Artistas

Joaquín Sabina: Su secreto mejor guardado

El cantante, pródigo en publicitar su forma de vida y ayudar así a forjar un personaje con su pizca de leyenda, ha dejado por problemas de salud esa vida bohemia y afronta las giras siempre junto a su pareja, la fotógrafa peruana Jimena Coronado

«Me acaba de pasar un Pastora Soler», dijo Sabina en alusión a un vahído por pánico escénico en 2014.
«Me acaba de pasar un Pastora Soler», dijo Sabina en alusión a un vahído por pánico escénico en 2014.larazon

El cantante, pródigo en publicitar su forma de vida y ayudar así a forjar un personaje con su pizca de leyenda, ha dejado por problemas de salud esa vida bohemia y afronta las giras siempre junto a su pareja, la fotógrafa peruana Jimena Coronado.

A medida que crece el interés por el mito, éste se hace más celoso de su intimidad para alimentar los rumores de segunda mano, casi siempre tan inciertos. Es un tópico, pero es la realidad que acompaña a las grandes leyendas de la música y cualquiera de sus artes. También a Joaquín Sabina, el hombre que ahora reanuda su gira –el próximo 2 de junio– después de sufrir un nuevo episodio insalubre.

La mejor forma de conocer a un artista está en su propia obra, aunque requiera más esfuerzo. También es cierto que Sabina fue pródigo en publicitar su forma de vida y ayudar así a forjar un personaje que a él le encanta. O le encantaba, quién sabe. Fue en la madrugada del 24 de agosto de 2001 cuando el autor de temas como «Quién me ha robado el mes de abril», «Así estoy yo sin ti», «Princesa» o «Cerrado por derribo» sufrió un accidente isquémico cerebral que puso su vida en peligro. Tiempo de parar, de reflexionar y, según advirtió entonces, de cambiar de hábitos. Aunque no fuera del todo.

Sabina se volvió lógicamente elusivo. Principalmente, por motivos de salud. Ya no podía llevar esa vida bohemia matadora, la de bares, clubes y otras cosas. Y con él estuvo su acompañante durante casi dos décadas, la fotógrafa peruana Jimena Coronado, hija del ex presidente del Banco Central de Reservas de Perú y la mujer que custodia su salud. O que al menos lo intenta.

Terapia de choque

«Jime», como la llaman los que más la quieren, aplicó una especie de terapia de choque. Cambió la cerradura de la casa que Sabina tiene en el centro de Madrid para evitar que tantas personas nocivas con llave entraran para convertir la noche en día y las mesas en amasijos de colillas, vasos vacíos y botellas acostadas. «Después de lo del accidente cerebral pasé unos años con una tremenda depresión. Yo no tuve crisis ni a los 40 ni a los 50. Al acercarme a los 60 empecé a notarme algo extraño y me dije, ¿qué está pasando aquí?», escribiría en la revista «Rolling Stone». Junto a él siempre estarían sus hijas Carmela y Rocío, fruto de su relación con Isabel Oliart, hija de Alberto Oliart, ministro de Industria con UCD. Son los amores de su vida, chicas que siempre se han mantenido en el plano más discreto y con acusado perfil bajo.

Es cierto que su accidente limitó profundamente el caudal creativo que hasta entonces había sido Sabina. De alguna forma, algo cambió en su manera para traducir en arte sus sentimientos y vivencias y ya no volvió a escribir con la naturalidad de antaño. Le ha pasado a muchos. Desde su exitoso «19 días y 500 noches» todos sus discos se han forjado mayoritariamente gracias a colaboraciones externas. Tanto en música como en textos. Uno de sus colaboradores más asiduos es el poeta y escritor Benjamín Prado, quien le escribe letras de canciones que intentan parecerse a la «naturaleza sabinera».

Por supuesto, las giras son todo un peligro para alguien que quiere evadirse de costumbres insanas. Por eso Sabina viaja con «Jime» a todas partes. «Yo me conozco», ha asegurado el artista en alguna ocasión, sabedor de lo débil que es a las tentaciones que atentan contra su salud, pero que tanto le gustan.

Ducados y tequila

Lo que nadie ha conseguido es que, a pesar de la reclusión, deje hábitos como su paquete de Ducados y esos chupitos de tequila con los que agasaja a las compañías. Y a él mismo. Salvo las páginas de los libros en mañanas lluviosas, no hay nada que al cantante le dé mayor placer que las largas sobremesas y los debates de madrugada viendo salir el sol junto a sus amigos hablando un poco de todo: poetas, artistas sobrevalorados, canciones, la utopía de una revolución que barra las estructuras políticas del país, los toros y los amores.

Ahora que su poder creativo ha menguado le quedan los conciertos multitudinarios y los reencuentros con sus viejas canciones, las que quiere escuchar una audiencia –compuesta por varias generaciones– que acude a sus recitales como si fueran una liturgia. Es lo que tiene ser leyenda y haber forjado un personaje que gusta. Hubo una vez que persona y personaje viajaban de la mano. Ahora no tanto. Eran otros tiempos.