Delitos de odio
Libertad sin ira
La falta de respeto no está avalada por la libertad de expresión
Hablar de delitos de opinión en lugar de delitos de odio, o de preso político refiriéndose a quien incita a la sociedad a utilizar la violencia y de paso arruinar a hosteleros y comerciantes, por si aún no ha conseguido hacerlo drástica y suficientemente la Covid19, evidencia que la manipulación y la perversión del lenguaje son capaces de lograr algo tan dramático como peligroso: transformar la realidad y fagocitar el sentido común. Y cuando esto ocurre, lo que más se echa en falta es, precisamente, eso en lo que se amparan para insultar, amenazar, despreciar, humillar: libertad.
La verdadera libertad no tiene nada que ver con humillar «libremente» a quien no opina como nosotros o incluso desear su muerte, sino que consiste en el dominio absoluto de uno mismo: ser dueños y autores de nuestros pensamientos, para ser dueños de nuestras emociones, sentimientos y acciones. Y quien es capaz de esparcir toda esa inquina vive claramente preso de sus emociones. De su ira. La falta de respeto no está avalada por la libertad de expresión. Y menos aún el discurso del odio de quienes llegan a justificar acciones terroristas e incluso la humillación de quienes han sido víctimas de la violencia. Ha de existir un freno legal a esas barbaridades que no producen más que repugnancia. Burlarse de personas con nombre y apellidos, con quienes ya no están porque así lo decidieron unos terroristas, con quienes ejercen su libertad para pensar de manera diferente… son expresiones radicales y excluyentes que consiguen perpetuar el malestar y ese veneno corrompe y no permite que vivamos en un país en el que reine el respeto, la serenidad, la unidad.
Los radicalismos solo generan disputas, injusticias, enfrentamientos absurdos e inútiles… y quienes promueven, jalean o ensalzan ese veneno y el odio hacia lo diferente no están ejerciendo su libertad de expresión, sino enfrentándonos y haciéndonos involucionar.
Utilicemos la libertad para pensar por nosotros mismos, no para justificar asaltos y destrozos, que nos arruinen aún más. Cada vez somos más los que opinamos como Billy Wilder: «Dicen que no encajo en este mundo. Francamente, considero esos comentarios un halago. ¿Quién diablos quiere encajar en estos tiempos?»
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