Eutanasia

Tribuna: La falacia de la autonomía en la ley de eutanasia

«El contradictorio ’'éxito médico’' de la eutanasia es la muerte del paciente y no su cuidado cuando ya no se pueda sanar»

Emilio García - Sánchez

Recientemente, uno de los cuatro mil enfermos españoles de Esclerosis Lateral Amiotrófica ha criticado la Ley de eutanasia porque no sabe qué autonomía y libertad individual podrá ejercer cuando, sin ayudas del Gobierno para sobrellevar su enfermedad, solo se le dé a elegir entre sufrir o morir. El hecho es que, sin cuidados paliativos, este tipo de enfermos incurables no tendrán posibilidad de elección autónoma ante la eutanasia. Resulta socialmente injusto querer convertir la eutanasia en un derecho cuando este no se va a poder ejercer libremente al estar condicionado para exigirlo.

La autonomía del paciente como principio prima facie de la bioética y regulada en la ley 41/2002 obliga al médico a informar debidamente de las alternativas posibles tanto de los tratamientos propuestos al paciente como de los que éste decida rechazar aun siendo vitales para él. En el caso que nos ocupa, solo se podría respetar la decisión autónoma de no querer seguir viviendo si los médicos ofrecieran a ese paciente todas las alternativas médicas existentes a esa petición de administrarle una inyección letal de cloruro potásico o morfina. Y hoy la alternativa ya disponible al deseo de morir por sufrimiento no es la nada sino cuidarles con medicina paliativa, ofreciéndoles la posibilidad de ser atendidos en casa o en el hospital, facilitando que sus cuidadores reciban las bajas incentivadas, y preguntándoles si quieren recibir asistencia psicológica y/o espiritual. Hasta la propia OMS declara que con el desarrollo de los cuidados paliativos no es necesaria ni tiene sentido la legalización de la eutanasia.

Nunca la eutanasia será el resultado de un balance objetivo de riesgos/beneficios usado en las decisiones médicas para aplicar o no un tratamiento; no procede de una ponderación equilibrada de bienes. Descartado como un acto médico se convierte en ideológico, en un modo de entender y atender la enfermedad que queda fuera de la praxis médica al buscar la muerte como objetivo. El contradictorio «éxito médico» de la eutanasia es la muerte del paciente y no su cuidado cuando ya no se pueda sanar.

Pedir la muerte porque se sufre física o/y psíquicamente ¿es una elección libre? El conjunto de enfermos que especifica la nueva ley como destinatarios de ese nuevo derecho a morir ¿van a elegir lo mejor, lo bueno y lo que realmente quieren? El reciente manifiesto La vie pas la mort suscrito por más de 175 asociaciones francesas especializadas en cuidados paliativos sostiene que esas ayudas médicas restauran la libertad del paciente al controlar tanto el dolor como el sufrimiento mental. Se concluye que los que sufren no quieren morir sino dejar de sufrir, siendo, precisamente, ese estado de fragilidad en el que se encuentran lo que confirma la imposibilidad de ser autónomos para desear la muerte. La eutanasia atiende con ardor a la libertad de un individuo que en muchos caos la solicita condicionadamente pero no atiende para nada a la causa de esa solicitud que es el sufrimiento no paliado.

Libertad de elección

Los enfermos graves incurables y con sufrimientos insoportables, deprimidos, discapacitados, nunca podrán ser autónomos y competentes por la misma razón por la que están mal, por su enfermedad y no por un atropello de su libertad. Como sostiene en The Guardian la experta holandesa en ética médica Berna Van Baarsen, resulta imposible establecer si un paciente con demencia, alzhéimer, o cáncer muy avanzado está sufriendo de modo insoportable porque sencillamente ya no puede explicarlo personalmente.

En ese momento, dada la situación clínica, la petición de muerte no puede estar respaldada en una verdadera autonomía. Tampoco podrían confirmar si mantienen o no su decisión dejada por escrita años atrás cuando aún estaban sanos. Los enfermos graves, por su estado, cambian de opinión cada poco, y, de hecho, el mismo deseo de morir constituye un síntoma objetivo de la enfermedad, y no la expresión lucida de la capacidad de autodeterminación.

¿Cómo podríamos reconocerles como sujetos libres y autónomos, y por tanto legítimos demandantes de eutanasia, si están en la fase de mayor fragilidad, si no están en pleno uso de sus facultades y son altamente influenciables? Se trata de un dato científico avalado por médicos especializados en acompañar a miles de enfermos en su proceso de muerte: los enfermos que contempla la ley no son autónomos sino dependientes. Esta es la realidad que rompe en pedazos la justificación garantista y autonomista que atraviesa la regulación de la eutanasia. Al final, como así sucede en Holanda y Bélgica, serán otros (médicos y familiares) los que se apropiarán de la decisión de los enfermos graves – de su derecho a morir– cuando estos ya no puedan decidir, convirtiendo la eutanasia en un acto involuntario e ilegal.