Manuel Calderón
Cataluña o la revolución del amo
Nada de lo que sucede en Cataluña podrá entenderse si no se parte de un hecho, ciertamente anormal: estamos ante la revuelta de los que mandan. ¿Y cómo es posible que los que tienen el poder desde hace cuarenta años, en todos los ámbitos, absoluto, ahora se revuelven contra un Estado democrático? Algunos dicen que porque el sistema estamentario y enormemente clasista de la sociedad catalana ya no funciona en una sociedad globalizada. Ya no mandan tanto como les correspondería por su pedigrí, apellidos y derechos históricos. Lo que en estas tierras se llamaba el “amo”, el industrial que ponía el dinero para fabricar interfonos (el Sazatornil de “La escopeta nacional”) y cuidaba de sus empleados por el bien de todos, ahora es una inmensa clase política, altos funcionarios, cuadros de partidos nacionalistas, activistas patrióticos, tertulianos amansados... Una administración macrocefálica, con la cabeza más grande que el cuerpo, más grande que la sociedad que dirige, parasitaria, hiperprotegida y subvencionada.
Basta pasear por L'Hospitalet o por cualquier otro lugar de la periferia y darse cuenta que las protestas, esa indignación amarga que mira por encima del hombro, viene de las zonas más acomodadas de Barcelona. Ves a los estudiantes manifestarse por la Diagonal como si fuera su casa, felices y contentos, porque saben que nadie se lo va a impedir. Ellos son los amos. Luego, en la confluencia con Paseo de Gracia, poco más de dos centenares de personas cortan una vía importante de la ciudad y nadie se lo va impedir porque están como en su casa. Ellos tienen un derecho que el que está montado en una furgoneta de reparto esperando que alguien les deje pasar sabe que no tiene. Es gente mayor, pero de esa edad indescifrable de la eterna juventud, con su pelo blanco plateado, sus gafas de colores, sus camisetas negras, las deportivas. No son los viejos de la periferia. Son los amos. Cuando una de estas mujeres se encara con un Mosso d'Esquadra que le pide -por favor- que no corte la circulación, ella se encara indignada y le grita “¡vergüenza os tendría que dar!”. Es como si le gritase al servicio: ¡cómo se atreve en nuestra propia casa! Esa casa, Cataluña, es suya, sólo suya.
Son los amos. ¿Cómo entender, si no, que Joaquim Torra llame a la desobediencia y luego mande a los Mossos a pegar al aeropuerto de El Prat? Así son las cosas. Aquí actúa un mecanismo de perversidad de un psicópata político: sólo la sangre les salvará. Son los pueblos llamados a hacer historia, es decir. mártires. Sólo un poco de sangre, por favor, aunque cuando empieza a brotar es difícil parar la hemorragia. Cataluña es una sociedad muy lúdica. Le gusta jugar, organizar grandes acontecimientos, jugar con fuego y luego culpar al otro. No son pacíficos, son mánsos. Son unos maestros. Los (putos) amos. Son juegos ensayados en campamentos de verano. No, no, no nos moveran... y todo eso. Cantado con rabia, la rabia contenida de que las cosas no han salido como les dijeron o soñaron en largas sobremesas en un masía restaurada del siglo XVII -¿o será del XVI?- o frente al fuego juvenil.
La percepción de “procés” depende de la posición de cada uno en la vida -una obviendad-, del lado en el que estás, y de no estar en ningún lado, de la indiferencia con la que miras al amo desgañitarse gritando ¡más democracia! Un intelectual nacionalista ya ha hablado de la “white trash” charnega, de esa basura que ni siquiera sabe que sus políticos, la Generalitat y TV3 -eso es todo-, se esfuerzan en construir un mundo feliz y ellos sólo piensan en vivir.
Mientras, en la periferia la gente ignora con desprecio lo que sucede calles más allá, mientras los amos se juegan la vida por ellos.
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