Internacional
Golpe en Birmania: la Premio Nobel, otra vez detenida
Tras las últimas elecciones, Aung San Suu habría tenido mayor poder para influir en los militares
La líder de la Liga Nacional para la Democracia de Myanmar, Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz que pasó años de arresto domiciliario por su oposición a la dictadura que gobierna la antigua Birmania, ha vuelto a ser detenida tras ganar las elecciones. El Gobierno denunció los resultados como fraudulentos, aunque haya obtenido el 80% de los escaños con un 70% de participación, y aunque la misma Junta Electoral haya confirmado que las elecciones han sido limpias.
Para empezar, Aung San no es la líder de facto del país, ya que necesita la colaboración del elemento castrense para gobernar, al controlar estos un 25% de los escaños del parlamento, así como los ministerios fundamentales del Gobierno, nominalmente encabezado por la Liga, pero, en realidad, dirigido por militares.
La estrategia de largo recorrido de colaboración de la Nobel con la dictadura para traer la democracia a Birmania, buscando paz y estabilidad, se manifestó en su postura neutral ante el conflicto en el Estado de Rakhine (Arakán) entre los rakhine (budistas) y la mayoría rohingya (musulmanes). Una estrategia también visible en la profesionalización de la administración pública, donde se consiguió apuntalar el poder civil.
Aung San sufrió el desprecio internacional por su neutralidad y se habló incluso de retirarle el Nobel. La paciencia, entereza y diplomacia que ha mostrado esta mujer, contra viento y marea, merecerían otro premio. Con la dictadura encima, Aung San difícilmente hubiera podido poner en marcha políticas humanitarias para ayudar a los Rohingya: Leyendo entre líneas sus declaraciones, en clave del Sudeste Asiático, se sobrentendía una solución de compromiso calculada para defender los intereses generales del país desde dentro, y no ofender al poder castrense, desencadenando situaciones aún más violentas. En entornos culturales de alto contexto holista, altamente jerárquicos y asianistas, una reacción contra líderes incuestionables en favor de los rohingya, podría haber acarreado consecuencias impredecibles.
La expulsión de los 200.000 rohingya de Arakán a Bangladesh se amplificó en las organizaciones de Derechos Humanos, exagerando intencionadamente las acciones contra los musulmanes. Es decir, se utilizó que Aung San no se opusiera al Gobierno militar estratégicamente para avanzar los intereses globales de la Umna islámica en Arakán, una de las regiones más pobres del mundo: otra «nueva Palestina» que realzara la imagen victimista de otra nueva comunidad islámica más, agredida en Sudeste Asiático.
Sin embargo, y aunque había intentos gubernamentales para expulsar a los Rohingya desde antes de los años noventa, la situación en los campos de refugiados en Bangladesh no es nada buena, y la reacción del ejército contra los musulmanes fuera desmedida, esta es consecuencia de los múltiples atentados terroristas islámicos previos por parte de los mismos Rohingya. Los islámicos son muy beligerantes en la región y es su costumbre forzar a los budistas – y miembros de otras religiones – a convertirse a los rigores del Islam. De hecho, para casarse con un musulmán es necesario abandonar la propia religión. Y si no se es islámico en una región de esta naturaleza, se está sujeto a impuestos extraordinarios, (Yizia) y discriminaciones (Dhimmi).
Con todo, este sólo es un conflicto de los muchos abiertos en la complejísima y multicultural Birmania, donde persisten otros cuatro grandes contenciosos de amplio calado: El del estado Kachín, de mayoría cristiana frente a la minoría budista; el del estado Kayah; el del estado Kayin (Karen), y el del estado Shan –con el estado Wa, apoyado por la República Popular China, en su centro, una narcodictadura de tintes maoístas, que ahora también vive del juego y la prostitución.
Una vez cerradas las puertas de la ayuda de Occidente con el contencioso Rohingya, Myanmar necesita más que nunca la colaboración de la China comunista. Son 800.000 ciudadanos chinos los que se han establecido ya en el país para expoliar sus recursos naturales. Enemistados hasta con la misma migración china anterior, traída por los británicos antes de la Segunda Guerra Mundial, constituyen un país dentro del país; viven en sus propios barrios y condominios especiales, separados de la paupérrima población nativa, y con un nivel de vida bastante más alto que el de los birmanos. Un gobierno democrático iría en contra de sus intereses.
Tras las últimas elecciones, Aung San Suu habría tenido mayor poder para influir en los militares y las decisiones políticas del país, empezando por el estatus de los Rohingya. Sin embargo, el destino vuelve a jugar en su contra.
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