Economía
Galdós y España ante la Revolución Industrial
“Si os dedicáis todos a figurar, no formaréis una nación, sino una plaga y acabaréis por tener que devoraros los unos a los otros”
Aunque da la impresión de que las actuales autoridades no se volcaron precisamente para celebrar el Centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós, en 1920, sí ha existido un amplio conjunto de consideraciones sobre su obra y, entre otras cosas, sobre su diseño de la realidad económica nueva surgida en España en el siglo XIX. Concretamente, los Episodios Nacionales nos permiten analizar el nacimiento del capitalismo burgués, y datos esenciales sobre la aparición de un conjunto comercial importante en Madrid. Todo eso forma parte destacable de su obra, porque ofrece sobre ello, datos valiosísimos. Las citas entre comillas que van a continuación proceden de las novelas, Prim, O´Donnell, La de los tristes destinos, Montes de Oca, La revolución de Julio, Luchana, y La Campaña del Maestrazgo. De esas obras procede este artículo.
Me he referido ampliamente, en otras ocasiones, al papel jugado en el siglo XIX por las inversiones extranjeras en España. Lo que me interesa ahora es destacar su respuesta a la nuevas tecnologías, surgidas a finales del siglo XVIII, y su complemento financiero. Debo añadir que a Galdós las instituciones financieras que nacían en España no le merecían precisamente gran confianza. Lo manifiesta cuando, en La Revolución de Julio, habla de Rementería: «Esto es muy bueno, esto es vivir a la moderna, esto es progresar….aunque voy aborreciendo a nuestro amigo Rementería por hablador insufrible; pienso que este hombre enfadoso y cargante es un Mesías que viene a traernos vida nueva. Poco vale el Mesías, pero sin duda no merecemos otro. Ahora falta ver qué regeneración nos trae, y cómo la recibimos». También sostiene, a veces, de modo muy claro, y otras, con un mensaje más bien crítico, que no estamos dotados para la actividad económica, como el resto de Europa, y en especial, como Francia e Inglaterra.
Por supuesto, que también Galdós habla de las inversiones extranjeras en España, bien en ferrocarriles, bien en servicios de todo tipo, bien en el monopolio del gas de las principales poblaciones, bien en explotaciones mineras, como la de Riotinto; pero, sobre todo, le interesó en muchos sentidos el panorama que surge en España como respuesta al estallido mundial de la Revolución económica y tecnológica, desde finales del siglo XVIII.
También debe señalarse que a Galdós todas las instituciones financieras nacientes en España no le merecen gran confianza. Véase, por ejemplo, cuando insinúa en La Revolución de Julio: «una idea fecundísima: desconfío de las personas que las ejecutan». Quizá porque sostiene, a veces, de modo muy claro, y otras con un mensaje más bien crítico: «Y cuando se acabe el sitio, si vivimos, te la llevas a Francia, que allí bien puede ser que despliegue con más tino sus invenciones. España no es país para eso: aquí inventamos guerras y trapisondas. Cosas de maquinarias, siempre vi que venían del extranjero…de donde deduzco que lo que aquí es locura, en otra parte no lo es». Este último párrafo aparecido en Luchana, que tuvo actualidad en ese momento, vuelve a tenerla.
Era evidente la desconfianza de Galdós con los adinerados que existían entonces en España, por estar empachados con los negocios dispares, que hemos señalado; por eso escribió: «Debo advertir, para que no te adormezcas en una confianza optimista, que nuestros hombres de dinero no se aventuran a ningún negocio que no vean claro y seguro, desde el momento que se les plantea. Por rutina, por comodidad, van tras las ganancias fáciles, con poco riesgo, y, sin quebraderos de cabeza, han tomado el gusto a las gangas que nos ha traído la transformación social; se han acostumbrado a comprar bienes nacionales por cuatro cuartos (o sea, como consecuencia de la Desamortización), encontrándose en poco tiempo poseedores de campos extensos, feraces y no se avienen al emplear el dinero en operaciones aleatorias de beneficio lento y obscuro…. Que nuestros ricos están a las maduras y no a las agrias, lo veo palpablemente en que pudieron agruparse y acometer con dinero español empresa tan nacional y útil como el ferrocarril de Madrid a Irún; se han echado atrás, dejando esa inversión en manos de extranjeros». Y casi a renglón seguido, en O´Donnell, sigue: «Buscaremos un Creso, entre los pocos Cresos españoles que tengan el sentido de la reconstrucción, en vez de sentido de la destrucción….Un principio negativo les ha hecho ricos….Grandes casas son levantadas con material de ruinas….Han contratado el derribo de la España vieja. ¿La nueva, quién la construirá?»
Galdós, ante este panorama comparativo de la situación española por la Revolución Industrial, se limita a dar un consejo humildísimo en La campaña del Maestrazgo: «Ya no me queda qué deciros sino que seáis trabajadores, que os procuréis un modo de vivir independiente del Estado y ya, en la labranza de tanta tierra inculta, ya en cualquiera ocupación de artes liberales, oficios o comercio, pues si así no lo hacéis y os dedicáis todos a figurar, no formaréis una nación, sino una plaga y acabaréis por tener que devoraros los unos a los otros en guerras y revoluciones sin fin».
Y ese mensaje de Galdós, expuesto en la Restauración, una vez superadas guerras civiles y el caos de la etapa del Sexenio Revolucionario (1868-1874), ¿no nos sirve todavía?
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