Pena de muerte
Los últimos verdugos de Madrid: unos respetables “funcionarios”
El fin de la pena de muerte en España, con la llegada de la democracia, acabó con una tradición oscura en la que sus protagonistas aplicaban el garrote vil que sentenciaba la ley
No todos los profesionales son iguales. Ni mucho menos. Ahí está la historia (final) de Ana Bolena, que hizo traer de Francia a un verdugo, hábil con la espada, para que le cortara la cabeza. Había visto la escabechina y los insistentes golpes de hacha en otras ejecuciones y no quería pasar por ello. Quería un golpe limpio y seco.
Y es que esto de las ejecuciones tiene muchos visos. Incluso de las idiosincrasias nacionales. Ahí está la guillotina francesa, la silla eléctrica o la inyección letal en EEUU o la horca británica.... o el garrote vil español. Cada uno tiene su método para bien morir, al menos desde el punto de vista técnico.
En Madrid, esta profesión en extinción tuvo dos figuras crepusculares. Nunca mejor dicho. Con ellos se acabó la profesión. Cándido Cartón desarrolló toda su “vida profesional” en Madrid. Fue verdugo primero durante la República y luego en el franquismo. Hizo la Guerra Civil en el ejército nacional. Cuando fue requerido, actuó como verdugo con los presos de la Cárcel de Sevilla y Córdoba durante la guerra. Al finalizar la contienda había perdido a su familia y solicitó reincorporarse a su puesto como verdugo, pero esta vez dependiendo de la Audiencia de Madrid. Con todo, por lo que fuera, en 1950 dimitió de su función y emigró a Buenos Aires donde residió hasta su fallecimiento. Algunos especulan con que tantos años de ejercicio profesional dejaron huella en su estado de ánimo. No es peregrino ese pensamiento. Todo tiene un coste.
Sin embargo, el personaje que tiene más recorrido y nos ocupa es el último verdugo madrileño. Un hombre, Antonio López Sierra, que acabó sus días como portero en una finca de Malasaña, tras años de “funcionario” del Estado, como decía su identificación.
“Me da lo mismo que sea verdugo, que sea lo que sea, mientras me dé de comer”. Con esa máxima -tan fría y tan práctica-, para afrontar la vida hizo de la muerte -mejor dicho, de dar muerte a los demás-, su razón profesional.
En su haber, 17 ejecuciones contadas. Aunque pocos se aventuran a confirmar que este sea un número cerrado. Ni los tiempos políticos ni la transparencia ayudaban a confirmar estas ejecuciones y que no existiesen otras tantas.
Entre sus actos en favor de “cumplir la ley” más famosos se encuentran la de Pilar Prades, la envenenadora de Valencia, y la del conocido asesinoJosé María Jarabo, condenado por dar muerte a cuatro personas. Estos dos casos fueron de lo más controvertido, y quienes han reunido información sobre el tema han cuestionado la profesionalidad en la actuación de López Sierra. El hombre aflora con fuerza sobre la figura del frío funcionario, del verdugo. En el caso de Pilar Prades, se vio presionado por el hecho de tener que ejecutar a una mujer (se dice que atiborrado de tranquilizantes), según su propio testimonio en el documental que realizó Martín Patino, Queridísimos verdugos. Lo cierto es que no era la primera vez que le tocaba tal tarea, pues en 1954, en Valencia, ajustició a Teresa Gómez, con lo que no queda muy clara esa resistencia a la hora de dar muerte a una mujer.
En la ejecución de Jarabo, la portentosa fuerza física del reo (que tenía un cuello más grande de lo normal) y la presunta embriaguez del verdugo -que se justificó alegando sentirse amenazado de muerte-, provocaron que la muerte llegara al cabo de más de veinte minutos de retorcimientos y convulsiones de Jarabo, según dijo el abogado defensor del reo.
López Sierra también tuvo, en unos años tan convulsos como fueron los de la transición política a la muerte de Francisco Franco, un cierto “protagonismo” político por su “trabajo”. Su última actuación, probablemente la más conocida, tuvo lugar en la Cárcel Modelo de Barcelona, donde agarrotó al militante anarquista Salvador Puig Antich, el 2 de marzo de 1974, condenado a muerte por un Consejo de Guerra por el homicidio del subinspector del Cuerpo General de Policía en Barcelona, brigada anti-atracos, Francisco Anguas Barragán, de 24 años.
De nuevo, la “profesionalidad” de este verdugo no estuvo tampoco exenta de polémica en su última misión. Y eso que este “encargo” le llegó de carambola: su compañero Vicente López Copete, apartado del servicio, era quien debía haberla llevado a cabo, pero fue López Sierra el designado. Parece que no le resultó fácil actuar con la celeridad requerida porque había bebido más de la cuenta. El alcoholismo había hecho presa en López Sierra, y, por ello, no acertó a encajar bien las piezas del garrote vil, lo que alargó angustiosamente la muerte de Puig Antich.
Tras esta pésima actuación en Barcelona, López Sierra volvió a Madrid y pronto se retiró. Se hizo, junto a su mujer, con una finca en Malasaña y vivió sus últimos días en el barrio sin ocultar nunca su “trabajo” anterior. Contaba a todo que que quisiera oírle su pasado. Quizá por eso, por que se corrió la voz, pocos eran los que se acercaban a él. El estigma del verdugo le acompañó hasta su muerte, a los 73 años. En 1986. Una fecha sin duda para recordar.
El muy español garrote vil
Lo cierto es que a Fernando VII España no le debe muchas cosas buenas. El Deseado, como se le llamó, bien pudiera haber sido El Obviado. Y es que por aportar, de las pocas cosas que sumó al acervo común, fue el garrote vil como forma oficial de ejecutar reos en España. A un palo fijo se ajustaba un collar de hierro atravesado por un tornillo que, al ser apretado, debía de romper el cuello del ajusticiado y propiciarle una muerte casi instantánea. Pero eso era la teoría. sin embargo, el resultado final del ingenio dependía mucho de la pericia del verdugo y de su fuerza física, porque de encontrarse con un cuello fuerte el deceso acababa sobreviniendo por estrangulamiento y la agonía del reo se podía prolongar más de 20 minutos, tal y como se afirma que ocurrió con Jarabo.
En Madrid, la última ejecución por garrote que se práctico de forma pública fue en 1890. Y tuvo éxito, pues para verla se congregaron más de 20.000 espectadores. La protagonista de esta ejecución fue Higinia Balaguer, condenada por el Crimen de la calle Fuencarral. Otro de los últimos fue también un condenado conocido como Heinz Chez “El polaco”, aunque en realidad se llamaba Georg Michael Welzel y era alemán. Había matado a un guardia civil en un camping de Tarragona y luego le había robado su pistola reglamentaria. La ejecución de “El polaco” fue de las últimas realizadas en España mediante garrote vil y la única en la que participo el verdugo José Moreno. A su familia le dijo que se iba a Cataluña en viaje de negocios. Una vez llegado a la cárcel de Tarragona, pidió ayuda a los funcionarios de prisiones porque no conocía bien el funcionamiento del garrote y tuvo que hacer unos ajustes, que llevó a cabo en presencia del reo... Necesitó tres intentos hasta acabar con la vida del condenado a muerte.
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