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Puente de Vallecas

Golpe a la narcosala de Vallecas

Golpe a la narcosala de Vallecas larazon

Los vecinos llevaban mucho tiempo soportando idas y venidas de toxicómanos por la zona y pequeños hurtos que perpetraban los adictos para conseguir dinero rápido para consumir cuanto antes. Parecía como si los 80 hubieran regresado a la castigada Vallecas, que conoció la heroína tanto o más que otras zonas de Madrid. El goteo policial contra los «cunderos» y los continuos golpes contra los clanes de la Cañada han hecho descender significativamente los viajes de cunderos hasta Valdemingómez. Pero, lógicamente, eso no ha hecho reducir el número de toxicómanos. Los camellos dedicados a gramear lo saben y, sin hacer ruido, se ha abierto un mercado de pequeños puntos de venta y consumo de estupefacientes distribuido en muchas localizaciones de la ciudad, demasiado discretos para llamar la atención pero no por ello menos problemáticos para quienes viven por la zona. La Policía los llama «guetos de la droga». Son lugares ahora muy demandados por los toxicómanos que antes se desplazabanhasta el sector 6 de la vía pecuaria. Pueden adquirir y consumir el estupefaciente en el interior de estas viviendas, es decir, el mismo servicio que ofrecían las gitanas de las narcosalas de la Cañada antes de que fueran derribadas. Eso sí, éstas no estan «bunkerizadas» porque ni esconden grandes alijos ni importantes armas. Suelen ser pisos «okupados» o alquilados por personas con muy bajo nivel económico. Era el caso de una vivienda de Puente de Vallecas, una narcosala que traía de cabeza a los vecinos del número 11 de Pico Cejo y que fue «reventada» la semana pasada por los agentes de la comisaría de Puente de Vallecas. El «jefe» era un tal «Juan», en realidad Remus Bulgaru, un rumano cabecilla del negocio. La investigación se inicia el pasado mes de noviembre a raíz de informaciones recabadas por el Grupo de Estupefacientes de esta comisaría y por denuncias anónimas de diferentes asociaciones de vecinos. Para entrar en este espacio de droga y miseria sólo había que ser conocido, «cliente asiduo», o parecer toxicómano. Las puertas de este pequeño infierno que «Juan» ofrecía a los adictos se abrían si llamabas al Bajo 2. En el interior, el escenario más desolador: colchones tirados por el suelo, papelinas, papel albal, cucharas, mecheros, velas, jeringuillas... y algo de dulce para después del «colocón». Los útiles necesarios para drogarse y salir de allí pasados los efectos del estupefaciente.

Muchos entraban sólo a comprar (cocaína o heroína) pero también podían quedarse a consumir en el interior. Los que se quedaban, sobre todo, era para inhalar la heroína; ya pocos toxicómanos se pinchan, según fuentes expertas en el asunto. Remus Bulgaru tomaba numerossas medidas de seguridad para evitar ser descubierto. Según fuentes policiales, obligaba a sus «empleados» que se aseguraran de mirar antes de abrir y realizaban rondas de vigilancia para captar la presencia de policías de paisano. Sospechaban de cualquiera que no les sonara del barrio y hubiera pasado por allí más de una vez. Quedarse mirando la ventana del bajo podía ser un motivo de discusión o incluso de agresión, según los vecinos. Pero, como medida de prevención y ante la posible irrupción de la Policía si los encargados de dar el «agua» se hubieran despistado, los encargados del negocio no tenían la droga en el mismo piso sino que utilizaban como almacén una vivienda adyacente.

Atados todos los cabos y con la preceptiva autorización judicial, la «operación Pico Cejo» culminó la semana pasada con la entrada de los agente sen la «narcosala» y en el almacén, de donde se incautaron 83,5 gramos de heroína, 17,14 gramos de cocaína, dos básculas de precisión, 260 euros en efectivo, anotaciones con la contabilidad de la venta de droga y tras machetes de grandes dimensiones, según fuentes policiales. Además del cabecilla, los agentes practicaron otras seis detenciones: José Iván López, Raquel Lea, Coronada Nelén Cortés, Tamara Sánchez, Iulian Mihaita y Luis Miguel Rodríguez.