Famosos
Nuevos aires en la lista de los más elegantes de España
Operación recambio. Año nuevo, nombres nuevos. Como si una colección de moda fuese, se impone la renovación generacional y aparecen nuevos estilos, adictos a Paul Smith o Tom Ford y cuyo pie sin calcetín ya no calza mocasines Gucci o Fratelli Rossetti, sino la modernidad de los Tod’s. Más que elegantes en sí, que huele a trasfondo y pasado resplandeciente, yo los definiría como «estilosos». Jubilan a los prototipos de elegancia clásica, donde, casi nonagenario, sobrevive el actor Arturo Fernández, una rara avis que sigue comprando calcetines hasta la rodilla en ese Bel del barcelonés Paseo de Gracia, uno de los últimos arcanos de elegancia masculina. El marqués de Griñón es de la misma generación, aunque tiene algunos años menos, en la que imperaba el gris raya diplomático y, para cenas, el azul marino. No se permitían innovaciones. El marqués de Quintanilla también se distinguía, igual que Luis Escobar, marqués de las Marismas.
Carlos Larrañaga sobresalía de joven; su madre, María Fernanda, pasmaba los teatros con su refinamiento y él tomó nota. Don Juan Carlos sobresalió durante cuarenta años, incluso ya maduro, fiel a las coloristas corbatas de Gucci y Hermés. Conservo como oro en paño una que el soberano me regaló pintada por un artista rumano amigo suyo. La acompañaba una tarjeta manuscrita sin desperdicio que enmarqué. También pienso en Carlos Huéscar, actual duque de Alba, elegancia desde la cuna que contrasta con el pringoso Jesús Aguirre, un cursi parvenú que llegó a creerse Beau Brummell. Siempre tirándose el puño de las camisas. La tele impuso nombres como Jesús Álvarez, Joaquín Prats padre y Pedro Macía. Ya José Luis de Vilallonga, marqués de Castellvell y marido de la impagable Syliane Stella, junto a la que fue icono de los 80 con su universalidad que rompía con lo establecido. Marisa de Borbón y Nati Abascal tuvieron su momento, que duró años. La ex duquesa estilista perdió deslumbre al ya no usar Valentino y Oscar de la Renta, que se veían únicos con su imponente percha, hoy de setentona (somos contemporáneos). Sus hijos, Rafael y Luis –para mamá, aún Luisito– están jubilados de «los más». Salieron buenos alumnos, pero el pequeño no tiene el físico del actual duque de Feria, impactante en un momento. El matrimonio lo vulgarizó, hay amores peligrosos.
Superados los que fueron simbólicos y marcaron otra época, se impone la renovación. Llega un aire nuevo nada encorsetado. Significado ejemplo de chic deportivo es Fernando Fitz-James Stuart y Solís, con mucho «el más» de la generación. Apenas veinteañero, el mayor de Carlos de Alba destaca por su aire desenvuelto, modos nada palaciegos y una cabeza de aire más griego que romano, angulosa y con remarcadas mandíbulas. A su lado, se sostiene Enrique Ponce, aunque no sea elegante repetir tantas veces el mismo pañuelo blanquinegro del bolsillo de pecho. Mientras, José Mari Manzanares sin duda es «el más» de nuestros matadores. Juan Avellaneda también destaca entre los recién llegados, lo mismo que Aldo Comas, el muy combinado marido de la crispante Macarena Gómez, mientras los hermanos Hohenlohe, con su casta, son la mejor evidencia de que hay que renovarse o morir.
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