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En el frente de Bajmut

«A Rusia no le importa la vida de sus soldados. Muchos mueren sin sentido»

Militares ucraninos mantienen su resistencia numantina en la asediada Bajmut para evitar que Moscú se haga con una pieza esencial en la batalla de Donbás

«¡Hermano, hermano!», grita un soldado ucraniano hacia un grupo de compañeros que acaba de volver de las trincheras de Bajmut montado sobre un vehículo blindado rebozado de barro. Uno de ellos se gira y en cuanto ve al compañero que les ha llamado salta y se dirige hacia él, se encaran y no dudan en fundirse en un abrazo sentido que dura varios segundos. No son familia, pero como si lo fueran. En el constante ir y venir de tropas luchando en el infierno en el que se ha convertido la batalla más larga de la guerra de Ucrania, una cara conocida y anterior al conflicto bélico es como una bendición.

«Somos del mismo barrio de Kyiv», explica el que está a punto de volver a la matanza. Al contrario que su compañero, su uniforme de camuflaje está limpio, sin arrugar y la cinta adhesiva verde con la que se identifican los defensores y que llevan pegada en los brazos y casco, parece recién aplicada. «Hacía más de un año que no nos veíamos», cuenta. «¿Cómo estás?», pregunta el soldado de refresco. «Mejor que tú», contesta con los ojos inyectados en sangre por el cansancio, la tensión y los días sin dormir, tirando de la ironía seca tan típica de la soldadesca porque a su amigo le toca volver al matadero.

Los soldados se ríen y, antes de despedirse, vuelven a abrazarse como si esta fuese la última vez. Quizás lo sea. La ratio de bajas, muertos y heridos en ambos bandos es altísima, pero desconocida. El baile de cifras proporcionadas tanto por las tropas ucranianas como por su enemigo del Kremlin sigue siendo confuso y difícil de establecer. Fuentes locales del Ejército aseguran que el número gira en torno a las 200 bajas al día en ambos bandos. No obstante, nadie lo sabrá con seguridad hasta que la batalla termine.

Para los soldados ucranianos que luchan en las ruinas de Bajmut cada vida cuenta y es fundamental para evitar el posible cerco ruso a manos de los mercenarios de la compañía privada Wagner, la cual gana terreno a cuentagotas, pero avanza en su intento de embolsar a los defensores y cortar sus líneas de abastecimiento atacando sin remisión, sobre todo, en el eje sur del asalto ruso, donde Moscú está intentando consolidar varias cabezas de puente en la zona pantanosa alrededor del río Bakhmutka. Por ello, Kyiv no puede desperdiciar ni hombres, ni material. Los combatientes que han vuelto de ese infierno aseguran que su enemigo no actúa de la misma manera.

«Parece que no les importe la vida de sus soldados. Muchas veces los lanzan sin cobertura o blindados y muchos mueren sin sentido. A Rusia, la sangre de los suyos se la trae al pairo», explica Nykolai, cuya cara exhausta esboza una sonrisa torcida no porque se alegre de sus muertes, sino porque sigue vivo y de una pieza, mientras se quita el correaje y apoya el arma en un muro. Acaba de salir de la picadora de carne en la que se ha convertido Bajmut, aunque está lejos de encontrarse a salvo. «Dentro de tres días volvemos para dentro», indica. Las rotaciones para el descanso de las tropas del Ejército ucraniano son cortas y, además, muy cerca del frente. «Tenemos la base en Chasiv Yar», dice, mientras se suceden las explosiones en esta ciudad militarizada donde organizan la defensa, y sigue siendo bombardeada duramente.

Un tanque ucraniano T-64 pasa a toda velocidad por la carretera que va directa a Bajmut produciendo un estruendo tan ensordecedor como sobrecogedor. Uno de los tanquistas sentado en la torreta saluda y hace el signo de la victoria con los dedos enguantados. A un lado de la vía, un hombre y una mujer de uniforme se abrazan. Se llaman Pasha y Victoria y sirven juntos en una unidad especializada en el manejo de drones. «Nos conocimos al principio de la guerra y nos casamos poco después», explican. El suyo es un trabajo que se hace en la retaguardia, pero que está diezmando a los blindados y tanques rusos. No obstante, hace días que «nos hemos quedado sin drones. Muchos llegan por iniciativas privadas. Necesitamos que el mundo siga ayudando a Ucrania», indican.

En la distancia, las detonaciones de los misiles del sistema lanzacohetes múltiple BM-21 Grad se asemejan al repique de un tambor. Pero cuando estos impactan cerca, todo vibra y cada sacudida se siente como si el mismísimo Dios estuviese golpeando la tierra con los puños. La primera explosión asusta, las siguientes, y pueden ser muchas porque este sistema de misiles ruso puede lanzar hasta 40 cohetes en menos de 20 segundos, son una puerta abierta al pánico. Allá donde cae, su lluvia de metralla produce un pequeño apocalipsis.

A poco menos de dos kilómetros de la línea de contacto, entre el holocausto de destrucción provocado por los Grad, el crepitar cercano de la fusilería, los silbidos y detonaciones de la artillería, y los zumbidos de los misiles rusos, cuyo sonido es aterrador porque el carraspeo rompiendo el aire va seguido de un silencio muy corto, pero que parece una eternidad, antes de que se produzca la explosión cercana, un joven voluntario descansa en la parte de atrás de una camioneta con la zona de carga al aire libre, aparcada entre varios árboles para evitar que sea víctima de los drones enemigos.

Se llama Dimitri, alias Cherry, vivió gran parte de su vida en Estados Unidos y, hasta hace poco, estaba especializado «en la evacuación de civiles en la zona de combate». «Desde hace unas semanas sirvo en la Brigada 28 del Ejército ucraniano», indica. Para él la resistencia numantina en Bajmut «es importante porque, si cayera, eso les daría a los rusos una vía abierta para hacerse con Chasiv Yar y, luego, hacer peligrar Kostiantynivka».

Algo que, de facto, pondría en peligro todo el frente de Donbás, el cual podría venirse abajo y significaría una inmensa victoria moral y territorial para el Kremlin. «Pero todavía seguimos aguantando en Bajmut, donde nuestros contraataques ya están en marcha», recalca. «Permaneceremos en la ciudad hasta el final porque también es una forma de que los rusos malgasten sus recursos y tropas», concluye. No obstante, esto supondrá un gran sacrificio para el Ejército de Kyiv, menor en tamaño que el de Moscú y, por lo tanto, incapaz de permitirse el dudoso lujo de sacrificar a sus mejores unidades de choque en un conflicto que no tiene vistas de terminar pronto.