Geopolítica
Vladimir Putin estrecha su relación con África en la II Cumbre Rusia-África
Las delegaciones de 49 naciones africanas se reunieron en San Petersburgo para escuchar las ofertas del mandatario ruso
La II Cumbre Rusia-África que tuvo lugar entre el 27 y el 28 de julio era el encuentro internacional más esperado por Moscú en este 2023. Las delegaciones de 49 naciones africanas se presentaron en San Petersburgo dentro de un contexto geopolítico muy diferente al de la cumbre anterior, celebrada en 2019, y prueba de ello fue el número de jefes de Estado presentes en esta edición: sólo 16 naciones decidieron enviar a sus máximos mandatarios, frente a los 49 presentes en 2019. La guerra de Ucrania pasa factura a las relaciones diplomáticas del Kremlin, no cabe duda, y es una realidad que acciones como esta cumbre pretenden enderezar.
Dictadores y líderes elegidos democráticamente, ministros de Exteriores y embajadores se sentaron a la misma mesa para discutir el futuro de África con Vladimir Putin. Pero en las conversaciones de los últimos días, en las réplicas de un mandatario a otro, se adivinaba que África es un continente dividido a su vez por los acontecimientos globales y la epidemia de golpes de Estado latente en los últimos años, donde la sombra de intereses externos planea de forma inevitable y enfurece los sentidos del pueblo.
Un continente dividido
Prueba de ello fue el cruce de palabras vivido entre el capitán Ibrahim Traoré, líder de la junta militar que gobierna Burkina Faso desde el golpe de Estado de octubre de 2022, y Macky Sall, presidente de Senegal. Tras pronunciar Traoré un elaborado discurso donde afirmó que “un esclavo que no se rebela no merece lástima”, y exhortaba a la Unión Africana a “dejar de condenar a los africanos que deciden combatir a los gobiernos títeres de Occidente”, el presidente senegalés replicó que “se trabaja por un partenariado digno para el pueblo” en un combate que “trasciende a las generaciones” y “responde a un modelo de resiliencia”. Twitter bullía en comentarios tras esta discusión, donde unos usuarios apoyaban el punto de vista de Traoré y lo calificaban de “un nuevo Thomas Sankara”, mientras otros aplaudían la serenidad y realismo mostrado por Sall.
Se adivinan aquí dos facetas de África en formación: una que es cercana a Rusia, generalmente dirigida por militares que accedieron al poder mediante golpes de Estado (Mali, Sudán, Burkina Faso, Eritrea, Guinea Conakry) y un África próxima a sus socios europeos y que representan aquellos elegidos mediante un proceso democrático. Son dos continentes en uno, enfrentados por encontrar la mejor manera de superar la debacle permanente que se sufre desde el fin de la colonización, dos posturas enfrentadas desde hace décadas pero hoy más enfrentadas, si cabe, debido al contexto global y el creciente interés de las grandes potencias por atraerse África hacia sí.
Mientras Sissoco Embaló, presidente de Guinea Bissau, aseguraba a Putin que “los rusos no son nuestros amigos, son nuestros hermanos”; el presidente keniano, William Ruto, mostró un interés exclusivo en desatascar los acuerdos de transporte de grano en el mar Negro, esencialmente motivado por la profunda crisis social que vive Kenia por el encarecimiento de los productos básicos. En Rusia se reunieron dos continentes, los que acudían a Putin para estrechar su mano y pedir su colaboración, los amigos de Moscú, y los que buscaban un tipo de clemencia que no matara de hambre a millones de sus habitantes.
Resulta fundamental conocer la existencia de esta África dividida (el África que apoya el golpe de Estado en Níger y el África que lo critica de la boca del presidente nigeriano, Bola Tinubu), antes de entrar en los detalles de la cumbre. El África que rechaza los modelos políticos impuestos por Europa, que son el sufragio universal y el proceso democrático, y el África que busca un regreso a las raíces de la mano de autoritarismos y gobiernos tradicionales a nivel local. Porque lo ocurrido en San Petersburgo no sólo permite analizar las relaciones ruso-africanas, sino también las propias relaciones interafricanas, al verse estas dos facetas sentadas a la misma mesa.
Otra reunión que considerar sería el encuentro entre Primer Ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, y Vladimir Putin. Ambos líderes conversaron el día anterior a comenzar la cumbre. Y debe tenerse en cuenta que las relaciones entre Etiopía y Occidente se han enfriado de manera considerable desde la guerra de Tigray (2020-2022) debido a las críticas que lanzó Estados Unidos contra las estrategias ideadas por Abiy Ahmed, entre que no son pocos los rumores que crecen entre la población etíope y acusan a Estados Unidos de haber provisto de armas a los rebeldes tigranios. A sabiendas de que las relaciones entre Etiopía y la vecina Eritrea se han estrechado a raíz del mismo conflicto, y que Eritrea es un firme socio de Moscú, esta reunión entre Putin y Ahmed abriría la puerta a posibles colaboraciones en el futuro.
Promesas de trigo
Escribía Frantz Fanon que “el pueblo [colonizado], adopta desde el principio posiciones globales. La tierra y el pan: ¿qué hacer para obtener la tierra y el pan? Y este aspecto preciso, aparentemente limitado y restringido del pueblo es, en definitiva, el modelo operatorio más enriquecedor y eficaz”. Ignoramos si Vladimir Putin leyó alguna vez al pensador martinico pero no cabe duda de que reconoce los deseos del africano.
Prueba de ello han sido las promesas acordadas en la cumbre. Rusia regalará armamento a diversas naciones africanas (en especial a Burkina Faso), Rusia cancelará la 23.000 millones de dólares de deuda a países africanos, Rusia dará cereales gratis a seis países africanos en situación de necesidad, Rusia enseñará idiomas africanos en sus escuelas y aumentará el sistema de becas que permita a estudiantes africanos estudiar en Rusia. Quienes buscan un África diferente a los designios occidentales por el mero hecho de ser diferentes, un África que regresa a las raíces, aplauden convencidos; el África próxima a Occidente, que tampoco escapa de los deseos de pan y tierra que atenazan a la carne viva, bajan los ojos y aceptan la limosna con un agradecimiento forzado, pero genuino al fin y al cabo.
Los socios de Rusia en África creen que salen ganando, o fingen creerlo hasta que la realidad se desploma sobre ellos. El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, agradeció públicamente que Putin vaya a regalar entre 25.000 y 50.000 toneladas de cereales a su país, aunque se vio obligado a destacar que el mar Negro debe “abrirse” de nuevo al comercio. Esto sería porque las cantidades que regalará el Kremlin no son suficientes, apenas si alcanzarán a ser un número simbólico.
Y llega así el turno de las matemáticas, que no saben de política sino de pura realidad. Un ser humano promedio debe consumir, como mínimo, medio kilogramo de trigo al día para poder vivir y moverse de forma funcional. A sabiendas de que la población sudafricana la componen 60 millones de individuos, esto significaría que se precisan de 30.000 toneladas de trigo diarias para alimentarla. Lo que ofrece el presidente Putin, en definitiva, apenas si alcanza para alimentar a la población sudafricana durante un día.
Lo mismo ocurriría con los partenariados militares. Mali, que intercambió la colaboración con Francia por una asociación con el Grupo Wagner, contempló en 2022 cómo los ataques yihadistas se incrementaban en un 97% con respecto a 2020. De la misma manera que los crímenes de guerra registrados por Naciones Unidas (como la masacre de Moura, donde soldados malienses y mercenarios rusos asesinaron a un número indeterminado de cientos de civiles) se han incrementado a niveles de terror.
Ofreciendo migajas a un continente humillado y que muestra su cuenco vacío, a la vez que recurría al trillado discurso en que un Occidente neocolonialista utiliza a África donde Rusia actúa como un agente de liberación, Vladimir Putin podría decir que su cumbre no ha sido el fracaso absoluto que se esperaba. Para él. Para aquellas naciones africanas que acepten las migajas a cambio de materias primas y soberanía, los resultados podrán ser fatales.
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