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Agatha en el país de los colores
La Reina Letizia estuvo esta semana en México. «Evidentemente está muy de moda», explicó Agatha Ruiz de la Prada con picardía. Me llamaba desde DF con palpable excitación. Las maravillas del país eran infinitas. Allí se sentía como la verdadera reina de corazones, ya lo sentía por Letizia.
México es territorio agathista. Esto lo tiene clarísimo, al igual que su grandeza, su pasión y sus colores. Pocos viven el febril espíritu agatista como los mexicanos. Ese entusiasmo por la vida, esa celebración constante – incluso ante la muerte – es la clave de unos cuantos universos. Universos compadres del universo Agatha Ruiz de la Prada.
La plática sobre México y sus encantos fue larga. Su gente, su comida, su salsa, su marcha, su cultura, su creatividad, su historia, ningún campo se quedó sin la exaltación correspondiente... Agatha Ruiz de la Prada estaba encantada; y supuestamente todo era gracias a este cúmulo de triunfos mexicanos.
Por otra parte, me imagino que algo también ayudaría el hecho de verse restituida a su reino. Al país de los colores y de las maravillas.
México es –y seguirá siendo– la mayor base de fans agathistas del mundo entero. De ahí vienen los más devotos, los más exaltados y los más coloristas. Existen muchas excepciones por supuesto, pero en general vienen de México.
Imaginaros entonces (si podéis) la locura absoluta que provoca la llegada de Agatha Ruiz de la Prada en México. Los aeropuertos, y sus maletas maletas agathizadas, se colapsan. Multitudes coloridas se congregan rápidamente en las calles. Las madres sacan a sus bebes agathizados para que los bendiga. Todos se vuelven locos por manifestarse agathistas fanáticos, y pierden la cabeza.
Al entender perfectamente el poder de los colores, el poder de la alegría, Agatha Ruiz de la Prada representa para los mexicanos un vínculo con esa verdad divina, omnipresente en su cultura. Y al tener una buena razón para festejar, pues festejan muy felices en su nombre. Las flores, los corazones, las estrellas y los arcoíris agathistas les encajan de maravilla.
(Puede ser que Agatha Ruiz de la Prada sea una incomprendida en su propio país. Aquí la tildan de «payasa», de vez en cuando, como si fuera un insulto. O incluso dicen que España no está preparada para nuestros colores y nuestras locuras, que somos demasiado modernos... No suelo saber muy bien por quién debo preocuparme en estos casos.)
Latinoamérica es nuestra gran salvación. Así lo repetía Agatha, feliz, desde su nuevo dominio. Efectivamente, latinoamérica había sido clave para salvarnos de la crisis. Dadas las ineptitudes políticas que disfrutamos en España era fundamental descubrir un oasis lleno de color y alegría.
La conquista agathista latinoamericana definitivamente fue una conquista mutua. Como agua para arcoíris. Un romance maravilloso.
El llegar a San Miguel de Allende –el llamado «corazón de México»– su furor agathista, dejó en evidencia esta pasión compartida. El desfile celebrado en el Hotel Rosewood, gracias a la Fundación Fox, fue todo un éxito. Las Mojigangas (gigantescas muñecas carnavalescas locales) no se separaron de ella ni un momento, agathizadas de pies a cabeza, flotando por encima de las masas.
Más tarde, en México DF, durante su principal Fashion Week –(un fenómeno que se extiende a velocidades vertiginosas)– Agatha fue la reina del espectáculo. Con una pequeña presentación de sus bolsos Clòe, de sus sábanas Kaltex y de sus perfumes Puig, ya tenía un cortejo más grande que el que nunca se hubiese podido imaginar.
Los «influencers» y los fans extremistas –de los que llamaban todos los días al estudio para saber cuándo exactamente iba a ir Agatha a México– se la querían llevar cada uno a casa, para tener un acceso más directo a su mágico universo. El amor, la sintonía, con su mundo de fantasía y de colores, se manifestaba por todos lados.
Máyela Vázquez –nuestra querida maquilladora de Nueva York y eje de un potente grupo de creativos latinos – voló hasta DF con su fantástico equipo de Xanteria para participar en esta celebración mexicanoagathista.
Los alumnos de la Universidad de Anáhuac, en México DF, fliparon en colores. Recibieron a Agatha Ruiz de la Prada como una sibila colorista que les hablaba por boca de sus dioses favoritos. Olas de excitación se promulgaron por el campus entero ¡Que viene Agatha! ¡Que viene Agatha!
Lúcida y soberana en aquel país de los colores, Agatha no ha parado de divertirse.
Siempre pensó que Frida Kahlo se lo hubiese pasado bomba en sus jueves... A Barragán y a Legorreta también les hubiese invitado.
(Lo único que posiblemente fue menos maravilloso del viaje fue su «down-grade» en manos de Aeroméxico, por lo que tuvo que viajar en turista con un billete de business.
Esto me lo ha enfatizado bastante. Que os contase de los prodigios mexicanos, del expansivo amor que ha sentido hacia ellos, y que pusiera a caldo a Aeroméxico...)
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