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Carmen Martínez-Bordiú: del novio chatarrero al amante filósofo
La socialité siempre busca en sus parejas algo diferente. Nada tiene que ver el cántabro José Campos con su nuevo novio, australiano de 32 años, o con Luis Miguel Rodríguez, que la dejó muy tocada.
La socialité siempre busca en sus parejas algo diferente. Nada tiene que ver el cántabro José Campos con su nuevo novio, australiano de 32 años, o con Luis Miguel Rodríguez, que la dejó muy tocada.
Cunde y se expande la indignación como siempre que Carmen Martínez-Bordiú estrena novio. Aunque sus íntimas deberían estar acostumbradas por su contundencia y repetición amatoria a la que los 66 años no dan tregua, todavía se disparan como en este caso que no es nuevo. Tras romper con Jaime de Rivera, que no gustaba a Villaverde, su primer matrimonio lo amañó El Pardo con el triste duque de Cádiz. Sus emparejamientos siempre han traído cola. Y no en su madre, la nonagenaria Carmen Franco, que ya hace mucho que pasa de los caprichos de su primogénita con un movimiento de cabeza acentuado por la edad. «Cosas de Carmen», minimiza, según me comentan desde su círculo, ya acostumbrada a lo que en la mayoría de los casos no pasó de simples devaneos.
Incluso, aún viva su abuela Carmen Polo, que la adoraba, engañó al resignado Alfonso de Borbón tras conocer en un crucero a Jean-Marie Rossi, que le doblaba la edad. Cosas del destino; es lo que ahora le ocurre a ella con Timothy McKeague, de tan solo 32 fornidos y atractivos años. Éste vive cultivando la filosofía oriental tan contemplativa, quizá un reposo para Carmen, siempre buscando algo diferente como la apostura australiana del mozo que rompe esquemas con los precedentes: ese José Campos cántabro, realmente impresentable, y no digamos de Roberto Federicci, que tras rematar con ella hizo intentonas de ligue con María Teresa Campos, televisivamente tan añorada. Montó un acoso del que ella se reía.
De viaje por irán
En este puente, antaño tan patriótico, sus lenguas estuvieron imparables, le sacaron partido al descanso: «Y encima tiene la desfachatez de aprovechar el puente para llevárselo de viaje a Irán con su madre y dos amigos más. Es un viaje “de paquete”, 3.000 euros por cabeza todo incluido, nada de superlujo», me detallan. Carmen invitó a la duquesa para distraerla de cómo le preocupa lo catalán y la absurda reclamación que los independentistas gallegos hacen del Pazo de Meirás, propiedad que en 1942 le regaló La Coruña por suscripción popular ahora cuestionada con apaños e imposiciones. Lo vendió Blanca Cavalcanti, hija de la condesa de Pardo Bazán, su creadora. Pedro Barrié de la Maza, cuyo imponente edificio desafía el tranquilo deambular por el Cantón Pequeño frente a los jardines de Méndez Núñez, lo organizó para asegurarse la presencia agosteña en el verano coruñés, como también hizo San Sebastián con Miramar y más tarde Palma con Marivent. Era una treta o maniobra nada sutil y muy descarada de convertirse en la capital de España al menos durante treinta días, los que Franco «and family» disfrutaban en Meirás saliendo desde Sada de caza y pesca con su íntimo y leal Max Borrell, al que conocí. A Barrié de la Maza el Caudillo luego lo hizo conde de Fenosa, que era su imperio eléctrico que alumbraba todo el rincón del Noroeste. Franco, acaso caústico o regodeándose, eligió personalmente el título abreviado de Conde de las Fuerzas Eléctricas del Noroeste. Causó una risa constante en las altas esferas que encabezó la nobleza, sintiéndose ultrajada, como si todos los títulos no tuviesen origen en acciones guerreras o favores reales, hasta premiando algún exceso carnal prodigados por Isabel II o Alfonso XIII. Incluso podría dar nombres y títulos de favoritas de aquel monarca tan licencioso. La sociedad los conoce y no rechistó.
Pero vuelvo a Carmen que, ya conviviendo con el recién estrenado novio, luce revitalizada belleza al ampliar periodísticamente tan desigual romance. Está radiante, rejuvenecida y como si solo aparentase 40 años, pese al descuido de su reciente última salida social con un nada favorecedor traje azul noche y una toquilla de lana. Me chocó como hace días ver cojear y con bastón a la duquesa en el estreno de «El cantor de México» en el Teatro de la Zarzuela.
Carmen y sus novios ya retahíla. Aguantó al anticuario Rossi, vivió años con él en París con la singularidad de ser vecina y casi amiga de la primera señora Rossi conformando un sorprendente triángulo. Después llegarían Federicci, con quien se instaló en tierras sevillanas y llegó a ser vecina de los Luchino en Cazalla. Del santanderino Campos poco hay que decir, igual que de Luismi, conocido como «el chatarrero», que la dejó muy tocada acaso como resultado de que empezara a sentir el peso de la edad. Fue un espejismo superado gracias al apuesto Tim, que así la llaman sus cercanos. Quedan extrañados viendo el cambio físico lucido en la revista de rigor, auténtico escaparate bien pagado. Lo encuentran irreconocible siempre bajo enormes y gafas oscuras, igual disimuladoras de reparos, como el cuidadoso peinado hacia atrás «cuando Tim siempre luce un pelo entrecano muy revuelto». Envidian tan retozante suma y sigue amoroso viéndola fresca y luminosa como recién salida del tratamiento semanal que le hacen las expertas Maribel Yébenes o las Massumeh.
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