Terrorismo yihadista
¿Quién era Abu Bakr Al Baghdadi?
EEUU llegó a poner una recompensa de 25 millones por la cabeza del autoproclamado “califa”, lo que le convirtió en uno de los hombres más buscados del planeta
EEUU llegó a poner una recompensa de 25 millones por la cabeza del autoproclamado “califa”, lo que le convirtió en uno de los hombres más buscados del planeta
Su verdadero nombre era Ibrahim Awad Ibrahim Ali al Badri, pero, por ensueño o por estrategia, se cambió el nombre a Abu Bakr al-Bagdadi para aducir que era descendiente del profeta. Nació en la ciudad iraquí de Samarra en 1971, en el seno de una familia árabe suní. Sus familiares lo bautizaron como “el creyente”, por el tiempo que dedicaba al estudio del Corán y por la afición de castigar a quienes incumplían la “sharía” (ley islámica). Una pasión a la que dedicó su posterior juventud como predicador.
Se unió a la filial de Al Qaeda en Irak para combatir la invasión estadounidense que acabó por derrocar a Sadam Husein en el año 2003. Fue detenido durante diez meses en el campo de prisioneros Bucca de Estados Unidos, al que se ha llamado “la Universidad” para los líderes del Estado Islámico (EI), por la posibilidad que les ofrecía para hacer nuevos contactos con otros radicales. “Era un matón de la calle cuando lo recogimos en 2004”, decía un funcionario del pentágono al diario “The New York Times”.
Al volver a la lucha armada comenzó a ganar notoriedad entre sus colegas por la brutalidad de sus campañas militares, en las que empezaba a utilizar la decapitación como forma de ajusticiar a su enemigos. Después de la muerte del líder de la delegación, Abu Musab al Zarqawi, la organización pasó a conocerse como Estado Islámico de Irak. Y cuando murió su sucesor, Abu Omar al Bagdadi, junto con su segundo, Abu Bakar al Bagdadi, pasó a liderar la organización.
El grupo que heredó estaba al borde de la extinción en el año 2010, pero consiguió reconstruirlo y aumentar su influencia. Sus tropas cruzaron la frontera para unirse a la rebelión contra el presidente sirio, Bachar al Asad. En el año 2013, Bagdadi anunció la creación del “Estado Islámico en Irak y el Levante”. Y en julio de 2014, realizó en Mosul su única aparición pública, en la que se auto proclamó califa y exigió la lealtad de todos los musulmanes. Fanáticos de todo el mundo respondieron a su llamada, unos hicieron la guerra santa en el “califato”, y otros la llevaron a sus países.
Desde que “el califa Ibrahim” declaró el califato en 2014, murieron 60.000 de sus hombres. Y ahora ya no dispone de fuerzas para retomar el territorio perdido. Lo poco que queda del Estado Islámico solo tiene fuerzas para tratar de sobrevivir en territorio sirio. Pero a partir de ahora, tendrán que hacerlo sin su líder moral, en el que sus simpatizantes vieron en Bagdadi el talento necesario para reinstaurar el califato. Pero no hay califato sin califa. Por lo que podrían llegar a elegir un sucesor para dirigir los restos de lo que un día fue un protectorado que controlaba casi 90.000 kilómetros cuadrados y gobernaba sobre 8 millones de personas.
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