Opinión
El velo como yugo
Las iraníes han dicho «no» a un régimen que les dice desde hace 40 años cómo deben ir vestidas
La izquierda europea ha tendido a ver el velo islámico como un derecho fundamental, un símbolo de la libertad religiosa, del respeto a la tolerancia y a la diversidad, sin embargo, yo siempre lo he visto como un signo de sumisión. Tuve la oportunidad de viajar a Irán en 2018, pero finalmente no pude hacerlo porque justo había dado a luz a mi cuarta hija, Rafaela. Para mí el hiyab era un problema. Ponérmelo me parecía claudicar ante un régimen teocrático que ha utilizado esta prenda como un arma ideológica. La muerte violenta de Mahsa Amini tras recibir una paliza de la policía de la moral por llevar mal puesto el velo se ha convertido en otra prueba más de la brutalidad de la dictadura iraní y ha puesto de manifiesto que esta prenda es para muchas mujeres un yugo. Literal.
«Podría haber sido yo, mi hermana, mi vecina», denuncian las jóvenes iraníes en unas redes sociales cada vez más apagadas por la censura que quiere imponer la teocracia. Millones de mujeres de todas las generaciones se han sentido identificadas con Mahsa y han salido a la calle para decir «no» al hiyab obligatorio; «no» a la República Islámica que lleva cuarenta años diciéndoles cómo vestirse; y «no» a la violencia religiosa. Las protestas se han extendido desde Teherán hasta las provincias más remotas. Mahsa Amini es el espejo de todas las iraníes que se sienten asfixiadas en una sociedad sin libertades. ¿Hasta dónde llegará esta insurgencia? Y si el régimen de los mulás aumenta su represión, ¿se extinguirá el movimiento como ocurrió con la Marea Verde en 2009 (el origen para muchos de las revueltas democráticas que sacudieron Oriente Medio y el Norte de África en 2011)? Lo que ocurre en Irán es esperanzador, por un lado, pero terrible por otro. Mahsa, de 22 años, no era una peligrosa activista ni una alborotadora. Estaba en Teherán haciendo turismo con su familia cuando fue detenida por ir «inapropiada». Fue llevada por la fuerza a Vozara, una comisaría dedicada a la custodia de mujeres «mal vestidas». Con la Revolución de Jomeini, el velo se convirtió en un instrumento de control de las mujeres. Las iraníes han dicho ahora basta y se han rebelado contra un sistema cada vez más represivo. Han demostrado una valentía admirable: se arrancan el pañuelo delante de la policía, queman el hiyab en público o se cortan el pelo ante multitudes que las aclaman.
Curiosamente cubrirse el cabello no es ni siquiera una práctica exclusiva del islam. Antiguamente las mujeres cristianas acudían a misa con un pañuelo blanco en la cabeza. Después, con la modernidad, se desvelaron. El pañuelo forma parte más bien de una tradición patriarcal que todavía sigue profundamente arraigada en el islam. Lamentablemente los fundamentalistas han conseguido imponer su visión de que la buena musulmana no puede existir sin velo, aunque, en el fondo, lo que subyace es un intento de controlar su cuerpo. De someterla. Esta corriente islámica ha calado en nuestra cultura contemporánea. En 2021 Benetton sacó un hiyab unisex de colores chillones -sello de la firma italiana- como si fuera una prenda «cool». El levantamiento de las mujeres iraníes contra la tiranía teocrática debería llevarnos a la reflexión. ¿Es de verdad el velo un signo de libertad? ¿Cuándo dejará de ser el cuerpo de la mujer un objeto político?
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