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El «shock» «de la vuelta al trabajo
No está reconocida como una enfermedad, pero un 60% de personas admiten que padecen el síndrome postvacacional.
No está reconocida como una enfermedad, pero un 60% de personas admiten que padecen el síndrome postvacacional.
¿Hay algún físico aquí? ¿Alguien que explique por qué la ciudad se despereza con tal furia en la vuelta de vacaciones si la gente deambula entumecida, igual que si saliese de un largo letargo? ¿Qué principio de la termodinámica nos hemos perdido para no saber que nuestros párpados pesan más cuanto mayor es el volumen de correos sin leer? ¿No es insultante que las arterias urbanas rebosen tanta vitalidad? Hace ya rato que la Gran Vía de Madrid está en marcha y, en medio de un batallón dirigiéndose a su terreno de combate, nos topamos con nuestro primer sufriente, José Luis Casero, un empresario que se enfrenta a su primer día de trabajo después de un estupendo verano playero en familia. «Poco a poco voy recuperando la respiración. Sé que me esperan 48 horas exhaustas de adaptación», explica con cierto pesar al tiempo que reconoce que llega con algunas lecciones aprendidas después de tantos años. «He dejado de planificar tareas arduas y reuniones importantes cuando estamos todos recién incorporados. Este tipo de descargas suponen un alivio para la mente y ayudan a volver con más entusiasmo que si llenamos la agenda con trabajos pesados y fastidiosos. Sigo un criterio muy simple: de menos a más». Como presidente de la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE), Casero se lamenta de algunos factores que ralentizan aún más la reactivación de nuestro organismo después de unas vacaciones, como la falta de flexibilidad en el horario laboral y la escasa conciliación que existe en nuestro país. «Eso sin olvidar los malos hábitos que alienta la televisión alargando sus espacios más vistos hasta altas horas de la madrugada». Al final, más de uno se deja arrullar por el murmullo de los compañeros hasta caer en ese estado que antecede al sueño, olvidándose de la genial sentencia de Woody Allen: «Hay que trabajar ocho horas y dormir otras ocho, pero no pueden ser las mismas».
De todos modos, el síndrome postvacacional tiene mucho de inercia física y mental. «La desgana se extiende igual que una pandemia dejando que el entorno absorba nuestra energía hasta la extenuación», dice el empresario. No hace falta arrimar mucho la oreja para advertir en la calle la queja convertida en una constante. Cualquier comentario o pregunta provoca reflujo sentimental. Muchos despertadores ni siquiera habrán tenido que sonar porque las hormonas de estrés se han puesto bastante antes en estado de alerta. ¿El resultado? Ojos vidriosos y rostros taciturnos por todas partes. Por cierto, ¿existe o no el síndrome postvacacional? «Se trata más bien de una percepción promovida por nuestra cultura», cuenta a LA RAZÓN el psicólogo Esteban Cañamares. «Empiezan los horarios frenéticos, los quehaceres cotidianos, y esto disgusta. El efecto no es muy diferente al de un ''jet lag'', y se transmite a nuestra salud, estado de humor y capacidad de rendimiento».
PROGRAMADOS PARA LA VIDA COTIDIANA
Alrededor del 21% de los trabajadores retoman la rutina, según el CIS, con pesadumbre. El porcentaje sube al 35,5% en la franja de 25 a 34 años. Otras encuestas hablan de un 60% de personas que admiten padecer síndrome postvacacional y su correspondiente cuadro de estragos físicos y psíquicos: ansiedad, irritabilidad, inseguridad, falta de concentración, taquicardia, náuseas, dificultad para dormir y problemas digestivos. Cañamares recuerda que, desde el punto de vista psiquiátrico, no tiene entidad diagnóstica ni está reconocida como enfermedad. Tampoco el Derecho Laboral lo contempla, al menos directamente, según la abogada Natalia Pazos. «Sí podemos encontrar normativa relacionada con sus posibles consecuencias o manifestaciones si se parte de la consideración de que el síndrome postvacacional surge como consecuencia de otras patologías que tienen su base en la relación laboral. Sería el caso de estrés laboral («burn out»), que impediría al trabajador una vuelta normalizada al trabajo», indica.
Salvo estas excepciones que expone la letrada, la pereza de volver no puede calificarse como síndrome. Cañamares se muestra firme: «Dejémoslo mejor en galbana, en falta de ganas. ¿Cómo es posible que no hayamos aprendido que la vida es una sucesión de etapas, cada una con su proceso de adaptación? En un país con casi tres millones y medio de parados es indecente tomar la vuelta al trabajo como una tragedia». No es el único que opina así. «El ser humano muestra mucho arte en esto de amargarse la vida», añade la psicóloga Júlia Pascual, directora del Centro Terapia Breve de Barcelona (juliapascual.com). «Parecemos programados más para percibir la vida cotidiana de una forma negativa que lo contrario». Sus palabras se revalidan en plena hora punta madrileña. Entre la abigarrada multitud es fácil identificar a cada uno de los tipos de personas que, según ella, más comúnmente sufren el estrés de reincorporarse a sus obligaciones. Tenemos, en primer lugar, al planificador. Camina decidido pensando y organizando hasta el mínimo detalle. Reaparece en la oficina con las tareas preparadas y es posible que, por su cuenta, se haya impuesto alguna obligación adicional. «Si una persona así se encuentra con que se le ha modificado algo de manera imprevista, se pone en tensión, nervioso e irritable. Cualquier cambio es para él una forma potente de estrés», explica Pascual. Unos metros más allá, con la cabeza gacha, vemos al fóbico. Parece que arrastra el mar, pero no de agua, sino de dudas. «Es el tipo que tiene miedo a afrontar su situación laboral, a equivocarse, a no ser capaz o a no estar a la altura. Si por él fuera, evitaría el mal trago de la vuelta y estaría continuamente de vacaciones».
Acercamos algo más nuestro «zoom» para tratar de seguir a alguien que se mueve apresurado, buscando entre las carpetas quién sabe qué y hablando resuelto con su kit manos libres. Parece muy animado. ¿También sufre el fin de las vacaciones? «Es el controlador –advierte la psicóloga–. Un experto en rituales para propiciar que le vaya bien esta primera jornada laboral y para evitar equivocarse o que suceda algo inesperado». Son personas que no pasan inadvertidas. Comprueban, casi compulsivamente, si dejaron el coche bien cerrado, enviaron los correos electrónicos o entregaron los informes. Con tanto trajín, siempre acaban echando alguna hora de más, haciendo aún más empinada la cuesta de septiembre.
El barullo de tráfico, las sirenas, el gentío... Es obvio que no hay piedad para este pelotón de remolones. A pesar del ruido, se puede escuchar con algo de claridad alguna conversación. «Sí, de vuelta ya. Como siempre. Las mismas caras, el mismo aburrimiento e igual de mal pagado que siempre. Ya sabes, aquí las cosas cambian solo para unos pocos». Nos faltaba por conocer a este pájaro de mal agüero que Pascual define como el «profeta negativo». «Aquel al que continuamente le vienen pensamientos catastróficos y pesimistas que le hacen sentir angustiado, triste e irritable». Sus vacaciones han sido cortas, no ha podido descansar lo suficiente y se agobia contando en el calendario los días que faltan para el próximo puente. ¡Siempre van a ser demasiados! Lo bueno es que en pocos días todo esto pasará. Basta con dejar que la mente y el cuerpo se tomen ese tiempo que necesitan para deshabituarse de las vacaciones y habituarse a la rutina. Sentir melancolía, inquietud o rabia es solo parte del proceso.
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