Madrileñ@s

Cielo Submarino: «Intentamos hacer la música que nos gusta escuchar»

La banda madrileña de pop rock, con raíces y mucha experiencia en la capital, acaba de presentar su primer álbum, autoproducido y que cuenta con 13 canciones. Su próximo concierto es el 25 de enero en Tempo Club

De izquierda a derecha, los integrantes de Cielo Submarino el pasado 4 de diciembre en la Plaza de Olavide: José Luis Luna, Sergio Blas, Eduardo de la Mata y Rober Aracil
De izquierda a derecha, los integrantes de Cielo Submarino el pasado 4 de diciembre en la Plaza de Olavide: José Luis Luna, Sergio Blas, Eduardo de la Mata y Rober AracilDavid JarFotógrafos

Un día de 1987 a Eduardo de la Mata lo meten en un coche. Tenía siete años y dejaba atrás la ciudad en la que creció, San Cugat del Vallés (Barcelona), para venir a la capital. Ese viaje se amenizó como solían hacer en los trayectos familiares de Barcelona a Toledo para pasar la Navidad: los cuatro hermanos cantando coro. La familia –su madre y sus tres hermanos; el padre falleció en 1983– aparece en Alameda de Osuna, de donde eran los abuelos paternos. Al llegar, se dan una vuelta para conocer el barrio madrileño. En ese paseo, Edu dice que lo vio: no podía ser otro, era indistinguible. Un niño con el pelo largo muy largo que volaba en su monopatín. Al fin y al cabo estaba viendo a una leyenda, aunque todavía no lo era y él no lo sabía.

2024, 4 de diciembre. Sergio Blas (Móstoles, 1980) llega a la Plaza de Olavide en una mañana tan soleada que engaña y hace olvidar el frío que hay a la sombra. Va vestido con camisa y pantalones vaqueros, corte de pelo al estilo de The Beatles, bigote frondoso, gafas de sol. En una encuesta a pie de calle, nadie fallaría el tiro: Sergio es músico. Sobre todo, cuando minutos después lo saluda José Luis Luna ‘Josele’ (Madrid, 1979): pelo canoso infinito, chupa de cuero, mirada profunda. Al poco cae Eduardo de la Mata: algo más discreto, todo de negro, pero su guitarra a la espalda lo delata. El último es Rober Aracil, con su pelo largo peinado hacia atrás y un andar algo perezoso.

Los cuatro forman Cielo Submarino, una banda madrileña de pop rock, que el pasado 27 de noviembre presentó en la Sala El Sol su primer disco, titulado como el nombre del grupo y que cuenta con 13 canciones. «El concierto creo que salió mejor porque está Josele. La gente nos dijo que habíamos sonado más contundentes. Y yo también lo pienso», dice Edu, que recibe la sonrisa de agradecimiento de Josele.

(Antes de este, habían realizado dos conciertos más, pero sin haber estrenado el álbum. «Para el primero no habíamos sacado nada y la gente intentaba cantar las canciones. En el segundo, la gente cantaba algunas. Y el otro día había personas que las cantaban enteras», explica Edu».)

Al estreno fueron unas 200 personas. «No era un ‘sold out’. Un miércoles era un día malo. Pero contentos. Como no cojas ese día, tenías que esperar. Y ya teníamos el disco programado para el 21 [de noviembre]», señala Rober.

Las canciones del álbum parten de Sergio, de sus estados de ánimo. «Sergio tuvo una relación con una chica que acabó mal. Se quedó super jodido y en una semana vomitó las canciones. Soltó todo. Tiene un poco que ver el estado de ánimo de alguien que lo ha dado todo por alguien y se ha encontrado con que tenía que hacer es quererse a sí mismo», cuenta Edu, que hace de portavoz, justo cuando suena en el bar donde se da la charla «Karma Chameleon», de Culture Club. Sergio añade: «Estados de ánimos... A todos nos pasan este tipo de cosas, y cualquier se puede sentir identificado». Edu también ha producido el disco. «La producción la llevé más a bandas de ‘power pop’ como Redd Kross o The Posies. Y luego en el futuro expandiremos el sonido». Esto es: meter teclas, otro tipo de sintetizadores…Y es que Cielo Submarino ya tiene prácticamente otro disco compuesto». «Como el proceso de hacer el primero es tan largo, se acumulan canciones e ideas», matiza Rober. Su próximo concierto es el 25 de enero en Tempo Club.

El camino hasta llegar ahí ha sido largo. En 2019 Sergio, el cantante principal ahora, tenía una banda y le decía a Edu, que era el dj de un bar y también era parte de la banda Diavlo, que tocara con él. Cuando se acabó lo de Diavlo, Sergio le propuso a Edu grabar un solo de guitarra para una canción suya. «Me fui al estudio en Móstoles. La escuché y dije, ‘qué canción más buena’. Y me enseñó otra y otra y otra y yo no daba crédito. Y le dije: ‘quiero ser tu guitarrista y te quiero producir», cuenta Edu, que es guitarrista y cantante secundario. Esa misma sensación –«Qué bien hecho está. Te sientes identificado y quieres participar»– también la tuvo Rober, que se unió al grupo un poco más tarde.

Primero empezaron llamándose 1980, pero después lo cambiaron. Se quedó en Cielo Submarino. «Sergio quería un nombre que tuviera que ver con algo ‘beatle’ pero que no fuera muy evidente. Pensamos en Yellow Submarine, de ahí pasó a Hielo Submarino y se quedó en cielo, porque Rober me decía que una de las cosas que más le gusta a hacer es bucear con su hijo y darse la vuelta para ver el cielo desde debajo del mar», cuenta Edu.

Y vino la pandemia, que paró la grabación. No la retomaron hasta 2021. «En ese momento lo hicimos por teléfono, por videollamadas. Y luego en ensayos clandestinos porque había confinamientos», reconoce Edu. Además, en ese proceso, a Edu le operaron del esófago y se murió su perrito, Curro, que iba a grabar al estudio con ellos. Por si fuera poco, hubo un problema con un disco externo del estudio y tuvieron que grabar de nuevo.

El grupo se quedó sin bajista, y se lo propusieron a Josele (Madrid, 1978), que toca en otra banda, Ulises Mesner, con Rober. «Practicábamos en el mismo local. Entonces estaba ahí y me lo dijeron. Además, son todos amigos. Estaba todo en bandeja». Josele se dedica a la música, y está en otros grupos como On the Rocks y Bitcoins. «Y tengo otro proyecto personal que se llama The Habit of The Rabbit, que es como la afición», cuenta Josele.

Los integrantes de la banda madrileña han pasado toda su vida de grupo en grupo, haciendo música. Tienen a la vez otras bandas y siguen tocando en otros lugares. Los cuatro coinciden en que es muy complicado vivir de la música y que tienen que hacer muchas cosas para mantenerse. Edu también hace todo tipo de eventos y fiestas: «Donde esté música tanto pinchada como tocada, allá que vamos. Por toda España». Sergio también es dj en un garito, además de realizar eventos esporádicos. Rober trabaja en el auditorio de Arroyomolinos como coordinador técnico y también hace producciones, grabaciones. «Tenemos la suerte de compaginarlo con trabajos relacionados con la música. Pero lo normal es que sea otra cosa».

Y es que, según coinciden, los alquileres de sala están muy caros. «Es muy inestable. A veces vienen muy buenas, otras muy malas, y a veces peores», dice Edu. «Cuando los garitos tienen las horas muertas, meten a los grupos. Y como llevan a los colegas, se aprovechan de eso», cuenta Sergio. Esto coincide con una época en la que se abarrotan los festivales y se llenan los Bernabéus, Wizink Centers y demás espacios. «He ido a conciertos entre semana al Wizink de gente que no me acuerdo ni el nombre y estaba lleno. O estoy perdidísimo o aquí está pasando algo», dice Rober.

Por ello, su primer álbum es autoproducido. «No hay nadie detrás. Es nuestra iniciativa y esfuerzo económico», dice Edu. Y es que «ahora mismo todo el mundo mira los números», dice Rober. «No miran ni la música», añade Sergio. Dentro de esta dinámica, Cielo Submarino quiere hacer lo que les llena. «Intentamos hacer las canciones que nos gusta escuchar. Si a alguien le gusta, genial. Pero si no, seguimos», comenta Edu.

Si alguien sabe de todo esto es Rober (1973). No solo por ser el más mayor –«soy el vintage»–, sino porque fue el batería de Buenas Noches Rose y de Pereza. «Hay un listón muy alto al que tienes llegar. Como llegues, las cosas se empiezan a poner un pelín más fáciles», reflexiona Rober. Aunque cree que esto «es un sacrificio constante». «La piedra angular es el amor al arte. Lo haces porque necesitas hacerlo». Y es que Rober lleva tocando la batería desde siempre. Tuvo que ingeniárselas para poder iniciarse en su pasión. «Metí la batería en la terraza del piso de mis padres. Y tenía una técnica para no molestar: tocaba como dos minutos y paraba cinco. Desde el minuto uno ya me conocía todo el barrio». Ese barrio era Alameda de Osuna y él era el chico del pelo largo en el monopatín.