Historia
Las confidencias de Leandro de Borbón
Nacido el 26 de abril de 1929, el hijo «no matrimonial» de Alfonso XIII falleció el viernes en Madrid a los 87 años. Hace unos años confesó al autor de esta crónica que el infante Don Jaime había muerto de un botellazo que le propinó su mujer
Nacido el 26 de abril de 1929, el hijo «no matrimonial» de Alfonso XIII falleció el viernes en Madrid a los 87 años. Hace unos años confesó al autor de esta crónica que el infante Don Jaime había muerto de un botellazo que le propinó su mujer
Jamás olvidaré la bondad y cortesía de Leandro Alfonso de Borbón Ruiz Moragas, caballero de la vieja escuela donde los haya, quien, tras una ardua batalla legal, logró finalmente que los tribunales le reconociesen como hijo extramatrimonial del rey Alfonso XIII con la bella actriz Carmen Ruiz Moragas. Así se produjeron las confesiones que me hizo en su casa, en noviembre de 2005. Aquella tarde otoñal, sin dejar de mirarme, mi distinguido anfitrión se inclinó por instinto hacia delante para susurrarme al oído, como si temiese que alguien más pudiera escucharle:
–Ella le mató...
–¡Quién!–, inquirí yo, intrigado.
–Su segunda mujer.
–¿La prusiana Carlota Tiedemann?
–Ella... ella le mató–, sentenció de nuevo.
–¿Cómo supo eso?
–Me lo contó la hermana del pobre don Jaime.
–¿Cuál de las dos?
–Cristina de Borbón y Battenberg–, enfatizó para disipar cualquier duda sobre tal acusación.
Y añadió:
–Fui a verla una tarde de verano, a finales de los 70, a su coqueto pisito de la calle Velázquez, donde la infanta se instalaba dos veces al año (en junio y en diciembre) antes de regresar a Turín. Pasaba temporadas en Madrid desde el fallecimiento de su marido, Enrico Marone, dueño de Cinzano, a finales de los sesenta...
¿El infante, asesinado por su segunda mujer? ¿Estaba ante un caso de homicidio silenciado? Decidido a llegar al fondo del asunto, retomé el momento álgido de nuestra conversación:
–¿Qué le dijo la infanta?
–Aquella tarde... –, tragó él saliva mientras tomábamos café en su saloncito privado–, Cristina me reveló la dolorosa verdad sin poder contener aún lágrimas de rabia.
–¿Le dio algún detalle del presunto homicidio?–, insistí.
–Sí, claro –dijo atenuando la voz. Fue horrible: me dijo que Carlota Tiedemann le sacudió un botellazo en la cabeza a don Jaime y que luego éste se desplomó en la calle golpeándose de nuevo.
En un acto reflejo, dirigí la mirada hacia el diminuto piloto rojo encendido para confirmar que mi grabadora seguía en marcha.
–Seguro que ella estaba ebria–, aseveré.
–Sí; habían bebido los dos. Discutieron... y ella le propinó el botellazo. Luego, cogió a don Jaime, que residía en Lausana desde la muerte de la reina Victoria Eugenia, en un chalecito que él llamaba Chemin Primerose [Camino primoroso], lo metió en un coche y se lo llevó lejos de allí, abandonándole a la puerta de una clínica en Saint-Gall, en la Suiza oriental.
–¿Ahí quedó todo?, ¿nadie reclamó una investigación?–, alegué yo, entre perplejo e indignado.
Él simplemente dijo, haciendo una mueca de cinismo:
–La Familia Real, precisamente no. Estas cosas, en la Corona se tapan.
Previamente, al preguntarle por qué su padre fue tan infiel a la reina Victoria Eugenia, trató de justificarle así:
–No es que fuese infiel –aseguró. Entonces, aunque se enfriase el matrimonio, era inconcebible el amor libre, así como que las mujeres solteras quisiesen tener hijos. La mujer tenía que ser virgen y además demostrar que no era adúltera; igual que el hombre. Quiero decir con esto que tenías una mujer y tenías un agujerito, y todo debía ser al amparo de eso. Pero si con su mujer (Alfonso XIII) no se llevaba bien, como era natural, él no buscó sino que cuando se ofrecieron cogió alguna rosa...
A diferencia del primero de sus hijos naturales, Alfonso XIII sí trató de asegurar el futuro económico de Leandro y de su hermana María Teresa, así como el de Juana Alfonsa Milán, hija extramatrimonial también del mismo rey pero con la institutriz y profesora de piano de los infantes en palacio, Beatrice Noon, nacida en Escocia pero de ascendencia irlandesa.
Con tal fin confió a su amigo íntimo el conde de los Andes una cantidad de dinero fija, con cuyos intereses vivieron sus tres vástagos durante muchos años.
El mismo me lo explicó así:
–Nosotros teníamos una especie de manda que nuestro augusto padre le había dejado a su albacea testamentario, el conde de los Andes. La suma ascendía a un millón de pesetas de 1931 (equivalente hoy a más de dos millones de euros), depositada en un banco de Ginebra, con cuyas rentas vivimos mi hermana, yo y Juana Alfonsa Milán hasta 1958. Al principio nos daban 1.500 pesetas mensuales a cada uno; a partir de 1945, y hasta 1950 aproximadamente, recibimos 3.000 cada uno al mes; luego, la cantidad se elevó a 5.000. Más tarde, en 1956 creo recordar, recibimos entre diez y doce millones de pesetas más cada uno. Mi encuentro con Andes fue muy duro, pues tuve que escucharle unas palabras que no me gustaron nada: «A mí no me agrada la existencia de ustedes, pero mi condición de albacea me obliga a cumplir la voluntad de mi rey», dijo».
Leandro de Borbón conocía ya la existencia de Juana Alfonsa Milán por su amigo Julián Cortés Cavanillas, biógrafo del monarca. Pero jamás pensó que la voz de aquella mujer fuese a resonar de improviso en el auricular de su teléfono a finales de los años 50:
–Nunca supe quién le facilitó mi número, pero el caso es que Juana Alfonsa me llamó un día y me dijo así, de sopetón: «Oye, soy tu hermana; soy hija de nuestro padre el rey. Estoy ahora en el hotel Princesa y me quieren echar de aquí porque no he podido pagar la factura; como tú sabes, este mes están cerradas las transferencias del extranjero a España y por eso no he recibido aún el dinero que nos envía Andes».
Poco después, Leandro llegó al hotel. Su hermana le rogó que hablase enseguida con el director para que no la expulsasen de allí. Tras mucho interceder, Leandro logró al final que la dirección prorrogase una semana el plazo a su hermana para pagar su deuda. Luego, se despidió de ella convencido de que nunca más volvería a verla. Pero se equivocó:
–Trabajaba yo entonces–, recordaba él– en la calle Ventura de la Vega, donde tenía mi despacho. A media mañana solía tomar un cafetito en el Buffet Italiano, muy cerca de mi oficina, en la Carrera de San Jerónimo. De repente, uno de aquellos días la vi aparecer por allí. Charlé amablemente con ella. Poco después volvió a visitarme, hasta que un buen día el encargado de la cafetería me dejó helado con estas palabras: «Señor –advirtió-, tiene usted algunas facturas que ha dejado pendientes su hermana...». Huelga decirle que pagué todas las cuentas pendientes y nunca más volví a verla». Leandro de Borbón ya no podrá contar más cosas, pero su grato recuerdo pervivirá entre quienes, sin ser de su familia, tuvimos el privilegio de conocerle de cerca. Descanse en paz.
Don Juan Carlos y su primo Gonzalo
Leandro me contó también sobre Gonzalo de Borbón, hermano del duque de Cádiz, otra desconocida anécdota que luego él mismo recogió en la primera parte de sus memorias. Comentaba que su otro sobrino, Juan Carlos, rey de España, le hizo una confidencia en 1992, durante uno de sus contados encuentros en La Zarzuela.
Según esta confesión, Gonzalo fue un día a visitar al soberano acompañado de su entonces novia. Enterado de que su primo le aguardaba a la entrada junto con una bella señorita, Don Juan Carlos indicó al guarda que le diese largas. Poco después recibió una llamada para decirle que los señores que acababan de marcharse se iban acompañados de una espesa nube de fotógrafos y periodistas. Fue entonces cuando don Juan Carlos le dijo a Leandro, indignado: «Gonzalo es el colmo: cobra por línea».
Así era. En 1983 Gonzalo viajó a Londres, pagado por la revista «Hola», para reunirse con su hija secreta Estefanía en una exclusiva de muchas cifras.
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