Migración
El infierno del Darién: el éxodo que impactará en las urnas
Un grupo de inmigrantes recién llegados a Laredo, Texas, narran a LA RAZÓN la odisea para llegar a Estados Unidos
«En la ruta del Darién vi cuerpos pudriéndose en la selva; una mujer embarazada se cayó por un precipicio con su hijo y presencié su muerte. Los dejamos allí. Tenía otro niño, se lo dimos a la ONU. A las chicas jóvenes las violaban, muchas eran secuestradas y nunca más las volvimos a ver», cuenta el venezolano Antony, de 20 años, sentado en uno de los bancos del centro para migrantes Holding Institute de la Iglesia Metodista Unida en Ladero, Texas. Está situado a un par de kilómetros de la frontera con México, de donde llegó hace apenas cuatro días. Acaba de salir con vida de una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo; su cara es un reflejo del dolor que ha vivido.
Tardó seis meses en llegar a Estados Unidos. «Si lo hubiese sabido no habría emprendido el viaje. No eres nadie, ni nada, solo una mercancía», continúa, sobre el Darién, mientras su cuerpo se contrae. Explica que sufrió abusos cuando era un niño y padece síndrome de Tourette (que provoca tics motores que no se pueden controlar), para el que no dispone de medicinas adecuadas. «Las que me han dado aquí no funcionan, y encima no logro encontrar trabajo; estoy seguro de que es por eso», añade sobre su enfermedad. Para Antony el sueño americano empieza duro y sin futuro después del calvario que ha pasado. «De Venezuela a Colombia, de allí a la selva de Panamá, luego Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Guatemala, y de México a América. Durante todo el viaje estás a la voluntad de Dios. En la selva no hay ley», cuenta.
¿Lo volvería a hacer? «No», contesta, rotundo, atravesándolo todo con la mirada. «Jamás; estoy contento de haberlo conseguido, de estar aquí», Antony intenta sonreír, pero le cuesta, «pero nunca le recomendaría a nadie esta ruta. En Venezuela no tenía nada y el futuro solo me reservaba pobreza. En América quizás podré encontrar un buen trabajo y ayudar a mi madre, a la que he dejado sola. La selva del Darién es la peor parte del trayecto», según Antony y los demás inmigrantes del Centro con los que habla LA RAZÓN. Esa frontera natural con más de 200 kilómetros de selva es el infierno.
Sin embargo, solo en 2023, más de 520.000 personas lo cruzaron. «Es una caminata de unos 10 días, si tienes suerte; cuestan 1.000 dólares por persona; los peligros están por todas partes, tanto humanos como de los animales, y las enfermedades, la falta de alimento, el agua, los abusos físicos de los grupos armados, son muchas cosas. Muchos se quedan atrás para siempre», concluye Antony, víctima de una nueva contorsión por su condición médica.
Mientras, los políticos en Washington dicen que han declarado la guerra a las bandas criminales. «A quienes trafican con personas a través del Darién, que sepan esto: el Gobierno de Estados Unidos va a ir por ustedes», según informó recientemente la fiscal general adjunta estadounidense, Lisa Monaco, que calificó la ruta como «una de las más peligrosos del mundo» para excusar el hecho de que no la han podido controlar o proteger. Por otro lado, cundo los migrantes la abandonan todavía están lejos de estar a salvo. Todos los del Centro Holding coinciden en que México es un horror de corrupción, secuestros, violaciones y asesinatos.
«A mí me secuestraron, aunque tuve suerte, mi familia pudo pagar y me sacaron por 1.300 dólares. Las mafias están por todas partes; a ella la violaron», susurra Didier Rodríguez, haciendo un gesto hacia una chica que sale de uno de los dormitorios del centro. El joven de 24 años está junto a las mesas del patio con un grupo de migrantes. Es un exmilitar de Colombia que llegó hace casi dos meses. Salió de su país en enero de 2024 y alcanzó su meta en septiembre. En el Darién presenció el horror, la muerte y la ley marcial de los grupos paramilitares. Pero, para él, «México fue peor. Te puedo hablar todo el día de las barbaridades que vi, pero lo que debo decir primero es que las mujeres nunca, nunca, deberían hacer esta ruta. Es el infierno para ellas». «¡Lo es, a mi casi me cogieron, pero me escondí y no me vieron», exclama Gladys, una joven colombiana de 21 años con cara de haber envejecido varios lustros.
Todos ellos tienen una mirada que pesa, entre reflexiva y al borde del pánico, la huella de haber vivido la peor versión de la humanidad. «La migra de México les ayuda, están compinchados, y las mafias buscan a jóvenes, las drogan y hacen prostitutas y ya nadie las quiere después, ni sus familia», cuenta Gladys. «Perdí a varias compañeras por el camino. Nunca he vuelto a saber de ellas; desaparecieron y ya está», sentencia, dando una palmada.
El tráfico de personas mueve miles de millones de dólares más que la droga y las mujeres son las más vulnerables. «Durante el secuestro», indica Didier, «vi a gente por la que pedían miles de dólares; te investigan y hacen pagar a la familia según lo que creen que vales, como en un comercio de la calle. Además, cada día eres más caro. Llega un punto en que si no puedes pagar, simplemente te matan», añade, mientras saca del pantalón su móvil con la pantalla rota. «Es la peor experiencia de mi vida, y eso que estuve en las Fuerzas Armadas colombianas. La vida se reduce a lo que vales. Me metieron aquí», añade, enseñando una fotografía que consiguió hacer del zulo antes de abandonarlo. «Ha sido la experiencia más traumática de mi vida», concluye.
Las cifras que proporciona la Organización Internacional para las Migraciones sobre el tránsito en el corredor certifican la crisis migratoria que se vive en la frontera con Estados Unidos. «Desde 2021, la cifra ha ido duplicándose anualmente hasta alcanzar los 248.284 en 2022 y un récord de 520.085 migrantes en 2023, más de 40 veces la media anual entre 2010 y 2020», informa la OIM. Además, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) asegura que «uno de cada cinco de estos migrantes es un niño, y uno de cada diez es menor de cinco años». Mientras, en la ruta del Darién, la cual nunca se detiene, los supervivientes hacen realidad la frase más célebre del escritor francés Jean-Paul Sartre: «el infierno son los demás». Los horrores del corredor son obra humana.
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