Regreso de Trump
"Sociópata" y "tirano con peluquín": La "relación especial" entre Reino Unido y EE UU atraviesa su momento más bajo
Starmer trata de superar las tiranteces por los insultos del pasado ante el temor de una represalia en forma de aranceles que haría descarrilar la economía
La “relación especial” de la que históricamente han presumido Reino Unido y Estados Unidos siempre se ha querido priorizar ante la química personal (o falta de ella) entre los inquilinos de turno de Downing Street y la Casa Blanca. Pero el hecho de que Donald Trump haya sido tachado de “sociópata que odia a las mujeres y simpatiza con los neonazis”, “profunda amenaza para el orden internacional” o “tirano con peluquín” no crea precisamente un clima de armonía. Especialmente si los controvertidos comentarios vienen del que hoy es jefe de la diplomacia británica. En definitiva, la victoria del republicano representa significativas consecuencias políticas y económicas para el Reino Unido, pero ante todo, supone un gran desafío para el "premier" Keir Starmer cuya relación con el norteamericano, hasta la fecha, ha estado marcada por no pocas polémicas.
El líder laborista felicitó ayer al nuevo presidente electo asegurando que “como aliados más cercanos, nos mantenemos unidos en la defensa de nuestros valorescompartidos de libertad, democracia y espíritu emprendedor”.
No obstante, durante la primera presidencia del norteamericano, Starmer calificó sus acciones de “irresponsables”, sus planes de “farsa” y sus tácticas de “divisivas”. Por aquel entonces, era un desconocido diputado laborista. Al igual que su compañero de filas, David Lammy. Aunque éste último fue en un artículo en 2018 en The Times llamándole, entre otros, de “payaso peligroso” con un “reinado de imprudencia, narcisismo y delirio”. Han pasado los años, pero las palabras quedan perennes en la hemeroteca y ahora mismo no benefician al que es hoy ministro de Exteriores.
El "premier" se negó ayer a disculparse en nombre de Lammy por los comentarios cuando fue preguntado al respecto por la oposición conservadora, recalcando que “la relación especial entre Reino Unido y los Estados Unidos seguirá prosperando en ambos lados del Atlántico durante los próximos años”.
Starmer ha hecho todo lo posible por tender puentes desde que se mudó al Número 10, con la ayuda de Dame Karen Pierce, la embajadora británica en los Estados Unidos. Fue el primero en hablar con Trump después del intento fallido de asesinarlo en Pensilvania en julio y posteriormente cenó con él en la Torre Trump en Nueva York.
Sin embargo, todo ese trabajo minucioso pareció desmoronarse el mes pasado cuando Trump presentó una denuncia legal ante la Comisión Federal Electoral acusando a la formación que lidera Starmer -a la que tilda de “extrema izquierda”- de violar la ley electoral estadounidense al enviar voluntarios para hacer campaña por Kamala Harris.
El mayor temor en el Gobierno británico es que la victoria del republicano precipite una guerra comercial global que podría dañar el crecimiento y hacer subir la inflación y las tasas de interés. Si Trump -que ha descrito el arancel como “la palabra más hermosa del mundo”- sigue adelante con su retórica electoral, el golpe a la economía británica podría ser tan grande como el Brexit. Las exportaciones de bienes del Reino Unido a Estados Unidos, que ascienden a 59.000 millones de libras, disminuirían porque los precios subirían, mientras que los aranceles recíprocos harían subir el costo de las importaciones.
También habría una enorme presión para que Londres siguiera el ejemplo e impusiera aranceles adicionales a China para evitar que “vendiera” productos que ya no podría mandar a Estados Unidos.
Euroescéptico
En un tono más positivo, Trump podría mostrar más voluntad que una administración demócrata para cerrar el ansiado acuerdo comercial con la "Global Britain" post Brexit prometido por los euroescépticos. Sin embargo, seguirán existiendo puntos clave de fricción, incluida la resistencia británica a permitir las importaciones de carne de vacuno tratada con hormonas y pollo clorado, lo que dificultará, si no imposibilitará, un pacto de ese tipo.
Por otra parte, Trump ha instado repetidamente a Europa a contribuir más en defensa a fin de que Estados Unidos no soporte la mayor carga de la OTAN. Starmer se ha comprometido a incrementar al 2,5% (respecto al actual 2,3%) el porcentaje de PIB a Defensa, pero no ha especificado fecha. Y si Trump pide finalmente a los aliados el objetivo del 3%, esto acumularía una enorme presión financiera sobre el gobierno y obligaría a Starmer a invertir decenas de miles de millones de libras adicionales o arriesgarse a dañar las relaciones transatlánticas en un momento especialmente tenso en el tablero geopolítico.
Ante la invasión de Ucrania, Trump prometió negociar el fin de la guerra en su primer día de mandato y desestimó las solicitudes de más ayuda militar del presidente Zelenski cuando ambos se reunieron en septiembre. El Reino Unido, que ha agotado su arsenal de armas en dos años y medio de guerra, no podría mantener el apoyo a Kiev sin el apoyo de Washington. Por lo tanto, una presidencia de Trump puede obligar a Ucrania a firmar un acuerdo de paz poco satisfactorio que envalentone al presidente ruso Valdimir Putin y deje a los países de Europa del Este observando con nerviosismo los próximos pasos de Moscú.
Por otra parte, la presidencia de Trump también plantea un reto para Starmer en Oriente Medio, ya que el primer ministro británico intenta adoptar una postura más crítica hacia Israel. El Partido Laborista perdió escaños ante los independientes propalestinos en las elecciones generales de verano y el inquilino de Downing Street aboga por una presión internacional coordinada para poner fin al conflicto en Gaza. Pero Trump ya ha avivado las tensiones en la región antes, trasladando la embajada estadounidense a Jerusalén y excluyendo a los palestinos de las negociaciones de paz cuando presentó un plan para Oriente Medio durante su primera presidencia.
Divergencias en clima
Asimismo, durante la campaña, Trump describió el cambio climático como “una de las grandes estafas de todos los tiempos” por lo que su presidencia, casi con certeza, significará un retroceso en las políticas climáticas de la Administración de Joe Biden, lo que planteará dilemas políticos y económicos para el gobierno británico. Trump se ha comprometido a impulsar la producción nacional de petróleo y gas para reducir los costos del combustible estadounidense, lo que a la larga afectaría a los mercados energéticos internacionales. Esto podría hacer que los yacimientos de petróleo y gas del Mar del Norte sean menos viables económicamente, lo que afectaría los ingresos fiscales del Reino Unido.
El temor en Londres es que una Administración Trump pueda disminuir el impulso internacional hacia el cero neto y hacer que el argumento político del Partido Laborista de que una transición rápida desde los combustibles fósiles (y el costo asociado con ella) es en el interés económico del Reino Unido sea menos convincente.