Nueva York
Zubin Mehta y la Unió Musical de Llíria, talento en estado puro
Las manos de Zubin Mehta empujan y acarician las notas para elevarlas, hacerlas más puras, más bellas. Es sin duda un genio de los irrepetibles. La Unió Musical de Llíria guarda tantas generaciones de músicos que la pasión y el virtuosismo se miden a partes iguales para reafirmar lo que es, una banda de las grandes que se ha ganado a pulso un prestigio merecido.
Si ambas no conjugan suficientes elementos para prometer un sonido sin igual, se pueden añadir dos más, emoción y gratitud.
Por todo esto, el concierto que ofreció el viernes la Banda Sinfónica Unió Musical de Llíria dirigida por Zubin Mehta pasará a la historia como uno de los momentos más importantes de esta sociedad. El maestro quiso unirse al homenaje que la Unió realizaba a título póstumo al que fue su director entre 1967 y 1969, Francisco Casanovas, y que además de enseñar contrapunto y armonía al músico indio compartieron una gran amistad.
Con el concierto del viernes, Mehta dejó clara no solo la admiración y cariño que le unieron al homenajeado, sino también los vínculos que tiene con la Unió Musical de Llíria.
Durante la primera parte se interpretaron obras de Casanovas bajo la batuta del director titular Enrique Artiga. Se escuchó «Jardín de Rosas», revisada por Víctor Enguídanos; «Guajiras» (para saxofón alto y piano), adaptada para banda por Juan Francisco Cayuelas, una obra con la que el compositor ganó el primer premio y Botón de Oro del concurso Columbia de Nueva York en 1948 y; «Destellos Poema Sinfónico», revisada por José M. Santacruz.
La banda consiguió un gran sonido. No defraudó y eso que siempre se le exige mucho. Sin duda, uno de los momentos más vibrantes de esta primera parte fue el solo del saxofonista Miguel Torres Faubel. Su interpretación dejó al auditorio con el corazón encogido mientras las notas caían de una manera, que aunque se antojaba imposible, llegaban a su destino con una perfección asombrosa.
La segunda parte fue la que dirigió Zubin Mehta. Abrió con «Rienzi» de Wagner y siguió con la sinfonía número 9 en mi menor «Del nuevo mundo» de Antonin Dvorak. La compenetración entre el director y los músicos fue perfecta. La banda sonó redonda, con mucha fluidez, con brillo. Así quedará grabado para siempre en unos espectadores que vivieron una noche irrepetible con dos de los grandes.
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