sacrificios, heridos, muertes»

Con la misma sobriedad con que el Coronel de Operaciones Especiales Álvarez Planelles daba novedades en Torrejón al Rey Felipe VI el pasado 13 de Mayo una vez terminada nuestra presencia en Afganistán, el 24 de Enero de 2002 se despedía del Rey Juan Carlos en Zaragoza, el Coronel Jaime Coll de la Brigada de Cazadores de Montaña. En veinte años, 27.100 militares y guardias civiles han estado empeñados en una compleja misión situada a 6.000 kilómetros, con un enorme coste en fallecidos –102– y otro tanto de heridos. Distancias en tiempos y circunstancias entre las que vivió aquel primer contingente aterrizado en un aeropuerto de Kabul sin la menor ayuda a la navegación aérea en doce escalonados vuelos de Antonov 124 y siete de Hércules c-130, con el regreso ahora de los últimos 24 efectivos en un moderno A-400; nada que ver con los equipos utilizados, ni con las comunicaciones, ni con la opinión pública o las relaciones internacionales. Jaime Coll saldría con lo puesto, buenas raciones de previsión, ropa de invierno propia de las tropas de Montaña, un sencillo Manual de Área impreso con urgencia por la Fuerza de Maniobra entonces en Valencia, sus experiencias internacionales, el respeto de sus subordinados, la confianza de sus superiores, su capacidad de adaptación y buena mano izquierda. Solo él y su gente saben lo que encontraron: atentados con bombas, desolación, incluso terremotos. Edad Media.

Tras los atentados del 11-S y los ataques norteamericanos de octubre de 2001 – «Libertad Duradera» – que derrocaron el régimen de los talibanes, en los acuerdos de Bonn de 22 de Diciembre de 2001 se constituía la Autoridad Interina Afgana con un mandato de seis meses para preparar una transición y redactar una nueva constitución. Dos meses después en una conferencia de donantes en Tokio se introducía un utópico: «lograr la reconstrucción, una gobernanza representativa y la eliminación del terrorismo y el tráfico de estupefacientes». Pronto fue asumiéndose no obstante, la teoría que alberga una sabia expresión inglesa: «afghan good enough» (conformémonos en dejar una situación «suficientemente buena para los afganos») (1).

Comprometida España, el Consejo de Ministros del 27 de Diciembre de 2001 autorizaba el despliegue de 485 efectivos. Poco tiempo tuvo el coronel Jaime Coll para preparar su contingente. Sí para asimilar dos ideas: una del primer comandante de ISAF, el general británico John Mc Coll (2): «esto es la luna, llena de minas»; otra del escritor James Michener (3): «es como Palestina en tiempos de Jesucristo».

Eran años en que nuestras partidas presupuestarias extraordinarias se gestionaban en Hacienda en un modulable capítulo 2.2.8 de los PGE gestionados por una eficaz y a la vez exigente Elvira Rodríguez. Certifico que no se malgastaba un céntimo. Tiempos en que con la sola experiencia de Bosnia, nuestros medios, tanto terrestres como aéreos, no podían dar respuesta al tipo de guerra con la que se encontrarían nuestros soldados. Hubo que realizar compras urgentes y costosas de materiales, especialmente blindados. La opinión pública, no obstante, fue asimilándolo.

ISAF surgida de aquellos primeros acuerdos y resoluciones de NN.UU de 2001, ciñó su mandato a la capital Kabul. Lo ampliaría a todo el territorio afgano en agosto 2003 bajo bandera de la OTAN en lo que ha sido su mayor operación fuera de área. Llegó a contar con 140.000 efectivos pertenecientes a 51 países. En Enero de 2015 – «Resolute Support»– cambiaría el tipo de misión.

España, presente en la zona desde los primeros momentos, asumiría en 2005 el mando de la base de Herat y los Equipos de Reconstrucción Provinciales de Qala-i-Naw. En 2010 el Congreso aprobaría un contingente de 1.549 efectivos, máximo de nuestra aportación en la zona.

«Gracias por vuestro esfuerzo de estos años; nunca lo olvidaremos», escribía el general afgano Wadafar en Enero de 2014 al último jefe de la base de Qala i Naw, Coronel José Luis Murga. En Herat aún recuerdan a nuestros médicos. Pero el esfuerzo tuvo su coste: ocho años en la remota y pobre provincia de Badghis se habían cobrado la vida de 18 efectivos españoles.

Difícil resumir estos años de sacrificios, heridos, muertes. También de reconocimientos al valor acreditado, a amistades imperecederas de una valiosa generación de soldados.

La actual comandante Ángela Bercillos, desactivadora de minas en Ludina y Moqur reconocería recientemente (4 ): «vivíamos una situación de incertidumbre y estrés continua, pero nos sostenían los valores que hemos asumido y por los que hemos decidido darlo todo»; «el espíritu de sacrificio, el sentido del deber, la responsabilidad y el compañerismo lo hicieron posible».

Pensando en lo que vivimos actualmente en España, no encuentro mejor última lección.

(1). Citado por el general Fabián Sánchez; «Afganistán: un conflicto interminable». AKRON. 2010.

(2). La coincidencia del apellido Coll dio pie a jocosos comentarios.

(3). «Caravanas». Ed.GP. 1974

(4). Alfonso Rojo. La Razón 16 de mayo 2021.