Manolo Blahnik
Oda a Manolo Blahnik
«Ayyyyy Manolo, Manolo, Manolo... Cuántas mujeres han soñado contigo... Cuántas de sus fantasías has logrado entender y traer al mundo de los mortales (al mundo de los zapatos, ni nada menos). Cuántas anécdotas tendrás que contar de aquellas aventuras, de aquellos territorios del deseo en los que te has hecho un maestro...
Ya no tendremos que preguntarnos más por el enigma del genio de Manolo Blahnik – el mejor zapatero del siglo XX, y del XXI, el mejor zapatero que se ha conocido nunca. Una maravillosa colección retrospectiva –organizada por Vogue España– se inaugura en el Museo de Artes Decorativas de Madrid para coincidir con el debut del documental El Chico Que Hacía Zapatos Para Lagartijas/ The Boy Who Made Shoes for Lizards (2017). Aquí uno se encuentra con Manolo como nunca; y difícilmente deja de enamorarse de su duende.
Manolo Blahnik reinventó su propia profesión, inventó el arte del zapato (moderno). Ahora es una figura titánica – en la moda, en la cultura popular, en el arte y en el consumismo mismo. Jamás se había vivido tal furor por un par de zapatos.
En cierta manera, Manolo Blahnik es mucho más que un hombre. Ha definido el imaginario colectivo de tantas generaciones que él mismo no podría explicarte exactamente lo que significa su propia leyenda, o lo que alguien podría llegar a hacer por un par de «Manolos»... Aún así, en cuanto le conoces en persona, en cuanto ves su documental, (próximamente en Movistar), te das das cuenta de su verdadera maestría, te das cuenta de que su vida entera es una obra de arte. Una vida dedicada a la belleza. Con el empeño del fraile más devoto, Manolo vive por sus zapatos y estos cobran vida gracias a sus cuidados. La picardía y la fantasía de Manolo mismo se lucen en juego en sus zapatos, vehículos a tantos «más allá»...
Los «Manolos» son zapatos mágicos. Muchas mujeres perderían felizmente la cabeza por un par. (Me vienen en mente historias truculentas de señoras que se cortaban/operaban los pies para poder ponerse los pares más exclusivos de la talla 36, a modo hermanastras desesperadas de Cenicienta...) Conocer la fórmula alquímica con la que Manolo ejerce de zapatero, con la que vuelve locas a tantas mujeres, sería algo de gran interés para toda la sociedad, (me imagino). ¡Cuántas fortalezas se podrían asaltar! ¡Cuánto aburrimiento se podría erradicar!
La gracia del asunto es que los poderes de Manolo provienen de los detalles más modestos, de su dedicación, de su esfuerzo, de su entrega como artesano. Manolo talla y construye meticulosamente cada una de sus «criaturas», eso zapatos convertidos en pavos reales. Ante ellos, él actúa como un dios creador y benevolente, cuya obsesión infunde vida y existencia. Él les dota de trascendencia, los eleva al rango de efigie religiosa, hasta que ellos mismos se olvidan de ser meros zapatos en una mundana realidad.
Los zapatos de Manolo han sido estrellas de rock and roll en muchas alfombras rojas. Se han posado sobre los irresistibles pies de Bianca Jagger. Le han subido las faldas a Lady Di. Le han alargado las piernas a Rihanna. Se los ha llevado a casa Lola Flores. Han sido protegidos de Diana Vreeland. Carrie Bradshaw no les ha dejado ni un momento en paz, queriendo ser líder de su club de admiradores. También le han hecho compañía a la María Antonieta de Sofia Coppola. Y hasta se han hecho íntimos de Anna Wintour... efectivamente, la de los «Manolos» no ha sido una vida cualquiera.
Para celebrar sus propias glorias, algunos zapatos de Manolo Blahnik se han reunido (bajo el hospedaje –y cual mejor– de la revista Vogue) para fardar de recorrido. Eugenia de la Torriente ofició como gran anfitriona y representante de una larga sucesión de directoras de Vogue fascinadas con Manolo, durante la noche de gala que se celebraba en su honor. Penelope Tree –(la mítica modelo rebelde de los años 60, en los que todos eran rebeldes, época donde se forjó la propia rebeldía de Manolo)– estaba allí para rendirle homenaje al maestro. Carlos García Calvo no se lo perdió. Ni Elsa Fernández Santos tampoco.
Allí también estaba yo, representando a Agatha Ruiz de la Prada –tanto a mi madre como a la corporación, ambas grandes fanáticas de la leyenda de Manolo–. (Tuvimos la enorme suerte de contar con su prólogo en nuestro propio libro retrospectivo y agathista, «Zapatos»...)
Rodeado de una hermosa corte de amigos y admiradores (de altísimo caché), el roi soleil de los zapatos se mostró en todo su esplendor y simultánea sencillez. Kristina Blahnik, su sobrina prodigio, Joe Fountain y Jamie Prieto, sus manos derecha e izquierda, no se alejaron del divino emperador –un chico que hacía zapatos para lagartijas, al fin y al cabo– al aclamar su reino. Infinito y multicolor, de los mejores reinos posibles, felizmente dentro del imperio de lo imaginario.
¡Que viva Manolo!
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