Julio Valdeón
Groenlandia no está en venta, gracias
Trump sugiere a sus asesores comprar la isla autónoma danesa rica en recursos naturales
Trump sugiere a sus asesores comprar la isla autónoma danesa rica en recursos naturales
Parecía una broma. La idea de que el presidente de EE UU, Donald Trump, hubiera podido inquirir a sus colaboradores por la hipótesis de pedir precio y comprar Groenlandia. Una provincia de Dinamarca con 56.000 habitantes. Pero no. Las informaciones, primero del «Wall Street Journal» y posteriormente de CNN, confirman la veracidad del supuesto bulo. Trump ha planteado en varios ocasiones y en diferentes reuniones la idea.
En encuentros con algunos de los interlocutores del Gobierno en los que más confía, en almuerzos, viajes y cenas, antes o después de abordar cuestiones teóricamente más decisivas, el presidente ha preguntado por los pros y los contras de que una opa amistosa acabe con la incorporación de Groenlandia.
Entre los suyos parece que las opiniones siempre han estado divididas. Toda vez que comprendieron que Trump hablaba sin asomo de burla había que tasar los distintos escenarios. Desde luego Groenlandia es un territorio codiciado por sus recursos naturales. Y nadie duda de que Rusia toleraría mal semejante alteración del mapa geoestratégico. Al final la jugada tiene mucho que ver con los usos y costumbres de un presidente acostumbrado a confundir lo privado y lo público. Que lo mismo coloca a su hija y su yerno en el Gobierno que critica a los jueces que osan desairar legalmente algunas de las medidas adoptadas por su Administración. Podría decirse que para Trump Groenlandia no deja de ser una extensión de aquellos casinos de Atlantic City. O que le cuesta entender por qué la política internacional se desenvuelve por unos cauces y mediante unos códigos algo distintos a los de la compra/venta de propiedades inmobiliarias en la Costa Este.
Trump, en cualquier caso, acaricia la idea de emular a Andrew Jackson, cuando el representante de EE UU William Seward pactó con el ministro del zar Alejandro II, Eduard de Stoeckl, la compra de la remota y salvaje Alaska por algo más de 7 millones de dólares de la época. Que la Casa Blanca va en serio lo demostraría el hecho de que se han hecho consultas con los servicios jurídicos del Estado y hasta se han tanteado con los contables y expertos en finanzas las vías de financiación.
Groenlandia es algo más que una inmensa roca boreal a la que el cambio climático estaría derritiendo a chorro sus hielos perpetuos. Allí está, sin ir más lejos, la base aérea Thule, la más septentrional del Ejército de EE UU. Un producto de la Guerra Fría que ha recobrado buena parte de su valor estratégico en estos días de tensiones con Moscú, mientras el mundo despierta a la multipolaridad y caen los viejos tratados para evitar la proliferación de armas nucleares. En Thule, está radicado un sistema de alerta de misiles que jugaría un papel decisivo en el supuesto, apocalíptico, de declararse el Armagedón.
Desde Dinamarca, casi de forma inmediata, llegaron todo tipo de comentarios poco favorables. La isla «no está a la venta», declaró el Gobierno. La oposición, más libre a la hora de pronunciarse, ha tratado la sugerencia de locura, insulto y barbaridad. Aunque ya Harry Truman trató en los cincuenta de comprarla, ni entonces ni ahora los daneses parecen dispuestos a desprenderse de una parte de su país, por más que sea considerado un territorio autónomo y que más de tres cuartas partes de su superficie sean perfectamente inhabitables.
No deja de resultar paradójico que el hombre que niega no solo la posibilidad del antropoceno, sino la propia base factual del cambio climático, codicie un territorio previsiblemente millonario en plomo, uranio, hierro, diamantes, zinc, petróleo y oro. Inmensas riquezas que solo podrán explotarse debidamente si la comunidad científica está en lo cierto y Groenlandia avanza inexorable hacia la pérdida de buena parte de sus masas de hielo.