Sevilla
Antonio Basagoiti, exótico por ser corriente y cabal
El político vizcaíno se marcha a Méjico tras emplearse a fondo durante los últimos 18 años por la democracia y los derechos civiles en Euskadi
Para probar la calidad de la conciencia propia, la fortuna debería hacernos a todos ricos por un día y obligarnos a decidir entre el barro y el confort. Basagoiti esquivó el libro de la vida blindada, de hijo de banquero del Central Hispano y ha expuesto a su rubia familia por un mandato moral: le acababan de volar la cabeza a Gregorio Ordóñez en La Cepa, en ese enjambre de pintxos de las calles Fermín Calbetón y 31 de agosto, donde hay buena cocina y mejor serrín para secar la memoria. Dieciocho años después, se instalará en Méjico, en la súbita crisis de la mediana edad. Es un momento vital cernudiano: cuando fuera del paraíso primero de la infancia, ya percibe que el tiempo empieza a alcanzarle. Hijo de la burguesía y de los barrios altos, Antonio se convirtió en un político que iba en moto. Corpulento hombre tranquilo, orejón de patio de colegio de curas, aprendió a ser paciente en las colas de la pescadería de Jacinto en el mercado de la Ribera de Bilbao. Su matrimonio y el sometimiento dichoso al matriarcado tiene la misma explicación de Paul Newman sobre su eterna relación con Joanne Woodward: -«¿Cómo es posible que su amor sea tan sólido? -«Tenemos repartidas las decisiones. Ella toma las pequeñas y yo, las grandes». -«¿Podría definir cada una de ellas?» -«Cambiar de coche, comprar una casa, elegir las películas que hago... Todo eso son pequeñas decisiones. La única grande que se me ocurre es si tenemos que invadir Rusia, que obviamente nunca me lo plantearía».
Año a año, Antonio ha tomado postura y ha decidido. Le preguntamos.
–¿Qué espera encontrar en la Tierra Caliente? Recuerde que Hernán Cortés acabó de despendolarse por la parte de producción filiar, mayormente.
–Cultura, tranquilidad, crecimiento y prosperidad. No emularé a Cortés.
–¿Recuerda el nombre de todos sus escoltas de estos 18 años?
–Son decenas. Recuerdo a los que han estado conmigo más tiempo, como el andaluz Carlos.
–¿Descarta volver a enamorarse otra vez?
–Tengo 43 años y ya he superado los baches de los 40; no sé en los de los 50.
–¿La política da arcadas?
–No. Me dan arcadas los políticos que se forran en sus puestos y me parecen lamentables los que generalizan y se dedican a la demagogia extrema.
–¿Recuerda alguna conversación con Otegi? ¿Cree en la conversión?
–Nunca he quedado ni conversado con él, pero sí recuerdo que en 2003 en el urinario del Parlamento Vasco en el que estábamos Iñaki Ezkerra y yo, entró mientras se celebraba el pleno de debate del Plan Ibarretxe. En aquel escenario dijo: «Hemos ganado».
–El profeta Isaías dejó escrito: «Llegará un día en que el lobo morará con el cordero y el niño dormirá junto al leopardo». Maquiavelo señaló que había que aprovecharse de las debilidades humanas (la codicia, la volubilidad, el interés personal) y actuar en consecuencia. ¿Qué pensamiento está más cerca de usted?
–Maquiavelo se ajusta más a una de las maneras de actuar en política.
–Con Patxi López ha sido la extraña pareja: Walter Mathau acogiendo a Jack Lemon en su piso de divorciado para pasar un caluroso verano neoyorkino juntos. ¿Se felicitaban las pascuas?
–No fue para tanto y tampoco he sido nunca amigo de Patxi López. Lo que hicimos lo volvería a repetir a pesar de que los socialistas podían haberlo hecho mejor. Al poco de llegar López a Ajuriaenea, tras años de Ibarretxe, buscamos algo para tomar. Dimos con una botella de ron y nos pusimos una copa. Estaba bueno y envejecido con PNV.
–Una noche comentó: «Soy la verdadera paridad: tengo un secretario general gay y una presidenta del Parlamento del Opus».
–Era una ironía, respetuosa y casi cierta.
Ortega advirtió que elegir izquierdas o derechas eran dos maneras de ser imbécil. Y llegados al proceso de etiquetado, que con tanta eficacia nos funciona, se atasca la máquina en Basagoiti, al que, un verano, conocimos con un mandil puesto, encerrado en la cocina con una sartén y atún de Barbate, mientras todos picoteaban en una casa de El Puerto de Santa María. Como no ha medrado, porque lo que tiene ya lo traía puesto, su ejemplo de los últimos años es el de un hombre bueno que no esperaba recompensa ni botín, es decir, un bueno legítimo.
Nos resultó exótico por generoso y honrado, que en estética, es esa sensación que desprende el que siempre parece que sale de su casa bien temprano y está limpio para volver a empezar un día nuevo.
Ficha de contexto
Habla a boca llena, pero sin jactancia; no lo hemos visto hacer de la serenidad, de la templanza, ostentación, ni siquiera en noches de farra sevillana, cuando estaba acompañado por sus bulliciosos compañeros vascos. Mientras los demás, como un triunfo, hacían bromas sobre cómo iba a afectar a su manera de ligar la desaparición de ETA, él permanecía ajeno. Por no exagerar dijo que una de las líneas del metro de Bilbao sería tal que llegaría hasta la Puerta de Jerez en Sevilla. Hace años paseamos juntos por Cádiz, en una noche familiar, y salió feliz de las tiendas de montañés por las que naufragamos comiendo chicharrones sobre papel parafinado. También tuvimos ocasión de andar por la Gran Vía de Bilbao. En los tiempos en los que prestaba su apoyo sin recompensa personal a Patxi López, estuvimos en el restaurante Sagartoki de Vitoria. Coincidimos con Eguiguren, que estaba comiendo con un ejemplar de «El Agente Secreto» de Joseph Conrad sobre la mesa. No parecieron rivales ni distantes.
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