Estrecho de Gibraltar
Gibraltar, una frontera y un Brexit de dudas
Incertidumbre en el más andaluz de los territorios británicos
Incertidumbre en el más andaluz de los territorios británicos
Liam Gallagher, Pete Doherty, Take That, Rick Astley, Enrique Iglesias... ¿Puede una población con apenas siete kilómetros cuadrados permitirse un cartel con semejante concentración de estrellas? Sí, claro, siempre y cuando estemos hablando de Gibraltar. Conviene recordarlo, en comparación con el resto de municipios que circundan su existencia, ese Campo de Gibraltar tantas veces glosado en las páginas de sucesos por el narcotráfico y en los análisis sobre el desempleo más endémico, el erario llanito puede pagar a golpe de chequera los cachés más estratosféricos sin que sus arcas se resientan.
Hay una razón de peso para semejante dispendio. Bueno, dos: la primera es que tienen dinero por castigo gracias a un régimen fiscal ventajosísimo que hace las delicias de especuladores, evasores y chanchulleros de distinto pelaje, desde empresas multinacionales del juego online a empresarios que en un pispás abren una cuenta y ya si eso se lo cuento a la ministra Montero. La segunda, es que el Gobierno de Gibraltar ha querido celebrar este 10 de septiembre por todo lo alto su National Day, y más un año como éste, donde las consecuencias de un Brexit comandado ahora por ese kamikaze llamado Boris Johnson planea sobre el futuro de la economía de los llanitos y por extensión de todos y cada uno de los más de diez mil campogibraltareños que cada día cruzan la verja para trabajar en esa roca caliza por la que llevamos llorando los españoles desde 1704.
«¿Que si tengo miedo de lo que pueda pasar? Miedo, miedo tengo por la salud de mis niños, pero inquietud sí, mucha, y yo de política no entiendo: mi marido trabajaba en la construcción y ha estado muchos años en el paro, con el trapicheíllo del tabaco, usted sabe, hemos tirado un poquito 'p’alante' y ahora parece que hay de nuevo movimiento en la obra, pero lo que entra seguro cada mes en casa es lo que yo llevo por limpiar una oficina de ahí dentro... Que se aclaren esta gente, que somos muchos los que comemos de esto», lamenta a la salida del control aduanero Isabel, madre de dos niños y vecina de La Línea de la Concepción –Chester de contrabando en la boca y cartón asomando dentro del bolso– con un discurso que comparte, con todos sus matices, ese pequeño ejército de vecinos del lado español que cruza cada día esta peculiar frontera.
Porque sí, quiera o no quiera Fabián Picardo, Ministro Principal de Gibraltar, se enfaden o no los súbditos de Su Graciosa Majestad, lo que existe al Sur del Sur, en ese Estrecho de Gibraltar atávico que inspiró a Joyce en el Ulises, es la última colonia de Europa, como define la diplomacia internacional y reza de manera específica en el acuerdo de salida del Reino Unido de la Unión Europea por el que el que el Parlamento británico es hoy un puro carnaval.
Frente a lo que pasa en Westminster, en el más andaluz de los territorios británicos andan que se suben por las paredes: si Gibraltar es colonia de Reino Unido y Reino Unido no va a pertenecer a la Unión Europea y más pronto que tarde va a estar fuera, ¿cómo va a controlarse el paso diario en esa frontera?, ¿habrá una Aduana severa? ¿Se impondrán nuevos aranceles para el paso de productos o de nóminas? Nadie a día de hoy responde con solvencia las preguntas acerca de la frontera de la que, ironías del destino, este mismo año se han cumplido 50 años desde que Franco ordenara su cierre y 37 desde que el Gobierno de Felipe González diera abriera el candado y retomara las relaciones diplomáticas.
El alcalde de La Línea, Juan Franco, político de la hornada independiente que ha arrasado en las últimas municipales, previendo la que se viene encima, ha empezado a reclamar que «se lleven a cabo las medidas unilaterales para paliar los efectos negativos de un, cada vez más posible, Brexit sin acuerdo». Corroboran al otro lado de la verja: «Es un error imperdonable del que no podemos definir sus consecuencias a día de hoy», resume en un castellano extraordinario un periodista que trabaja en el Peñón que prefiere mantener su anonimato (la prensa en Gibraltar rara vez contradice el discurso de su amo).
Pero las consecuencias ya se palpan. Desde Casemates Square –donde se abrió, ¡ay, globalización!, en los primeros 80 uno de los primeros Burger King de la península– por toda Main Street y admiramos ojipláticos esos colmaos del vicio que son las tiendas de tabaco y bebidas espirituosas que regentan marroquíes e indios. Hace años, con la libra tan poderosa como la historia de la Gran Bretaña, era un chollo comprar estos productos aquí, echar gasolina o trabajar aquí como empleado de cualquiera de las tiendas que se extienden en esta vía peatonal. Pero el viaje ya no compensa tanto. Y todos, a un lado y otro, lo saben. ¿El fin de Gibraltar será el hundimiento definitivo de La Línea de la Concepción? Veremos.
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