Patrimonio

Segunda vida (a 570 kilómetros) para la «Expo’92»

Cinco cabinas del teleférico sevillano se han convertido en casetas para guarecer a los jueces de los concursos de una hípica de Fuente el Saz

Félix Prudencio, que regenta una hípica en Fuente el Saz, se encargó del desmontaje de la exposición universal
Félix Prudencio, que regenta una hípica en Fuente el Saz, se encargó del desmontaje de la exposición universallarazon

Cinco cabinas del teleférico sevillano se han convertido en casetas para guarecer a los jueces de los concursos de una hípica de Fuente el Saz.

Una hípica de Fuente el Saz, a 570 kilómetros de la Isla de la Cartuja, guarda los últimos restos del teleférico de la sevillana «Expo’92». Cinco cabinas de fibra de vidrio, de las 135 que formaron parte de la infraestructura que conectaba todos los pabellones, y a las que sus actuales dueños han dado una segunda vida. Hace 25 años estas telecabinas diseñadas por una empresa italiana, que costaron (sin contar con el recubrimiento de las tres estaciones que formaban la línea) 729 millones de pesetas, acogían a más de mil pasajeros por hora en recorridos que no pasaban de los 15 minutos. En 2006, cuando la empresa de los actuales dueños se encargó del desmontaje, reciclado y demolición de la exposición universal, las cabinas estaban condenadas a convertirse en basura. El teleférico dejó de funcionar en 1995 y la mayoría de las cestas se desguazaron ya que, explica su actual propietario, Félix Prudencio, por su material ni siquiera pudieron ponerse a la venta como chatarra. En Fuente el Saz, sin embargo, lo que en su día fueron los vehículos del teleférico se han convertido hoy en el resguardo perfecto para los jueces que, durante horas –entre 6 y 8 normalmente–, presencian los concursos de caballos de la hípica El Soto del Encinar. «Se adaptaron para poderlas mover por la hípica con un porta palet», explica Prudencio que ni siquiera ha querido borrar los logotipos del diseño de sus casetas para jueces en un alarde de romanticismo por las cosas bien hechas: «Me hace gracia, es un recuerdo y no hace daño a nadie», explica.

Igual que hace 25 años

La clave de que las cabinas estén ahora mismo igual que hace un cuarto de siglo reside, asegura, en que «fueron bien tratadas en su origen y durante el transporte». Se construyeron para estar en exteriores y, ya en Madrid, dos de estas cestas de aproximadamente tres por tres metros también se utilizaron hace unos años como instalaciones de un spa canino. Aún hoy, ya sin el aire acondicionado –cuya energía procedía de las placas solares que mantienen en sus tejados– o el hilo musical del que pudieron disfrutar sus «viajeros», las puertas automáticas que se abrían cada vez que llegaban a una estación continúan en perfecto estado. Igual que sus asientos. Aquellos que se acercan hasta la hípica pueden comprobar que las cabinas, incluso, mantienen los mapas con las estaciones de la Expo en las que hacían parada (Norte –junto a Puerta Itálica– , una intermedia, y la sur –la estación Torneo–). También se conservan las instrucciones en las que se prohibía fumar en su interior o entrar en ellas con botellas de vidrio.

Todos los materiales que se emplearon en el recinto sevillano (escaleras, chapas de las cubiertas de los pabellones, equipos de aire acondicionado, ascensores...) fueron o vendidos o, los que no encontraron comprador, desechados. «Las cosas tienen un uso, lo que hay que hacer es buscarlo y tratar bien los materiales», asegura Prudencio, que es un convencido de dar una segunda vida a todo lo que pasa por sus manos y ha recibido varias ofertas por las cabinas sevillanas. «Te llevas diseño, calidad e historia», es su argumento para explicar que para él los restos de la «Expo’92» no tienen precio.

Las cabinas no son el único «recuerdo» de la exposición universal que hay en la hípica madrileña. Una de las cuadras que resguardan ahora caballos está también cubierta con placas de alguno de los pabellones que permiten, al estar troqueladas, que la paja se ventile. Prudencio cuenta orgulloso que en su hípica todo son elementos reciclados: papeleras de antiguas estaciones de Renfe, vigas de madera de Washington con largos que en España no se encuentran, baldosas del que fuera el suelo de Instituto de Crédito Oficial, rejas de las antiguas ventanas del ferial de la Casa de Campo, maceteros y hasta un olivo que recuperaron de las obras de construcción de un aparcamiento en la calle Príncipe de Vergara, conviven en el recinto de Fuente el Saz. «La nuestra es otra forma de hacer de nuestro negocio una empresa sostenible. Cada vez se recupera menos, antes la gente buscaba materiales de demolición y ahora sólo buscan elementos singulares», concluye Prudencio.