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Concejo de ancianos ( y II)
Planeta Tierra
Alejandro Nieto fue el tercero de los miembros de mi concejo de ancianos, sobre el cual ya dijimos algo la semana pasada (al mencionar ya a Enrique de Aguinaga y Juan Velarde). Ese tercer anciano de mi concejo, Alejandro, pasó a mejor vida, que se dice coloquialmente, tras una larga enfermedad, ya recogido en casa en sus últimos meses, con sus pensamientos siempre en gran actividad. Recuerdo la última conversación que tuvimos por teléfono, porque ya no se le podía visitar. Me despedí de él con una conversación que él llenó de sabiduría, no en vano había llegado a presidir el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el CSIC.
Y sobre todo, Alejandro se permitía dar consejos y hacer recomendaciones. Un día me dijo: «Ramón, permíteme que te diga que tú tendrías que ser, un día, presidente de nuestra Real Academia de Ciencias Morales y Políticas». «Muchas gracias, querido Alejandro –le contesté yo–, pero prefiero seguir transitando, simplemente, por el convivium académico del diálogo platónico de todos los martes por la tarde».
Por último, citaré a Amando de Miguel, mi cuarto senecto bien dilecto, que fue, sin duda, una de las personas con quien tal vez tuve más confianza en el planeta de la docencia y la cultura. En 1994 me invitó a un ciclo de conferencias que organizó en Ávila, no recuerdo con qué patrocinador, sobre las negociaciones luso-españolas para el célebre Tratado de Tordesillas de 1494. Me di cuenta entonces de la grandeza de aquel pacto, que ganó para España el reconocimiento universal. Y Amando estuvo como conductor de pensamientos en aquel trance.
Esos cuatro ciudadanos, Aguinaga, Velarde, Nieto y De Miguel, muertos muy recientemente, se despidieron uno a uno. Y en el cenáculo final que imaginé, tuvimos un excelso intercambio de ideas.