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Carmen Sevilla, 85 años en el olvido

Este año nada será igual. Carmen celebrará su próximo cumpleaños, el día 16, en la residencia de Aravaca, sin más compañía que la de su hijo y el personal que la atiende. Prácticamente ya no conoce a nadie, ni tan siquiera a Augusto Jr. o a sus nietos

La bella actriz y presentadora no puede echar mano de la nostalgia porque sus recuerdos están perdidos
La bella actriz y presentadora no puede echar mano de la nostalgia porque sus recuerdos están perdidoslarazon

Cuando el alzhéimer no se había adueñado de la mente y de la vida de Carmen Sevilla, la entrañable artista solía celebrar sus cumpleaños en un lujoso restaurante madrileño. Allí reunía a su único hijo, Augusto, a sus familiares más cercanos y a amigos como Moncho Ferrer, Marily Coll, María Ro- sa, Gonzalo Presa, Enrique Miguel Rodríguez, Pedro Trapote, Lucio... El 16 de octubre se convertía en un día de alegría para Carmen, y, por tanto, organizaba su cena sin dejar de lado cualquier detalle.

Este año nada será igual. Carmen cumplirá los 85 recluida en la madrileña residencia Sanyres de Aravaca. Seguramente, sin más compañía que su hijo y el personal que la atiende desde que ingresó en el centro geriátrico. Prácticamente ya no conoce a nadie, ni tan siquiera a Augusto; no sabe que esos niños que iban a verla de vez en cuando son sus nietos. La abuela no tiene recuerdos, no puede echar mano a la nostalgia porque sus pensamientos están perdidos.

El mejor amigo de Carmen es Moncho Ferrer. Se conocen desde hace medio siglo y es una de las escasas personas que tiene todavía contacto con ella: «Voy a visitarla y me llama “Monchito, mi vida”. Te aseguro que es verdad, no te voy a mentir en algo tan serio. Carmen ocupa una suite individual muy agradable con salón, dormitorio y baño. Aunque mentalmente, la enfermedad le ha afectado mucho, físicamente sigue estando muy guapa, no tiene arrugas en la cara. Cuando le hablas te mira con cariño y se pone muy triste cuando la dejo».

–¿Por qué no van a verla más amigos?

–No lo sé.

–Dicen que su hijo no permite otras visitas...

–¿Quiénes quieren verla, los que no la visitaban en su casa? No tiene sentido que lo hagan ahora.

–¿Carmen puede valerse por sí misma?

–Tiene movilidad, sí, pero pasa mucho más tiempo sentada o acostada que de pie. Solemos pasear por el jardín cuando la visito. Está muy bien atendida y lleva una vida muy relajada.

–En una ocasión me contaste que cantáis los dos en su suite...

–Sí. Le canto y me mira muy fijamente. Se pone muy contenta. Y tararea las canciones.

–¿Sigue siendo coqueta?

–Nunca dejará de serlo. Le peinan y le visten con su ropa. Y te vuelvo a repetir que sigue muy guapa.

–¿Has coincidido allí con su hijo?

–No. Pero tengo muy buena relación con él.

–¿Augusto ha vendido el piso de su madre?

–No tengo ni idea, en esos asuntos no me meto, no sé nada. No pregunto. Yo me limito a visitar a Carmen por el cariño, el apego y el agradecimiento a ese medio siglo de entrañable amistad.

Por su parte, Marily Coll asegura que «intentaré ver a Carmen el día de su cumpleaños, es un día muy especial para ella y aunque no me reconozca, podré expresarle todo el cariño que siento... Recuerdo con inmensa emoción aquellas cenas de cumpleaños, cuando nos reunía a todos en “Zalacaín”, y pedía siempre el mismo menú que le servían cuando su marido, Vicente Patuel, estaba vivo y lo celebraban juntos: una menestra, una carne o pescado y la tarta. Lo pasábamos muy bien, y Carmen disfrutaba muchísimo de aquellas veladas. La última fue hace unos cinco años»

En estos últimos días comenzó a correr el rumor de que su estado había empeorado. Ya en 2009, cuando le diagnosticaron la enfermedad, y en 2014, algunos medios publicaron la noticia de su muerte. Gracias a Dios, sigue viva y bien cuidada. Pero la alarma que crearon esos bulos fue muy grande.

En una de nuestras entrevistas más cercanas en el tiempo, Carmen me desveló que rezaba a diario para no acabar como su madre, con alzheimer y en una residencia. Su progenitora murió en el 2004, a los 99 años, y el destino dio la espalda a su hija, porque la actriz ha heredado el mal del olvido. Pero, en aquella charla, no demostró el menor miedo a lo que pudiera depararle el futuro: «Yo estoy bien, me siento estupendamente y sólo espero vivir muchos años para disfrutar de los míos. No me gusta hablar de la muerte, cuanto más lejos, mejor». Entonces, todavía soñaba con que se grabara una serie sobre su vida.

Incluso tenía la intención de volver a trabajar a sus 80 años, en su vocabulario no cabía la palabra jubilación, a pesar de que nunca recuperaría su trabajo en «Cine de barrio» ni estaba en la intención de los productores contratarla. Y eso que daba juego, mucho juego; sus equivocaciones lograban que subiera la audiencia, como en aquella ocasión en la que salió a presentar el «Telecupón» en zapatillas de andar por casa. El 14 de diciembre del 2010 la veíamos por última vez en el plató de «Cine de barrio».

Javier M. es hijo de uno de los residentes en «Sanyres», habla con La RAZÓN y nos cuenta que «me llevé una gran sorpresa al ver a Carmen Sevilla sentada muy cerca de mi padre. Tenía la sonrisa en la boca y me dio mucha pena, porque yo la recordaba en todo su esplendor. No mantiene ninguna conversación y se pasa el día con la vista como perdida. Parece ser que tan sólo la visitan su hijo y otro señor, porque ya no conoce a nadie... Le gusta mucho pasear por el jardín por la tarde».

Seguramente, a Carmen se le han olvidado otros paseos, los que realizaba con Moncho por el Parque del Oeste, las visitas a su pastelería favorita, los refrescos que se tomaban en Rosales 20, las caricias de su hijo y sus nietos... Desgraciadamente, su mundo particular es tan cruel que le ha alejado de la realidad.

¿Prohibición de visitarla?

Dicen que Augusto supervisa las visitas, que tan sólo algunos privilegiados pueden ver a Carmen en su «deteriorado» estado mental. El hermano y la cuñada de la artista se quejaron de la imposibilidad de estar con ella, aunque fuera por unas horas, y echaron la culpa de la «prohibición» a su propio sobrino. Otras fuentes nos desvelan que Augusto y sus tíos no mantienen una buena relación en los últimos años por culpa de ciertas desavenencias familiares. Intentamos que Augusto Alguero Jr. nos aclare la situación, pero no quiere hablar con periodistas, aunque quien esto escribe le conozca desde que era un niño. Contesta con un simple «muchas gracias por su interés, pero no pienso hacer declaración alguna. Un saludo». Así, sin más.