Figura destacada
Europa del Este anhela un Gorbachov II
El ex dirigente soviético no quiso utilizar la fuerza para salvar el imperio a diferencia de lo que ocurre hoy en las calles de Ucrania
Convivió las últimas tres décadas con dos legados; en Occidente su nombre es sinónimo del fin de la Guerra Fría, dentro de Rusia lleva impregnado un sentimiento de humillación por la caída de la Unión Soviética. Mijail Gorbachov, murió a los 91 años en un hospital de Moscú el 30 de agosto. Figura destacada para Occidente, especialmente en EE UU y los países del Este de Europa. «El mundo ha perdido a un destacado líder mundial, multilateralista comprometido e incansable defensor de la paz», dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
El presidente de EE UU, Joe Biden, elogió a Gorbachov como un político único que tenía la «imaginación para ver que era posible un futuro diferente» en medio de las tensiones de la Guerra Fría. Fiel creyente del comunismo, Gorbachov creía en una reforma que eliminara la corrupción y la violencia. Su primera gran prueba como líder fue en 1968 durante la Primavera de Praga, donde abogó por el «comunismo reformado» y el «socialismo con rostro humano». Este movimiento fue eliminado por soldados soviéticos, demostrando que la corrupción y la violencia eran parte del sistema. El concepto de un comunismo reformado seguía llamando la atención de Gorbachov ya como líder del Partido Comunista Soviético en 1985.
Aunque ninguno de los esfuerzos que Occidente puso en marcha impidió que Rusia volviera a convertirse en una tiranía, el final del comunismo soviético podría haber sido mucho más sangriento, mucho más violento y mucho más parecido a la guerra actual en Ucrania. Según los analistas, el liderazgo de Gorbachov destaca por la inacción en momentos clave de la historia. El ex líder soviético no ordenó a los alemanes orientales que dispararan a las personas que cruzaron durante la caída del muro de Berlín. No ofreció un rescate a los comunistas polacos cuando su economía colapsó. No lanzó una guerra a gran escala para evitar la secesión de los Estados bálticos, o para evitar que los ucranianos declararan su independencia, o para evitar que Rusia eligiera también a su propio liderazgo. Hizo algunos intentos reaccionarios en Vilna y Tiflis, pero se alejó de lo hecho por sus predecesores y sucesores, y al final no usó la violencia para mantener unido el imperio.
Gorbachov fue un reformador soviético, aspiraba a una URSS más eficiente, una fuerza laboral soviética más diligente y más sobria. Era consciente de las lamentables condiciones de la economía y la sociedad soviéticas. Sus políticas, representadas en la glasnost (apertura) y la perestroika (reestructuración), alabadas en Occidente, no pretendieron ser reformas democráticas. La glasnost permitió a los ciudadanos soviéticos libertad para hablar, hubo una explosión de debate y discusión sobre el pasado, sobre la historia de los arrestos y asesinatos en masa, sobre el Gulag y las prisiones políticas soviéticas; pero el objetivo principal era fomentar una mejor comunicación en la economía soviética y aumentar su productividad. La perestroika pretendía acabar con el amiguismo y los atajos de la época de Brezhnev, y poner en marcha unas instituciones soviéticas más severas.
Gorbachov trató de rescatar y reformar el comunismo, redimir a la URSS y fracasó. Hace 30 años, Gorbachov, les dijo a sus aliados de Europa del Este que cada uno debería ser libre de seguir su propio camino dentro del Tratado de Varsovia, una declaración que sentaría las bases para las revoluciones en la región y el desmoronamiento del bloque comunista. El líder ruso propuso un paquete de medidas sobre seguridad, cooperación económica y ambiental, con un objetivo común ambicioso: El fin de las armas nucleares, la extirpación de la corrupción y la violación de los derechos humanos.
Confió en que podía revitalizar el socialismo y, al hacerlo, volvería a legitimar todo el sistema soviético. Pero si el socialismo iba a ser una elección legítima de su propio pueblo, Gorbachov no podía dar marcha atrás y simplemente imponerlo por la fuerza si lo rechazaban. Cuando todo empezó a desmoronarse en 1988, apostó por la resiliencia tanto del sistema soviético como del socialismo y perdió. Usar la fuerza no solo significaría reconocer el fracaso final, sino que probablemente desencadenaría una guerra civil en una nación con armas nucleares de casi 290 millones de personas de diferentes orígenes étnicos y religiosos. En Occidente se recuerda a Gorbachov por los innegables éxitos en política exterior. Para EE UU es un hombre de paz.
Al igual que su fe en el socialismo, su creencia en la paz era sincera. Tanto Gorbachov como Ronald Reagan, entonces presidente de EE UU, hablaban absolutamente en serio acerca de librar al mundo de las armas nucleares, una posición que nadie en Washington o Moscú había considerado como algo más que un tema de conversación. El recuerdo de Gorbachov está lejos de sus intentos de salvar a la URSS, sino en su decisión de aceptar lo inevitable. Cuando todo estaba perdido, aceptó su destino. El día de Navidad de 1991, Gorbachov declaró disuelta la Unión Soviética, entregó los códigos nucleares soviéticos a Yeltsin y abandonó el Kremlin. Gorbachov sigue siendo un recuerdo de la década de 1980. Presidió el fin de un imperio sin proponérselo. El final de su carrera política fue un desenlace soviético de desastre y esperanza frustrada.
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