Oriente Medio

La frontera con Líbano se prepara para la guerra

LA RAZÓN viaja al muro que separa Israel y Líbano, donde el riesgo de un enfrentamiento abierto con Hizbulá se siente en el ambiente. Tel Aviv ha eliminado 20 células terroristas

Desde la calmada, ardiente y azul turquesa costa del Mediterráneo hasta los escarpados Altos del Golán, al noreste de Israel, el Muro blanco que divide el país con el Líbano, con sus muchas torres de control que serpentean entre colinas, montañas y desfiladeros, es el testimonio más claro de la beligerancia entre los dos Estados, cuya intensidad y escalada se ha visto disparada por los acontecimientos en Gaza, donde el ejército israelí sigue planeando su invasión, mientras continúan los enfrentamientos en el Muro con los milicianos de Hezbolá intercambiando disparos, fuego de morteros y misiles antitanque, los cuales han sido reciprocados por Israel con el fuego de sus tanques Merkava, así como llevando a cabo ataques aéreos en los aeropuertos de Alepo y Damasco, en Siria.

La población más al oeste de la muralla, casi tocando las aguas, es el kibutz Rosh Ha-nicra, completamente cerrado a los extraños y situado en un parque natural de ensueño costero llamado Yam akhziv. A su lado está el pueblo de Shelomi, donde partes del muro se pueden ver desde del centro urbano. Zigzaguean hasta perderse por una colina verde y llena de vegetación. La ciudad está casi vacía. Los comercios y la hostelería están cerrados. La constante presencia de soldados usando tanto coches civiles como Humvees militarizados ha transformado la brisa salina en calor tenso y pegajoso. En lo alto de la montaña verde que domina las alturas, junto a una torre de control, se ha declarado un incendio. Una columna de espeso humo blanco asciende hacia el cielo.

“No ha sido un disparo, o un mortero. Alguien habrá tirado una colilla”, responde Dor, de 47 años, hostelero y uno de los habitantes que ha decidido quedarse. “Yo creo que no corremos peligro, la protección que tenemos es buena. Pero mucha gente, después de las recomendaciones del Gobierno, ha decidido marcharse…hasta que esto acabe”, recalca, con ínfulas de victoria. ¿Cree que Israel puede sostener una guerra en dos frentes con Hezbolá y, quizás, Irán? “Sería una situación muy difícil. Pero creo que desde fuera nos ayudarían”, dice, haciendo referencia a EE.UU. “Israel siempre ha estado rodeada de enemigos”, añade. Esta es una opinión de la calle en la que me encuentro, Ha-Horsha, desde donde observamos el incendio crecer sin que nadie parezca darle importancia. El Gabinete de guerra, todavía sin decidirse con respecto a la invasión, es el único que ahora tiene la palabra sobre lo que pasará aquí.

El camino hacia el noreste continúa por una carretera estrecha, montañosa, con curvas de infarto entre pinares y lomas, desfiladeros y casi ningún coche exceptuando los militares. Dejamos atrás ciudades, en gran parte fantasmagóricas, como Ya’ara y Adamit, para reseguir el muro hasta Shomera, donde sin el pase de prensa nos hubiesen echado atrás. A lo largo de la ruta grupos de soldados construyen nuevas posiciones. Algunas excavadoras trabajan a destajo para terminar los enclaves para los tanques. Camiones de tropas y blindados van y vienen. Sin embargo, en comparación, la agrupación al sur, rodeando Gaza, parece mucho más robusta. Aunque, aquí, el terreno escarpado ayuda, y mucho, en la defensa. La Franja es una planicie que requiere una estrategia muy diferente.

La reanudación de las hostilidades a gran escala es ahora una posibilidad más certera en esta zona, que no ha visto tensiones así desde la guerra de 2006. Ayer, en otro incidente,

el Ejército de Israel informó que uno de los milicianos islamistas de Hezbolá “murió en un ataque en el sur del Líbano que tuvo como objetivo una célula operando en los puestos de avanzada y torres de vigilancia que el grupo utiliza”, según un portavoz. Además, también atacaron “dos células de Hezbolá cerca de las áreas de Har Dov y Metula, donde se estaban preparando para lanzar misiles antitanques hacia territorio israelí, mientras que la célula cerca del Monte Dov iba a lanzar cohetes”, añadió el portavoz. En total, el Ejército asegura que ya ha destruido a más de 20 de esas células, o grupos de combatientes.

El recorrido continúa y el paisaje es el mismo. Poblaciones montañosas y atestadas de tropas como Matat, Sasa y Rehaniya, viviendo en un ambiente prebélico. Al llegar a Yiftakh, donde se enlaza con la autopista 90 que lleva hasta Kiryat Shmona, la última gran ciudad al noroeste, no se puede pasar. Un robusto control militar da la vuelta a todo el que no sea vecino. Quedan civiles, como ayer probó el “misil lanzado desde el Líbano que hirió a dos personas”, según informó The Times of Israel.

Remontamos hacia el sur con los Altos del Golán, la zona más disputada y escenario de cruentas batallas pasadas, omnipresentes, al este, donde se ve mucha menos vegetación que las comunidades que transitamos hasta llegar a Safad. Allí, comparado con el resto, sorprende la cantidad de gente en la calle, casi todos judíos ortodoxos con sus característicos tirabuzones en las patillas, vestimenta negra y blanca con sombrero, y ellas faldas y manga larga, además de la peluca o un pañuelo.

No están acostumbrados, o no quieren, la presencia de la prensa. Nos lo hacen saber. Un policía se presenta, vestido como el resto de los habitantes y sin ningún elemento identificativo en la ropa, enseña un carné y exige explicaciones. “Puedes grabar las montañas, pero nada de gente o las casas. ¿Tú para quién reportas? ¿Para los árabes o para los musulmanes?”, pregunta alzando la voz. En este lugar solo existe su mundo. Cualquier otro, ya sea el de sus vecinos libaneses y palestinos, o el de los liberales en Tel Aviv, debe ser expulsado. Otro vecino grita y un grupo de niños se agrupa alrededor. “¡Márchate, aquí no haces nada! ¡Márchate!”. Los niños ríen.

Al abandonar la ciudad uno tiene la sensación de que cientos de ojos le observan. A esa comunidad ortodoxa no le importa los peligros que pueda haber al otro lado del muro. Solo hacen falta cinco minutos en el lugar para darse cuenta de que de que lucharán y morirán en sus casas. Una sensación aterradora, multiplicada por el momento en que, junto a un mirador, un grupo de soldados de permiso escucha atentamente a un rabino lanzar hurras a Dios, al Ejército y a Israel. Ellos responden. Luego forman un círculo y empiezan a cantar y bailar abrazándose. Son jóvenes, están llenos de vida y, si llega el momento, dispuestos a arrebatarla. Observándolos, uno entiende que en esta Tierra el amor y el horror se funden de una forma inconcebible e incomprensible, aunque humana.