Política

Bruselas

La conllevancia del Brexit

Puede que España, en la era de la globalización, no sea «different». Pero este rincón del planeta sí es distinto a todos los demás. Picardo intenta calmar a los suyos y La Junta ha adelantado una suerte de plan de contingencia

En la provincia gaditana, la modernidad de la globalización no ha hecho más daño que la antigüedad de la anomia / Foto: La Razón
En la provincia gaditana, la modernidad de la globalización no ha hecho más daño que la antigüedad de la anomia / Foto: La Razónlarazon

Puede que España, en la era de la globalización, no sea «different». Pero este rincón del planeta sí es distinto a todos los demás. Picardo intenta calmar a los suyos y La Junta ha adelantado una suerte de plan de contingencia

Al otro lado de la frontera, Gibraltar, es decir, el Reino Unido, se adentra despacio en la selva del Brexit. A este lado de la verja, La Línea, es decir, la comarca, se abandona al bamboleo cuando oye pronunciar la palabra «selva». De perdidos, al vaivén. A otro más. Del 35% de parados linenses al casi pleno empleo llanito, que se aproxima a la salida de Europa arrastrado por la metrópoli, pero sin consumarse. Todos saben que se van, pero no saben el modo. Un estricto desastre, algo tan poco «british» como comerse un paquete de pipas al sol. Puede que España, en la era de la globalización, no sea «different». Pero este rincón del planeta sí es distinto a todos los demás.

Con toda la tarde por delante, sentado en un banco junto a la fachada de la plaza de toros, Rafael es capaz de empezar hablando de Gibraltar y terminar recitando una letanía de labores a la que se ha dedicado en los «casi sesenta años» que dice haber cumplido, sin faltar un intervalo recorriendo la geografía de familias políticas de un ciudadano «cada vez menos comprometido», aclara. «Yo era comunista, luego fui sindicalista, después fui de la CNT». Ahora dice que es «antieuropeísta» y que sigue siendo «republicano». En eso es mucho más que los vecinos, monárquicos y europeístas hasta el rigorismo.

El llanito no es amigo del riesgo, mientras que el linense está habituado a la peripecia. La incertidumbre acecha a las dos poblaciones con la magnitud de una gran ballena. El Brexit es ubicuo en los telediarios de cada sobremesa. El gibraltareño hiperventila y el gaditano, a su ritmo, se cuece en la historia y en la identidad de este confín meridional del continente que ni sabe ni quiere saber nada de Bruselas. «A mí, plin, sinceramente», resume Rafael para referirse a la actualidad informativa de las consecuencias de la salida. De las «consecuencias de nada».

Rafael, que ha sido tornero, jornalero, albañil y camarero, «entre otras cosas», y que ahora no hace «nada», representa un género más abundante de lo saludable en la provincia. La relación de Cádiz y la Unión Europea no es de cuento de hadas pese a los más de 100.000 millones de euros fletados a Andalucía desde Bruselas desde 1986, año de ingreso de España en el club comunitario. Hay descreimiento. En las elecciones europeas de 2014, casi dos de cada tres gaditanos prefirieron quedarse en casa antes que ir a los colegios electorales. La abstención superó el 63 por ciento. El promedio en España fue del 56.

A este lado de la Verja, donde Diego Cañamero acudió para amagar con una especie de ocupación de Gibraltar en una cabalgata veraniega de anarcoides y sindicalistas del campo, duelen más los euros que las identidades, naturalmente. Si no, en la Línea no habría esta inquietud más o menos contenida por el Brexit. Por lo demás, Europa no es más un círculo mercantil y la comarca, un satélite excéntrico. Y el lugareño sobrevive en la órbita de ser el 21% de la masa laboral del Peñón y de recibir parte de los 54 millones de euros anuales que se dejan en la comarca los llanitos. La Línea nació para ser raya y, al igual que en todas las fronteras, proliferan las vidas al límite. Eduardo no se ha dedicado al contrabando de tabaco, pero tiene familia que vive de esa diferencia de impuestos entre dos municipios pegados pero separados por dos universos fiscales ajenos. El provecho es de quien se arriesga a quebrantar la ley, del que se vuelve forajido. «La Línea sería ideal para hacer una película moderna del oeste», explica este profesor de instituto. «Están los buenos, los malos... y están los linenses», bromea este filólogo gaditano.

En la provincia, la modernidad de la globalización no ha hecho más daño que la antigüedad de la anomia. Por mucho que los gaditanos sepan, o intuyan, la cantidad de millones con los que las políticas comunitarias han regado la región, cunde el recelo. «A veces es un carácter, un temperamento del oriundo; no tiene nada que ver con un proceso racional», aclara Eduardo en la plaza de la Constitución, en cuyo horizonte aparece imponente la roca. «A muchos gibraltareños les gustaría esconderse dentro varias décadas hasta que todo se arregle», matiza Eduardo.

En la colonia, el «Government» de Fabian Picardo intenta calmar a los suyos con un continuo fluir de arrumacos desde Londres. La Junta de Andalucía ha adelantado también el anuncio de una suerte de plan de contingencia para el Campo de Gibraltar. He aquí la maquinaria de los estados, siempre al servicio de la certeza.