Festival de Cannes
La desfachatez de Susan Sarandon
Alimentar la hoguera y quemar a un hombre vivo, con el único propósito de acaparar los titulares que ya nunca consigue por su trabajo, es lo que ha hecho la actriz acusando a Woody Allen de abusos a un menor
Alimentar la hoguera y quemar a un hombre vivo, con el único propósito de acaparar los titulares que ya nunca consigue por su trabajo, es lo que ha hecho la actriz acusando a Woody Allen de abusos a un menor
Woody Allen presentó cinta en Cannes, «Café society», un cuento agridulce. A las pocas horas uno de los hijos de Mia Farrow, Ronan, respondió con una carta atómica en la que reitera las acusaciones de los supuestos abusos cometidos por el director contra Dylan Farrow, otra de las hijas adoptivas de Mia, que entonces tenía 7 años. A la juerga se sumó Susan Sarandon. Con ese muelle flojo propio de los mejores cazadores de brujas y los más reputados inquisidores, ha concluido en rueda de prensa que «creo que Allen abusó de una niña y eso es inaceptable». La señora Sarandon es muy libre de anteponer el fruto ácido de sus prejuicios sobre el dictamen de forenses, médicos, peritos y psicólogos, detectives y jueces, que desestimaron los cargos. Para comprender mejor hasta qué grado de repugnante arbitrariedad la dama patina, contextualizo.
Allen abría Cannes con «Cafe society» y el tendido respondió con una combinación de palmas y suspiros. Todd McCarthy, del «Hollywood Reporter», celebró su «excepcional reparto, liderado por Jesse Eisenberg, Kristen Stewart y Steve Carell» y «el luminoso resplandor» que «enfatiza tanto la nostalgia del viejo Hollywood como el corazón de una historia sobre los sueños y el artificio». Lo del fulgor radiante está relacionado con el hecho de que la fotografía ha sido cosa del maestro Vittorio Storaro. Los no creyentes hablan de un Allen más ameno que agudo. En el plano personal, en el ámbito doméstico, está casado, hace ya veinte años, con Soon-Yi Previn, la coreana que Mia Farrow adoptó en 1978 junto a su marido de entonces, el compositor André Previn. Recuerden que Farrow, que en 1966 contrajo matrimonio con Frank Sinatra cuando él tenía 51 años y ella 21, descubrió que Allen estaba liado con Soon-Yi, a la que el cineasta sacaba 35 tacos. En su descargo Allen siempre explicó que los niños eran de Farrow y Previn. Nunca había compartido apartamento con la actriz y su prole. «Podría habérmela encontrado (a Soon-Yi) en una fiesta», comentó en el programa «60 minutes», de CBS. Entrevistada por la revista «Time» en 1992, Soon-Yi declaró que «Pensar que Woody fue de alguna forma mi padre o padrastro es hilarante. Mis padres son André Previn y Mia, pero es evidente que ni siquiera son mis verdaderos padres, y nunca tuve ni la más mínima relación con Woody».
Montaje
Desairada por el romance, Mia Farrow contestó que Allen había abusado, durante una de sus visitas, de Dylan. Tras una investigación de 14 meses, con la prensa sensacionalista en modo marabunta y el público horrorizado, los servicios sociales de la ciudad desestimaron las acusaciones. Las palabras de la niña olían a ensayo. A montaje. Otro de los críos adoptados por Farrow, Moses, que entonces tenía 15 años y estaba en casa el día de autos, explicó en 2014 a «People» y «CNN» que «por supuesto que Woody no abusó de Dylan. Mi madre me presionó para odiar a mi padre por haber roto la familia y haber tocado a mi hermana. Y lo odié durante años. Pero ahora comprendo que era una venganza para hacerle pagar por enamorarse de Soon-Yi». «Es trágico», añadía, «que veinte años después una historia falsa, fabricada por una amante despechada, resurja de nuevo aunque fuera rechazada por las autoridades. Mi hermana nunca huyó de Allen hasta que mi madre logró crear una atmósfera de miedo y odio hacia él. El día en cuestión había seis o siete personas en la casa, todos a la vista, y nadie, ni mi padre ni mi hermana, estuvieron a solas (...) No sé si mi hermana realmente cree que fue abusada sexualmente o está tratando de complacer a su madre. Complacer a mi madre era una poderosa motivación porque tenerla en contra era horrible».
De ahí que las palabras de Sarandon constituyan una estafa moral. Una afrenta para cualquiera alineado con las víctimas. Sumarse a la lapidación de Allen a partir de unas imputaciones demolidas sólo sirve para encontrar a una Sarandon feliz de posar con vitola justiciera y acaparar los titulares que ya nunca recibe por su trabajo, en cuarto menguante hace siglos. Aunque eso suponga alimentar la hoguera y quemar vivo a un hombre. Vergüenza, Susan, vergüenza.
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