Teatro
Joan Matabosch: «El Real no es un desfile de divos mediáticos»
El director artístico del Teatro Real es un erudito musical al que da gusto escuchar con los oídos de par en par, que sabe de ópera lo que ni usted ni yo imaginamos. Llegó al Real con la lección aprendida y tomó el relevo de Gerard Mortier
El director artístico del Teatro Real es un erudito musical al que da gusto escuchar con los oídos de par en par, que sabe de ópera lo que ni usted ni yo imaginamos. Llegó al Real con la lección aprendida y tomó el relevo de Gerard Mortier.
Joan Matabosch, como todos, una vez fue niño, e incluso de pequeño ya pensaba con ópera de fondo (la primera que vio en sala fue «Fedora», de Umberto Giordano). Llegó al Teatro Real con la lección muy bien aprendida, después de que llevara el timón Gerard Mortier. Dice el refrán que tras la tormenta llega la calma y así ha sido y así nos lo cuentan. El director artístico del coliseo le gana minutos al día. Ha hecho de la programación un sutil equilibrio de repertorio e innovación. No hay más que echar un vistazo a la del año que viene para darse cuenta de que quien quiera emociones más o menos fuertes las va a tener. Una vez se lo preguntamos: «¿Le llamamos Joan o Juan?». Y el nos respondió amablemente que de las dos maneras contestaría. Así que nos decidimos, señor Matabosch, por el Joan. Como si estuviera en su casa.
–¿Qué prefiere, una ópera cómica o un dramón de llorar dos horas?
–Mis afinidades electivas no pasan por ahí. Hay comedias y dramas geniales, y también otros perfectamente olvidables. Mientras sean excepcionales, me apunto encantado a reír y a llorar.
–¿De qué se puede hoy escribir una ópera?
–La cuestión no es tanto «de qué» sino «cómo». El libreto de cualquier ópera debe dejar un espacio para la música, porque así es la estructura de sentido del género. No es algo que hayan comprendido todos los compositores. En la ópera el libreto tiene la función de figuración del objeto, mientras que la música convierte esa información en una vivencia de la imagen que evoca, en una experiencia. Percibimos esa experiencia estética en el texto, pero quien la ha creado es la música. Por eso un buen libreto de ópera, sobre el tema que sea, nunca debe mostrar las connotaciones del objeto que identifica. Ese podría ser un buen texto literario, pero no un buen libreto. Si queremos componer una ópera debemos saber qué función tiene la música en la expresión del producto final, o, si se quiere, para qué necesitamos la música. Si no lo tenemos claro, mejor nos olvidamos.
–¿Tendrían hoy futuro Verdi, Puccini o Mozart?
–Desde luego. Ellos comprendieron perfectamente la estructura del sentido de la ópera como forma artística y contribuyeron a que evolucionara incorporando nuevos temas dramáticos y nuevos lenguajes musicales. Además, eran auténticos hombres de teatro. Para componer una ópera no basta con ser un gran compositor, sino que hay que dominar también el arte del teatro. Algunas no resistirían un análisis musicológico, pero funcionan en un teatro como un artefacto de una contundencia implacable.
–¿Le da malas noches el Teatro Real?
–Desde luego que no. Otra cosa es que haga falta invertir muchas noches en lograr la excelencia artística, el engranaje entre los distintos departamentos y la coordinación internacional, pero si a uno le gusta ese trabajo no puede calificar esas noches de «malas», sino de enormemente estimulantes.
–¿Por qué y quién dice que la ópera es aburrida?
–Porque no la conoce, o porque espera encontrar un banal producto de entretenimiento. Y la ópera no es eso. O no es solo eso. Desde luego, una cierta información ayuda a liquidar viejos lugares comunes, en primer lugar porque la ópera no es un producto natural sino un arte. Y eso quiere decir que está construida con reflexión y con técnica, se elabora según un determinado código y responde a unas determinadas convenciones ligadas a cada época. Porque a lo largo de sus cuatrocientos años de historia, la ópera ha conocido una evolución. Y porque el disfrute del arte, cualquier arte, no siempre es algo espontáneo. La información enriquece, precisa e intensifica el disfrute del arte. Y más cuando se trata de un producto de una cierta complejidad, que implica la colaboración complementaria de varias disciplinas artísticas. La necesidad de información no es exclusiva del mundo del arte, desde luego. Disfrutar de un partido de tenis implica saber un mínimo sobre las reglas del tenis, conocer el código, ser consciente de las estrategias de los jugadores en el marco de la normativa del juego. Igual que el tenis, o cualquier otro deporte, necesita un cierto entrenamiento para disfrutarlo, la ópera necesita reflexión y necesita información. Por este motivo, cuando se conoce una ópera es cuando se disfruta verdaderamente. En arte, reflexionar lleva a comprender. Y comprender es lo que lleva a disfrutar. Le aseguro que quien haga ese pequeño esfuerzo no se va a aburrir ni un minuto en una buena representación de ópera.
–¿Y qué le parece la moda omnipresente del selfie?
–Me parece muy bien siempre y cuando tengamos claro que una cosa es la exteriorización de la espontaneidad directa, elemental, primitiva y sin mediaciones, como diría Javier Gomá, y otra cosa son los productos culturales codificados y que responden a una voluntad expresiva digna de la esfera del arte.
–¿Es usted un hombre a un móvil pegado?
–Me temo que tiene usted más razón de lo que me gustaría reconocer. Supongo que no nos queda otra.
–¿Puede y sabe desconectar?
–Es imprescindible aprender a hacerlo por mucho que mi naturaleza se resista.
–¿Alguna vez le han dicho a usted que es demasiado moderno?
–Supongo que habrán dicho eso y muchas otras cosas. También lo dijeron de quienes, en el siglo XIX, apostaron por estrenar las óperas de Verdi ante las resistencias de quienes creían que solo era legítimo interpretar a Bellini, Donizetti y Mercadante.
–¿Qué le diría a quien pone como excusa no ir a la ópera porque es cara?
–Desde luego que los teatros deben hacer el esfuerzo de ajustar los precios, aunque sea un empeño difícil cuando la estructura de ingresos de una institución como el Real tiene que lograr mediante la venta de entradas y el patrocinio lo que otros países aportan mediante subvenciones. Le diría que los teatros con precios bajos tienen subvenciones altas. Es así de fácil, simplemente porque los gestores saben optimizar los recursos pero no hacer milagros. También le preguntaría por qué considera que un precio es caro cuando se trata de ir a la ópera y, en cambio, lo considera normal cuando se trata de ir al fútbol. Nunca he leído un debate sobre los altos precios en el deporte pese a que, de hecho, son más caros que en la ópera. Por cierto, aprovecho para comentar que los menores de 35 años pueden acceder al Teatro Real mediante una tarifa plana de 19 euros a través de la venta de «último minuto». Es una iniciativa extraordinaria que debería conocerse más y que puede favorecer el acceso de jóvenes a las mejores localidades del teatro.
–Dígame si alguna vez antes de que usted se vaya del Real podremos escuchar una ópera con Jonas Kaufmann y Netrebko (ya sé que cantó en «Guerra y paz», pero de eso hace un siglo ya).
–Desde luego que los grandes cantantes de moda tienen las puertas abiertas del escenario, y no me cabe ninguna duda de que pasarán por él, aunque le puedo asegurar que la temporada no va a ser un desfile de divos mediáticos, cada uno con la ópera que se le antoje interpretar, porque esto no sería un proyecto cultural sino un disparate provinciano indigno del prestigio de una institución como la que hemos logrado consolidar entre todos. Las temporadas operísticas españolas eran exactamente eso hasta hace poco, y no lo van a volver a ser si de mí depende. Dicho lo cual, el Teatro Real acoge en su proyecto artístico a los mejores cantantes del mercado internacional, y los que menciona y muchos otros son muy bienvenidos. Eso sí, según el modelo artístico y cultural del teatro, que es lo que otorga a la institución el sentido de su existencia y su enorme prestigio.
–¿Tiene alguna manía en particular antes de un estreno?
–Antes de un estreno se espera del director artístico que infunda calma, serenidad, confianza y seguridad a todo el equipo. Ya llevo la suficiente mili como para saber cómo hacerlo.
–¿Cada cuánto tiempo vuelve a Barcelona?
–Durante mi primera temporada aquí viajaba con mucha frecuencia a Barcelona porque, al mismo tiempo, continuaba a cargo de la temporada del Gran Teatre del Liceo. En estos momentos viajo a Barcelona para visitar a mi familia, para ver algunos espectáculos del Liceo y porque me gusta mucho la ciudad, pero menos que antes. En cualquier caso, con el AVE es tan fácil que a veces voy a almorzar con mis padres y regreso por la tarde.
–¿Qué recuerda de sus veranos de la niñez? ¿Los echa de menos?
–No echo de menos los veranos de la niñez, pero es indudable que muchas de las actividades estivales de la época contribuyeron poderosamente a formar una personalidad y un criterio. En aquella época, no había tantas familias en España que siguieran religiosamente los festivales de Salzburgo, Bayreuth y Aix-en-Provence, entre otros muchos. Desde luego que eso debió ser más importante de lo que en aquel momento podía intuir. Ha sido una suerte que en casa se consumiera mucha música, mucha ópera, mucho teatro, mucha danza y muchas artes plásticas.
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